Varios detalles indican que si
los apóstoles hubieran “inventado” la resurrección, lo habrían hecho mejor…
El
descubrimiento de la tumba vacía y las apariciones de Jesús se anunciaron en
público menos de dos meses después de su muerte, cuando muchos en Jerusalén
podrían haber desmentido los hechos.
Como
primeros testigos se indica a las mujeres, cuyo testimonio para el derecho
judío no tenía valor.
Y,
finalmente, unos hombres miedosos y recalcitrantes se lanzaron como un Big Bang
por las carreteras del Imperio para anunciarlo, jugándose la vida.
Partimos
del punto de que la resurrección de Jesús no es un dato “científico”
incontrovertible: creer en ella es siempre, en último término, un acto de fe.
Ahora bien, los testimonios sobre ella, ¿son creíbles históricamente?
Mujeres…
Quizás
el dato, curiosamente, más fiable para considerar la resurrección como un hecho
histórico, es el papel central de las mujeres – en particular de María
Magdalena –, que para el derecho judío de la época, no tenían ningún valor como
testigos.
El
judaísmo de la época de Jesús estaba embebido de “machismo”. Y de hecho, el
retrato de la mujer que surge de la Biblia no es muy confortante. En el libro
de los Proverbios, por ejemplo, se pone de relieve su naturaleza maniática,
pendenciera, lunática y melancólica.
Más
aún, en las Antigüedades Judías, el historiador judío del siglo I Flavio Josefo
escribe que “los testimonios de mujeres no valen y no son escuchados entre
nosotros, a causa de la ligereza y de la insolencia de ese sexo”.
Así
que no es históricamente plausible que los evangelistas, en el intento de
inventar con garantías una leyenda, hayan indicado precisamente a las mujeres
como testigos privilegiados del sepulcro vacío de Jesús y de sus primeras
apariciones cuando, en la sociedad judía del siglo I, no podían dar testimonio.
Podrían
haberles desmentido
Los
apóstoles anunciaron públicamente el descubrimiento de la tumba vacía y los
encuentros con el Resucitado a poca distancia de la muerte de Jesús, cuando
muchos testigos aún vivos en Jerusalén habrían podido desmentirles.
Además,
otra prueba de la credibilidad de las fuentes escritas que han llegado a
nosotros es que ningún evangelista, ni ninguna otra fuente del nuevo
testamento, narra la forma como sucedió la resurrección.
Sólo
lo hace el llamado Evangelio de Pedro, un escrito apócrifo – por tanto, no
forma parte de la Biblia – en el que se encuentra el relato más antiguo que
conocemos sobre este tema, y que presumiblemente fue redactado en Siria, hacia
la mitad del siglo II.
Los
primeros seguidores de Jesús eran sobre todo pescadores, encarnaban bien la
mentalidad semítica de entonces, no eran visionarios, necesitaban pruebas
tangibles y no promesas vanas. Y la Biblia, cuando habla de las manifestaciones
de Jesús resucitado, recalcan el carácter de experiencias concretas, de
encuentros reales.
Según
los Hechos de los Apóstoles, confirmado por las cartas de san Pablo a los
Romanos, Corintios y Gálatas, la Iglesia primitiva predicó la resurrección de
Jesús desde el principio, menos de dos meses después de la muerte de Jesús (Hch
2,24-36). Esto prueba, dado el poco tiempo transcurrido, el hecho de que las
apariciones de Jesús no podían ser elaboraciones legendarias del mensaje de la
resurrección, fruto de la fe.
Por
otro lado, ¿cómo podían los apóstoles predicar la resurrección de Jesús entre
los muertos si los habitantes de Jerusalén podían en cualquier momento mostrar
el cadáver de su maestro?
¿Alucinaciones
colectivas?
Las
apariciones (Mc 9,2-8; Mt 28,3) suceden en circunstancias normales, no en
momentos de éxtasis, ni en sueños, y no tienen esas características de gloria
apocalíptica que encontramos en otros lugares.
