Con Irene “nació una forma nueva y profética de maternidad, aquella de las madres de vocación, mujeres que durante su existencia se han hecho cargo de niños que no han tenido ningún otro afecto"
En
plena Segunda Guerra Mundial, Irene Bertoni tenía 18 años y descubrió el
llamado de Dios a ser madre por vocación, adoptó dos niños abandonados y con la
bendición de su obispo fundó junto al sacerdote Zeno Saltini la obra católica
Nomadelfia.
Mamma Irene vivió plenamente su llamado y
falleció el 15 de mayo pasado, solemnidad de Pentecostés, a los 93 años de
edad: fue la madre adoptiva de 58 hijos y ejemplo para decenas de mujeres que
siguieron su camino.
San Juan Pablo II visitó esta comunidad en 1989 y elogió
su estilo de vida porque
le recordaba al de los primeros cristianos. También han recibido la bendición
del Papa Francisco.
El Obispo de Grosseto, Italia, Mons.
Rodolfo Cetoloni, llevó las condolencias del Papa Francisco y dijo que con
Irene “nació una forma nueva y profética de maternidad, aquella de las madres
de vocación, mujeres que durante su existencia se han hecho cargo de niños que
no han tenido ningún otro afecto, y ellas los hicieron crecer y los
convirtieron en hombres y mujeres cristianos”.
El
Obispo de Grosseto añadió que la “primera madre de Nomadelfia” tomó en serio la
llamada del Evangelio a la “fecundidad de la vida, que es de todos, y el
respeto por cada existencia (…) de la que se hizo cargo amándola y cuidando a
los más pequeños, que son definidos hoy por el Papa Francisco como los
‘descartados’ de una sociedad que continúa marginando y excluyendo”.
“Debemos agradecer a Irene y a todas las
madres de vocación por este servicio que Nomadelfia ha generado y ofrecido a
nuestro tiempo”, expresó.
El diario L’Avvenire de la Conferencia Episcopal Italiana
publicó las palabras de Elisa Tirabassi, bisnieta adoptiva de Irene que indicó
que la misión de la vida de “madre de Nomadelfia” siempre fue hacer el bien.
También recordó que la cocina de su
bisabuela “había un olor a café y el ambiente era relajado, como un lugar donde
reinaba la calma y se vivía en paz”. Indicó que Irene los esperaba hasta tarde
a que regresaran de trabajar y que se desvivía por atenderlos y que no les
faltara nada.
“Finalmente, cuando la cena estaba
servida, se sentaba frente a mí con su espléndida y desarmante sonrisa que
iluminaba una cara de la cual parecían desaparecer todas las señales dejadas
por el tiempo y por su intensa vida”, manifestó.
Fuente: ACI