Su misión es traer la paz a este mundo dividido y enfrentado por muchos odios y rencores
Hay
palabras de Jesús que sólo se entienden a la luz de la opción que el hombre
tome por él. Son palabras que ponen de relieve la decisión a favor o en contra
de Jesús. Su persona aparece como un «signo de contradicción», porque, aun
habiendo dado signos de creer en él, muchos lo rechazaron y lo rechazarán hasta
el fin de la historia. Una de esas enigmáticas palabras es la que aparece en el
texto del evangelio de este domingo.
Dice Jesús: «¿Pensáis que he venido a
traer paz a la tierra? No, sino división». La contradicción que suponen estas
palabras reside en el hecho de que, al nacer Jesús, los ángeles cantan gloria a
Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor. San Pablo
dice que Cristo es «nuestra paz». Y el propio Jesús se opone a todo tipo de
violencia y discordia entre los hombres. ¿Por qué dice que trae división?
Antes
de hacer esta afirmación, Jesús habla de su propio destino con palabras
simbólicas, cargadas de significación. Dice: «He venido a prender fuego a la
tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser
bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!» (Lc 12,49-50). La imagen
del bautismo alude claramente a la muerte que tiene que padecer. Su destino se
cumplirá de modo trágico en la cruz.
Cristo,
ciertamente, es el Príncipe de la paz, como lo llama Isaías. Ha venido para
establecer la paz entre Dios y los hombres. Pero esa paz se recibe o no
libremente, mediante la fe en él. A lo largo de su vida, y especialmente en su
pasión, Jesús enseña a los suyos a ofrecer siempre la paz, a resolver los
conflictos entre los hombres mediante el perdón y la misericordia, a no
vengarse de nadie y a amar a los enemigos. Sus primeras palabras en la cruz
fueron para excusar a quienes lo crucificaron porque no sabían lo que hacían.
Y, una vez resucitado de entre los muertos, otorga la paz a los apóstoles para
que a su vez la entreguen al mundo con el sacramento del perdón.
El secreto es
que la paz que Jesús otorga no es como la que da el mundo. Se trata de una paz
no exenta de contradicción, la misma que sufrió él. Por eso, dice a los suyos
que también ellos experimentarán la división que él ha traído. En este sentido,
el destino de los cristianos está íntimamente unido al de Cristo. Desde el
comienzo del cristianismo ha habido mártires, que han experimentado en su
propia carne la división de la que habla Jesús. Han sido bautizados, como
Cristo, en su propia sangre. Jesús advierte en más de una ocasión a los
discípulos que el siervo seguirá la misma suerte que su Señor, porque el
discípulo no es mayor que su Maestro.
Cuando
Jesús es arrestado en Getsemaní, uno de los que estaban con él sacó la espada
para defenderlo y cortó la oreja a un siervo del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
«Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt
26,52). Nada hace Jesús para defenderse, ni presenta resistencia a su
detención. Su misión es traer la paz a este mundo dividido y enfrentado por
muchos odios y rencores. La paradoja está en que, quien trae la paz, siembra
división a favor o en contra de él.
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César Franco Martínez
Obispo
de Segovia