Para
Rinaldo Fabris, biblista y teólogo: “Las apariciones no son esperadas, no son
buscadas. No son fruto de la elaboración de un luto, o una visión, sino una
intervención exterior. Además, son diferentes de las apariciones de Dios en el
Antiguo Testamento; del Dios inefable, indecible, invisible de Abraham, Isaías
o Jeremías”.
Y no
podían tampoco ser alucinaciones colectivas, pues de lo contrario sería
imposible explicar lo que le pasó a Pablo en el camino de Damasco, algunos años
después de la aparición a Pedro, que muy probablemente sucedió en Galilea.
¿Robaron
el cuerpo?
La
noticia según la cual Pilato respondió a los sumos sacerdotes y a los fariseos
que confiaran a los guardias del templo la seguridad del sepulcro de Jesús, no
es un relato con intención apologética para acallar las voces de que la
resurrección era fruto del robo del cadáver de Jesús por parte de sus
discípulos.
Mateo
refiere que las autoridades judías difundieron la “versión” de que la tumba
estaba vacía porque los discípulos habían robado el cuerpo (Mt 28,11-15) para
proclamar su resurrección, una contra-información repetida en el siglo II, a la
cual se opone Justino en su diálogo con Trifón, y retomada en el siglo XVIII
por Reimarus.
En su
obra Dicen que ha resucitado, Vittorio Messori afirma: “Es muy lógico, muy
coherente, incluido el hecho de que el Crucificado sea definido por los
miembros del Sanedrín como plános,
impostor, y la de sus discípulos como pláne,
impostura. Y la palabra la vuelve a usar Pablo cuando rebate las acusaciones
contra los cristianos procedentes del mundo judío, como en 2 Cor 6, 8: ‘que
seamos considerados como impostores (plánoi),
cuando en realidad somos sinceros’.
Es
curioso notar que durante los siglos, hasta nuestros días, la polémica judía
contra los ‘galileos’ cristianos, se sirvió sobre todo de la acusación de
impostura y acusó al rabino Jesús de ser un impostor. Fabris explicó a Aleteia
que “la tradición cristiana de la tumba vacía nunca fue desmentida en el mundo
judío. Sencillamente, se le da una explicación distinta”.
Escándalo
para los judíos, increíble para los paganos
La
idea de un Mesías resucitado de los muertos era una idea escandalosa e
inconcebible en el contexto judío del que provenían los discípulos de Jesús, y
no podía derivar de los mitos de muerte y renacimiento de dioses y héroes de la
cultura greco-romana.
Para
los judíos, pensar en la resurrección del Mesías era uno escándalo. Existía una
cierta esperanza de resurrección a final de los tiempos, recogida en algunos
profetas (Is 26,19; Dan 12,2-3) y en los Macabeos (libro que los judíos no
reconocen como canónico, 2 Mac 7,9-14; 12,44).
Los
judíos creían (no todos) en la resurrección de los muertos como destino de todo
el pueblo de Dios, quizás de todos los hombres, pero no en la resurrección
actual de una persona. Los mismos apóstoles, como judíos devotos, creían que la
resurrección sucedería para todos al final de los tiempos.
De
hecho, muchos explican la separación del cristianismo respecto del judaísmo
pensando que los seguidores de Cristo se dejarían “contagiar” por mitos
paganos, de dioses muertos y resucitados, como Isis y Osiris en Egipto, Adonis
y Astarté, Atis y Cibeles en Asia Menor.
Con todo,
para un pagano, la idea de la resurrección estaba asociada más bien a un
“renacimiento”, no a una vida eterna totalmente distinta, a una “nueva
creación”. Y se reservaba a los seres divinos o semidivinos, no para un hombre
“cualquiera” condenado al suplicio más infamante que se podía sufrir en el
mundo grecorromano.
Fuente:
Aleteia