Eucaristía y compromiso de caridad
La Eucaristía
tiene que ser fuente de caridad para con nuestros hermanos. Es decir, la
Eucaristía nos tiene que lanzar a todos a practicar la caridad con nuestros
hermanos. Y esto por varios motivos.
¿Cuándo nos
mandó Jesús “amaos los unos a los otros”, es decir, cuándo nos
dejó su mandamiento nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos
estaba dejando la Eucaristía. Por tanto, tiene que haber una estrecha relación
entre Eucaristía y el compromiso de caridad.
En ese ámbito
cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad y Jesús sacó de su
corazón este hermoso regalo de la Eucaristía, en ese ambiente fue cuando Jesús
nos pidió amarnos. Esto quiere decir que la Eucaristía nos une en fraternidad,
nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar la caridad.
Hay otro motivo de unión entre Eucaristía y caridad. ¿Qué nos pide Jesús antes
de poner nuestra ofrenda sobre el altar, es decir, antes de venir a la
Eucaristía y comulgar el Cuerpo del Señor? “Si te acuerdas allí mismo
que tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar,
y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu
ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Esto nos habla
de la seriedad y la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a
la Eucaristía. Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia y
caridad. Aquí entra todo el campo de las injusticias, atropellos, calumnias,
maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios, murmuraciones. Antes de
acercarnos a la Eucaristía tenemos que limpiarnos interiormente en la
confesión. Asegurarnos que nuestro corazón no debe nada a nadie en todos los
sentidos.
En este motivo
hay algo más que llama la atención. Jesús nos dice que aún en el caso en que el
otro tuviera toda la culpa del desacuerdo, soy yo quien debo emprender el
proceso de reconciliación. Es decir, soy yo quien debo acercarme para ofrecerle
mi perdón.
¿Por qué este
motivo?
Mi ofrenda, la
ofrenda que cada uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones,
intenciones, problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de
Dios, no la escucharía Dios si es presentada con un corazón torcido, impuro,
resentido, lleno de odio.
Ahora bien, si
presentamos la ofrenda teniendo en el corazón esta voluntad de armonía, será
aceptada por Dios como la ofrenda de Abel y no la de Caín. Éste era agricultor,
y le ofrecía a Dios su ofrenda con corazón desviado y lleno de envidia y
resentimiento al ver que su hermano Abel era más generoso y agradable a Dios,
pues le presentaba generosamente las primicias de su ganado, lo mejor que
tenía.
Y hay otro
motivo de unión entre Eucaristía y compromiso de caridad. En el discurso
escatológico –Mateo capítulo 25-, es decir cuando Jesús habló de las realidades
últimas de nuestra vida: muerte, juicio, infierno y cielo, habló muy claro de nuestro
compromiso con los más pobres. “Lo que hagáis a uno de esos mis
hermanos menores, a Mí lo hacéis”.
Jesús en la
Eucaristía nos dice “Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros”. Y aquí, en este discurso solemne, nos pide que ese cuerpo
se iguale con el prójimo más pobre, y por eso mismo es un cuerpo de Jesús
necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar,
socorrer, proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.
San Juan
Crisóstomo tiene unas palabras impresionantes: “¿Quieres honrar el
cuerpo de Cristo? No permitas que Él esté desnudo y no lo honres sólo en la
Iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que ese mismo
cuerpo muera de frío y de desnudez”.
Él que ha
dicho “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también “me habéis
visto con hambre y no me habéis dado de comer” y “lo que no
habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a Mí”.
Te dejo unas
líneas para tu reflexión: “Pasé hambre por ti, y ahora la padezco otra
vez. Tuve sed por ti en la Cruz y ahora me abrasa en los labios de mis pobres,
para que, por aquella o por esta sed, traerte a mí y por tu bien hacerte
caritativo. Por los mil beneficios de que te he colmado, ¡dame algo!...No te
digo: arréglame mi vida y sácame de la miseria, entrégame tus bienes, aun
cuando yo me vea pobre por tu amor. Sólo te imploro pan y vestido y un poco de
alivio para mi hambre. Estoy preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero que,
por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso me bastará y por eso te
regalaré el cielo. Yo te libré a ti de una prisión mil veces más dura. Pero me
contento con que me vengas a ver de cuando en cuando. Pudiera, es verdad, darte
tu corona sin nada de esto, pero quiero estarte agradecido y que vengas después
de recibir tu premio confiadamente. Por eso, yo, que puedo alimentarme por mí
mismo, prefiero dar vueltas a tu alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu
puerta. Mi amor llegó a tanto que quiero que tú me alimentes. Por eso prefiero,
como amigo, tu mesa; de eso me glorío y te muestro ante todo el mundo como mi
bienhechor” (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola a los
Romanos).
Estas palabras
son muy profundas. Este cuerpo de Cristo en la Eucaristía se iguala, se
identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos
con devoción y respeto al cuerpo de Cristo en la Eucaristía, mucho más debemos
acercarnos a ese cuerpo de Cristo que está detrás de cada uno de nuestros
hermanos más necesitados.
Quiera el Señor
que comprendamos y vivamos este gran compromiso de la caridad para que así la
Eucaristía se haga vida de nuestra vida.
Por: P. Antonio Rivero LC