La
castidad es una realidad que atañe a todos los hombres y mujeres, porque es la
virtud que regula el uso adecuado y responsable de la sexualidad y de la
afectividad
Quinto consejo:
Cuidado
Esto es de sentido común. Huir de las ocasiones de caída. De acuerdo con san
Francisco de Sales (citado en el libro de J. Tissot, “El arte de aprovechar
nuestras faltas”) hay dos tentaciones que se vencen huyendo: las tentaciones
contra la fe y las tentaciones contra la castidad. Si yo sé que ciertas
compañías, que ciertos ambientes, que ciertas personas pueden hacerme
naufragar, ¿para qué hacerme el “inocente” y creer que no pasa nada? Esto, sin
embargo, sólo se entiende a la luz de los primeros principios vistos arriba: si
yo aprecio el don de un corazón puro, si yo sé que todo es relativo de cara a
la eternidad, entonces voy a actuar en consecuencia. No me voy a exponer a
perder la gracia de Dios, que es lo más grande que poseo. En concreto:
1. Cuidar los ambientes: siempre será mejor no frecuentar aquellos lugares en
donde sabemos que pueden naufragar los propósitos de fidelidad. Hay algunos
lugares que en sí mismos son pecaminosos. No se debe acudir a espectáculos o
casas en donde se fomente el vicio. Esto es obvio. Hay otros lugares que serán
peligrosos, no en sí mismos, sino de acuerdo con la propia sensibilidad o con
la situación existencial en la que se vive. El criterio fundamental para
discernir es la honestidad: “yo sé que acudir a esta fiesta me causa
problemas... pues no acudo, hago otra cosa”. En la medida de lo posible habría
que evitar esos ambientes, aunque no siempre sea posible.
2. Cuidado de la vista: todo lo que entra por los ojos penetra en el corazón. A
veces nos angustiamos por las tentaciones que nos azotan y nos preguntamos por
qué no podemos ser fieles y puros como ángeles, por qué tenemos que luchar
contra las mismas caídas, los mismos pecados, etc. Preguntémonos más bien: ¿qué
miro? ¿A dónde se me van los ojos? ¿Dónde se fija mi mirada cuando miro a una
mujer o a un hombre? ¿En qué “región” de la “geografía humana” se detienen mis
ojos? Es necesario, por tanto, disciplinar nuestra mirada para fijarla sólo en
aquello que vale la pena. En concreto:
a. Evitar siempre la pornografía. El cuerpo humano en sí mismo considerado es
bello, sea femenino o masculino, porque ha sido creado por Dios. Cuando Dios
creó a Adán y Eva, el escritor sagrado escribe: “Y Dios vio que era muy bueno”.
Un ojo puro no pone maldad donde no la hay. Por el contrario, la pornografía
busca siempre la excitación de las pasiones, las más de las veces por motivos
económicos, utilizando a las personas como objeto de deleite sexual. El cuerpo
del “otro” es siempre y sólo sujeto, nunca objeto.
b. Hoy en día el acceso a la pornografía es sumamente fácil: basta abrir
Internet para encontrar todo tipo de imágenes eróticas. Aun cuando se proteja
el acceso a través de un filtro – que siempre es recomendable –, es fácil que
se cuelen las imágenes, a veces en páginas que nada tienen que ver con el
erotismo. En muchos portales, entre el amplio espectro de accesos, no puede
faltar nunca el link para “mayores de edad”.
c. Cuidado con la vista en la contemplación de personas de otro sexo. Hay
sujetos que cuando ven pasar a una mujer hacen todo un análisis de geografía
humana. Esta falta de control lleva después a llenar el corazón de “toxinas
espirituales”, a crear una mentalidad que se detiene sólo en el cuerpo del
otro, sin atender al corazón.
3. Cuidado del tacto:
a. Atención a las manifestaciones de afecto demasiado íntimas que podrían
llevar a faltar a la castidad. Vale aquí la expresión del P. Jorge Loring sobre
el baile: ciertamente importa la intención del sujeto, también la intención de
la sujeta, pero sobre todo importa “cómo el sujeto sujete a la sujeta”. En el
matrimonio hay una donación de alma y de cuerpo, por lo que el cuerpo ya no
pertenece a sí sino a otra persona. Es una donación mutua y es una posesión
determinada sólo por el amor y jamás por el dominio, precisamente porque no se
trata sólo de un cuerpo, sino de un cuerpo espiritualizado. Por ello, “tocar”
el cuerpo de la otra persona, sobre todo sus partes íntimas, es hacer un abuso,
pues esta posibilidad compete sólo a su “dueño”, es decir, al esposo o a la
esposa.
b. El cuidado del tacto se refiere también al propio cuerpo. Desde el punto de
vista de la fe, mi cuerpo es templo del Espíritu y, por la gracia, la Santísima
Trinidad habita en mi cuerpo como en un templo. El cristiano no desprecia el
cuerpo y la sexualidad, sino todo lo contrario. Es tal la dignidad de mi cuerpo
– templo de la Santísima Trinidad – que tengo que esmerarme por mantenerlo
digno y “ordenado”. Esto significa que el propio cuerpo se debe tocar con
respeto y no desordenadamente. Tocarse sólo por motivos higiénicos, para
asearlo y poco más.
