Las
Obras de Misericordia corporales
1. Visitar y cuidar a los enfermos
Entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a mirar a los
demás «con los ojos de Cristo»
La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un
accidente, un día de viento, un bulto extraño en la espalda, un dolor de cabeza
aparentemente inexplicable.
El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta
conocer qué está pasando. Luego busca los remedios para curarse, si esto
resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay esperanzas de
sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad
irreversible, que tal vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte.
En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela
encontrar manos amigas, consejos buenos, atenciones médicas adecuadas. Sufrir
solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir acompañados por
quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante.
Por eso, entre las obras de misericordia corporales,
la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”. De este modo, quien está
sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer mucho, ofrecen su
tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a
quienes conviven durante días o meses con la enfermedad.
La invitación de visitar a los enfermos viene del
mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía y curaba a muchos enfermos
que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al recordarnos
que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).
Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la
llamada a ser auténticos prójimos de nuestros hermanos enfermos. De modo
especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a visitar a los
enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186):
“Los cristianos que disponen de tiempo de descanso
deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos
derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo
está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a
servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”.
Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el
buen samaritano del que nos habla Jesús en el Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y
vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que acompaña al
otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi
hermano gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora
más necesitado a causa de sus sufrimientos?
Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las
obras de misericordia corporales. Vale la pena recordarlo, para aprender a
mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica “Deus
caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino
para servir y que atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo
largo del camino.
Fuente: Catholic.net
