¿Qué se
puede hacer para que se conozcan y se vivan mejor los aspectos centrales de la
familia cristiana?
1. La
familia a la luz de la Biblia. La belleza del proyecto de Dios sobre
el matrimonio y la familia se descubre en el libro del Génesis. Ahí se presenta
al hombre y a la mujer creados por Dios a su imagen y semejanza,
quienes, al acogerse mutuamente, se reconocen hechos el uno para el otro.
Mediante la procreación de los hijos, el hombre y la mujer son colaboradores
de Dios, recibiendo y transmitiendo la vida. Luego su responsabilidad
se extiende a custodiar la creación y hacer crecer la familia humana. De esta
manera –afirma el documento de manera gráfica– el amor matrimonial
es espejo del amor divino, según aparece bellamente en el Cantar de los
Cantares y los profetas.
Desde el punto
de vista cristiano este proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia se
enriquece, al recibir un nuevo impulso y profundidad por medio de la
predicación y la vida de Jesús. Jesús vivió y creció en la familia de
Nazaret, y participó en las bodas de Caná, donde enriqueció la celebración con
el primero de sus milagros. El Nuevo Testamento le presenta como el
Esposo, por su entrega de amor a la Iglesia y a través de ella a la
humanidad. Esta entrega se manifestó y consumó en la cruz y en la resurrección.
Y la fuerza, la gracia y la misericordia de Dios se transmiten en el sacramento
del matrimonio para que los esposos puedan lograr ese proyecto de ser “una sola
carne”, capaces de amarse y ser fieles para siempre.
“Por lo tanto –se subraya en el texto–, la medida divina del amor conyugal, a la que los cónyuges están llamados por gracia, tiene su fuente en ‘la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado’ (Evangelii gaudium, 36), corazón mismo del Evangelio. El amor divino asume en ellos el amor humano con todas sus consecuencias, en plenitud de belleza: “Unidos por un vínculo sacramental indisoluble, los esposos viven la belleza del amor, de la paternidad, de la maternidad y de la dignidad de participar así en la obra creadora de Dios”. En el sacramento reciben el don de colaborar, con su amor esponsal y con la tarea de la procreación y educación de los hijos, en la misión de la Iglesia.
“Por lo tanto –se subraya en el texto–, la medida divina del amor conyugal, a la que los cónyuges están llamados por gracia, tiene su fuente en ‘la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado’ (Evangelii gaudium, 36), corazón mismo del Evangelio. El amor divino asume en ellos el amor humano con todas sus consecuencias, en plenitud de belleza: “Unidos por un vínculo sacramental indisoluble, los esposos viven la belleza del amor, de la paternidad, de la maternidad y de la dignidad de participar así en la obra creadora de Dios”. En el sacramento reciben el don de colaborar, con su amor esponsal y con la tarea de la procreación y educación de los hijos, en la misión de la Iglesia.
En los
documentos de la Iglesia
2. En los documentos de la Iglesia aparece la belleza de este proyecto con toda claridad. El Concilio Vaticano II define el matrimonio como comunidad de vida y amor, arraigada y vivificada por la presencia de Cristo y de su Espíritu (cf. GS 48-49) frente a las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. Y a la familia se la presenta como “Iglesia doméstica” (Iglesia del hogar o pequeña Iglesia), como para subrayar la relación entre la Iglesia y la familia, pues ésta la manifiesta de modo genuino.
Después del Concilio, el Magisterio de los pontífices ha seguido esta misma línea.
Pablo VI puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y fecundidad o procreación (ver su encíclica Humanae vitae).
San Juan Pablo II explicó que la familia es “camino” principal de la Iglesia: ofreció una visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y de la mujer, propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia en la sociedad, y describió cómo los esposos son enriquecidos por el Espíritu Santo para vivir su llamada a la santidad (cf. Catequesis sobre el amor humano (*), Carta a las familias, de 1994, y Exhortación Familiaris consortio, de 1981).
Benedicto XVI recalcó que “el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (enc. Deus caritas est, 11). El amor es principio de vida en la sociedad, abre a los esposos a darse a los hijos, procurando su bien, y así es principio de experiencia para que todos se abran al bien común (cf. enc. Caritas in veritate, 44).
