La mansedumbre, la
ternura y la dedicación que Jesús de Nazaret desplegó, en su tiempo, “al
pueblo oprimido por el diablo” nos haría falta ahora con gran urgencia
Jesús
ha venido a sanar los corazones afligidos y creo –lo digo con el mayor respeto—
que en los últimos tiempos se le ha multiplicado ese trabajo. Mejorado los
niveles de salud primaria en los países desarrollados, nos atacan enfermedades
más sutiles como la depresión, el aislamiento patológico, la soledad. La crisis
económica ha traído un incremento notable de las enfermedades depresivas. Y no
se olvide por ejemplo, que en España, las muertes por suicidio son las más
numerosas, tras el descenso de los fallecimientos por accidentes de tráfico.
Pero
además a todo ello se llega por problemas de convivencia provocados por el
egoísmo, el miedo, la avaricia. No se trata, desde luego, de hacer un retrato
psicológico de nuestras sociedades modernas, pero si es verdad que la
mansedumbre, la ternura y la dedicación de que Jesús de Nazaret desplegó, en su
tiempo, “al pueblo oprimido por el diablo” nos haría falta ahora con gran
urgencia.
JESÚS
EN LA TIERRA
Ciertamente
que no vamos a pedir que Jesús baje a la tierra, porque en realidad no se ha
ido. Queda presente en la mesa del Pan y de la Palabra. Sagradas Escrituras y
Eucaristía son instancias de presencia real del Señor. Siendo el Cuerpo y la
Sangre de Cristo su indeleble cercanía para todos. ¿Qué quiere decir esto? Pues
que quienes sabemos de esa presencia debemos acercar a los hermanos a la
realidad que nosotros conocemos y que es esa estancia terrenal y moderna del
Hijo del Hombre.
Y
si Él, ahora hace más de dos mil años, fue capaz de consolar a un pueblo
oprimido y sojuzgado por la mentira, la pobreza y la explotación de los
“profesionales” de la religión, también ahora hay muchas gentes que necesitan
de la verdad, del amor, de la generosidad y de la libertad siempre atacadas por
los modernos fariseos.
El
mensaje de Cristo está entre nosotros y hemos de hacerlo presente en una
sociedad que día tiene más, pero que necesita mucho más. Los principios de amor
y solidaridad han sido ocupados por los deseos de poder o de riqueza. La falta
de respeto a la vida justifica suicidio, aborto, eutanasia, pena de muerte o
terrorismo. El poderoso desprecia al débil y le lleva a la muerte física o
espiritual. El choque entre la riqueza circundante y la realidad de pobreza
severa de muchos habitantes de las grandes ciudades de los países ricos produce
formas de enfermedad mental. La crisis actual agrava ese síntoma hasta lo
inimaginable
TRATAMIENTO
DE CHOQUE
La
Iglesia celebra mañana el Día del Enfermo. Sepamos ver –y atender—al enfermo
que tenemos cerca y que no reconocemos. La medicina convencional adelanta y a
nadie le falta asistencia en, por ejemplo, España. Pero no así la medicina del
espíritu, cuyas dolencias, a veces desbordan los conocimientos de psiquiatras,
psicoanalistas y psicólogos. Y muchos de esos enfermos los tenemos cerca, los
conocemos y no los socorremos. Quedan inermes y destrozados, a la vera del
camino, como en la parábola del asaltado por los ladrones. Hace falta que
aparezca un samaritano y cargue con él hasta el hospital del Pan y de la
Palabra. Son enfermos que, en definitiva, necesitan un tratamiento de choque a
base de amor y de sonrisas. Esa es la medicina que daba Cristo allá en
Palestina, hace dos mil años.
Por Ángel
Gómez Escorial
Fuente:
Betania.es