4. Cuidado de las personas: no hemos de ser ingenuos en el tema de la castidad.
No todos piensan que la continencia sexual es un bien deseable. Se podría decir
que sólo una mínima parte de los hombres y mujeres de hoy ven con buenos ojos
la castidad. Quien quiere ser célibe tiene que luchar constantemente contra las
trampas y asechanzas que otros pondrán a la vivencia de la virtud. Habrá
personas que rechazarán nuestro deseo de castidad porque este testimonio les
hiere profundamente. Por lo tanto:
a. Atento a los amigos que ridiculizarán nuestros propósitos y nos invitarán a
transgredir la norma moral, a echar “una cana al aire”. Es necesario ser firmes
en las propias convicciones y perseverar. Cuando vean que somos inflexibles,
nos dejarán en paz.
b. Atención a aquella persona que se me cruzará en el camino. Si yo ya soy
casado, la castidad me llevará a evitar el trato demasiado íntimo con quien no
me has comprometido de por vida. Ya lo dice el refrán: “el hombre es fuego, la
mujer estopa, llega el diablo y sopla”. Simplemente no te acerques al fuego. Si
soy consagrado, vale lo mismo. El orden sacerdotal o los votos religiosos no
quitan las tendencias, no convierten al hombre en ángel: hay que vigilar y no
exponerse a la tentación manteniendo un trato afectivo poco conveniente con
personas de otro sexo. El sacerdote no debería estar abrazando o besando a
mujeres, por muy “santo” que éste sea y por muy piadosa que sea la “feligresa”,
y lo mismo dígase de la religiosa o monja. Porque de una relación puramente
espiritual se puede llegar a situaciones lamentables por falta de cuidado. La
recomendación de origen agustiniano vale para todos: “el amor espiritual
conduce al afectuoso, el amor afectuoso conduce al obsequioso, el obsequioso al
familiar y el familiar conduce al amor carnal.
5. Cuidado con los pensamientos:
Finalmente para proteger la castidad, tengo que velar sobre mis pensamientos.
La imaginación es la “loca de la casa” como decía santa Teresa. La divagación
mental, el desorden interior, lleva muchas veces indefectiblemente a los
pensamientos impuros. Ahora bien, dado que vivimos en una sociedad en la que
casi todo nos habla de sexo, podemos sufrir los embates de la cultura imperante
y ser golpeados por imágenes, recuerdos, imaginaciones, deseos bajos, etc. A
veces estos pensamientos pueden ser muy insistentes. Aquí la solución es la
sugerida un poco más arriba: estas tentaciones se vencen huyendo. Más que
reprimir esos pensamientos, tenemos que distraerlos e ignorarlos. Ocurre como
cuando nos asaltan las moscas un día de calor. Rondan las moscas, por la cara,
las manos, de nuevo la cara, la nariz, la cabeza y de nuevo la cara... Uno
normalmente no entra en crisis existencial porque le fastidia una mosca. Si lo
que hago copa mi atención, espantaré a las moscas sin darle mayor importancia.
Así también cuanto noa asalten las imaginaciones impuras: distraernos con algo
que nos guste. Muchas veces no será algo espiritual. Puede ser el fútbol, el
deporte, repasar los estudios, hacer ecuaciones matemáticas, etc. Lo que sea,
con tal de que sea honesto y nos distraiga de los pensamientos impuros.
La castidad no es una virtud de ángeles, sino de hombres. No desnaturaliza a la
persona, sino que encauza las tendencias para que el ejercicio de las mismas
conduzca al verdadero bien del hombre. La castidad no es una virtud sólo de los
consagrados, sino un modo de vivir de todo cristiano y de todo hombre cabal. No
es más feliz quien rechaza la castidad, sino quien la vive de acuerdo con su
estado de vida. Llevada – a veces sufrida – con sentido sobrenatural es fuente
de amor y de entrega generosa. El hombre casto, la mujer casta, cuando viven la
castidad “en cristiano”, alcanzan la plenitud del amor, porque la castidad no
es otra cosa que el amor, vivido con totalidad. Vale la pena, pues, ser castos,
ya sea en el matrimonio, ya sea en la vida consagrada, ya sea en el noviazgo...
La castidad es la virtud que integra la sexualidad en el grande horizonte del
amor verdadero que tiende a Dios como Objeto y fin último, y que permite amar
al prójimo ordenadamente, como a uno mismo, e incluso mejor: como Cristo nos
amó.
Por: P. Marcelo Bravo, L.C. (Profesor de filosofía de
la religión, UPRA. Roma). |