Francisco ha afirmado que la fe cristiana, “hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (enc. Lumen fidei, n. 53).
¿Qué se puede hacer para que este proyecto sea más conocido y mejor vivido?
3. Conocimiento de la Biblia y del Magisterio sobre el matrimonio y la familia. Basado en las encuestas correspondientes, el documento observa, respecto a la Biblia, que “queda mucho por hacer para que tal enseñanza se convierta en el fundamento de la espiritualidad y la vida de los cristianos” y un juicio similar valdría para los documentos magisteriales. Para ello propone:
- que se mejore la formación del clero y la calidad de la predicación en estos temas (convendrá tenerlo presente en los cursos de formación permanente);
- que se procure que los fundamentos bíblicos del matrimonio y de la familia estén más presentes en la formación y educación de los cristianos (habría que concretar esto tanto en la enseñanza escolar como en la catequesis);
- que se muestre sobre todo el valor humano y existencial de las verdades de la fe y de los documentos de la Iglesia sobre estos aspectos(es decir, cómo realmente pueden ayudar a los matrimonios, iluminar y animar la atención hacia los niños, los jóvenes, los ancianos, etc., e impulsar el papel humanizador y evangelizador de las familias);
- que se expliquen mejor algunas cuestiones desde el respeto a toda vida humana, poniendo de relieve los problemas que se plantean en algunas prácticas y conductas, como sucede en torno al control de los nacimientos, el divorcio y las nuevas nupcias, la homosexualidad, la convivencia, la fidelidad y las relaciones prematrimoniales, la fecundación in vitro, etc. (todo ello debe ser explicado con claridad y caridad);
- que esta formación se inscriba cada vez mejor en “una auténtica experiencia cristiana”, que incluye el encuentro personal y comunitario con Cristo en la Iglesia (quizá este es uno de los puntos por donde habría que comenzar);
- que se procure una “mayor integración entre espiritualidad familiar y moral”; es decir, una formación que ayude a buscar la santidad y las virtudes precisamente en el cuidado y atención a la familia y en su aportación a la sociedad, y teniendo en cuenta los valores sociales y morales que se aprecian en las culturas locales (este es un punto clave que implica fomentar la oración personal y familiar, contando con la vida sacramental: la Confirmación a los ya bautizados, la Eucaristía, la Confesión sacramental, etc.);
- que se estudie cómo superar el contraste entre los valores cristianos y los que propugna la cultura dominante: hedonismo y relativismo, materialismo e individualismo, fragilidad de las relaciones interpersonales, rechazo a los compromisos, y otras propuestas de la “cultura del descarte” y de lo “provisional” (aquí habría que mostrar las deficiencias de estos planteamientos frente a la plenitud de lo humano, tal como lo presenta el mensaje del Evangelio);
- que se ayude a superar la desconfianza creada por las ideologías ateas en muchos países, y también algunas dificultades propias de culturas tribales y tradiciones ancestrales, como la poligamia;
- que se dediquen a la formación sobre el matrimonio y la familia más recursos humanos y económicos;
- que se cuente, tanto a nivel local como internacional, con el apoyo de centros académicos especializados –como el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia– y que se profundice en la “teología del cuerpo”;
- que se cuide especialmente la educación de los jóvenes, sobre todo por parte de los padres (educación que comienza por su propio testimonio);
- y que se mejore el acompañamiento formativo de las parejas que se preparan al matrimonio.
2. En los documentos de la Iglesia aparece la belleza de este proyecto con toda claridad. El Concilio Vaticano II define el matrimonio como comunidad de vida y amor, arraigada y vivificada por la presencia de Cristo y de su Espíritu (cf. GS 48-49) frente a las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. Y a la familia se la presenta como “Iglesia doméstica” (Iglesia del hogar o pequeña Iglesia), como para subrayar la relación entre la Iglesia y la familia, pues ésta la manifiesta de modo genuino.
Después del Concilio, el Magisterio de los pontífices ha seguido esta misma línea.
Pablo VI puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y fecundidad o procreación (ver su encíclica Humanae vitae).
San Juan Pablo II explicó que la familia es “camino” principal de la Iglesia: ofreció una visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y de la mujer, propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia en la sociedad, y describió cómo los esposos son enriquecidos por el Espíritu Santo para vivir su llamada a la santidad (cf. Catequesis sobre el amor humano (*), Carta a las familias, de 1994, y Exhortación Familiaris consortio, de 1981).
Benedicto XVI recalcó que “el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (enc. Deus caritas est, 11). El amor es principio de vida en la sociedad, abre a los esposos a darse a los hijos, procurando su bien, y así es principio de experiencia para que todos se abran al bien común (cf. enc. Caritas in veritate, 44).
Francisco ha afirmado que la fe cristiana, “hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (enc. Lumen fidei, n. 53).
¿Qué se puede hacer para que este proyecto sea más conocido y mejor vivido?
3. Conocimiento de la Biblia y del Magisterio sobre el matrimonio y la familia. Basado en las encuestas correspondientes, el documento observa, respecto a la Biblia, que “queda mucho por hacer para que tal enseñanza se convierta en el fundamento de la espiritualidad y la vida de los cristianos” y un juicio similar valdría para los documentos magisteriales. Para ello propone:
- que se mejore la formación del clero y la calidad de la predicación en estos temas (convendrá tenerlo presente en los cursos de formación permanente);
- que se procure que los fundamentos bíblicos del matrimonio y de la familia estén más presentes en la formación y educación de los cristianos (habría que concretar esto tanto en la enseñanza escolar como en la catequesis);
- que se muestre sobre todo el valor humano y existencial de las verdades de la fe y de los documentos de la Iglesia sobre estos aspectos(es decir, cómo realmente pueden ayudar a los matrimonios, iluminar y animar la atención hacia los niños, los jóvenes, los ancianos, etc., e impulsar el papel humanizador y evangelizador de las familias);
- que se expliquen mejor algunas cuestiones desde el respeto a toda vida humana, poniendo de relieve los problemas que se plantean en algunas prácticas y conductas, como sucede en torno al control de los nacimientos, el divorcio y las nuevas nupcias, la homosexualidad, la convivencia, la fidelidad y las relaciones prematrimoniales, la fecundación in vitro, etc. (todo ello debe ser explicado con claridad y caridad);
- que esta formación se inscriba cada vez mejor en “una auténtica experiencia cristiana”, que incluye el encuentro personal y comunitario con Cristo en la Iglesia (quizá este es uno de los puntos por donde habría que comenzar);
- que se procure una “mayor integración entre espiritualidad familiar y moral”; es decir, una formación que ayude a buscar la santidad y las virtudes precisamente en el cuidado y atención a la familia y en su aportación a la sociedad, y teniendo en cuenta los valores sociales y morales que se aprecian en las culturas locales (este es un punto clave que implica fomentar la oración personal y familiar, contando con la vida sacramental: la Confirmación a los ya bautizados, la Eucaristía, la Confesión sacramental, etc.);
- que se estudie cómo superar el contraste entre los valores cristianos y los que propugna la cultura dominante: hedonismo y relativismo, materialismo e individualismo, fragilidad de las relaciones interpersonales, rechazo a los compromisos, y otras propuestas de la “cultura del descarte” y de lo “provisional” (aquí habría que mostrar las deficiencias de estos planteamientos frente a la plenitud de lo humano, tal como lo presenta el mensaje del Evangelio);
- que se ayude a superar la desconfianza creada por las ideologías ateas en muchos países, y también algunas dificultades propias de culturas tribales y tradiciones ancestrales, como la poligamia;
- que se dediquen a la formación sobre el matrimonio y la familia más recursos humanos y económicos;
- que se cuente, tanto a nivel local como internacional, con el apoyo de centros académicos especializados –como el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia– y que se profundice en la “teología del cuerpo”;
- que se cuide especialmente la educación de los jóvenes, sobre todo por parte de los padres (educación que comienza por su propio testimonio);
- y que se mejore el acompañamiento formativo de las parejas que se preparan al matrimonio.
Como se observa, no se puede decir que falten sugerencias.
Con la ayuda del sínodo, con la oración, el estudio y el diálogo, hemos de ver
cómo se articulan estas y otras propuestas de modo orgánico y eficaz.
Por: Ramiro Pellitero