De otras penas
que afligen al alma en este estado
1. Pero hay
aquí otra cosa que al alma aqueja y desconsuela mucho, y es que, como esta
oscura noche la tiene impedidas las potencias y afecciones, ni puede levantar
afecto ni mente a Dios, ni le puede rogar, pareciéndole lo que a Jeremías (Lm.
3, 44), que ha puesto Dios una nube delante porque no pase la oración. Porque
esto quiere decir lo que en la autoridad alegada (Lm. 3, 9) dice, es saber:
Atrancó y cerró mis vías con piedras cuadradas.
Y si algunas veces ruega, es
tan sin fuerza y sin jugo, que le parece que ni lo oye Dios ni hace caso de
ello, como también este profeta da a entender en la misma autoridad (Lm. 3, 8),
diciendo: Cuando clamare y rogare, ha excluido mi oración. A la verdad no es
éste tiempo de hablar con Dios, sino de poner, como dice Jeremías (Lm. 3, 29),
su boca en el polvo, si por ventura le viniese alguna actual esperanza,
sufriendo con paciencia su purgación. Dios es el que anda aquí haciendo
pasivamente la obra en el alma; por eso ella no puede nada.
De donde ni rezar
ni asistir con advertencia a las cosas divinas puede, ni menos en las demás
cosas y tratos temporales. Tiene no sólo esto, sino también muchas veces tales
enajenamientos y tan profundos olvidos en la memoria, que se le pasan muchos
ratos sin saber lo que se hizo ni qué pensó, ni qué es lo que hace ni qué va a
hacer, ni puede advertir, aunque quiera, a nada de aquello en que está.
2. Que, por
cuanto aquí no sólo se purga el entendimiento de su lumbre y la voluntad de sus
afecciones, sino también la memoria de sus discursos y noticias, conviene
también aniquilarla acerca de todas ellas, para que se cumpla lo que de sí dice
David (Sal. 72, 22) en esta purgación, es a saber: Fui yo aniquilado y no supe.
El cual no saber se refiere aquí a estas insipiencias y olvidos de la memoria,
las cuales enajenaciones y olvidos son causados del interior recogimiento en
que esta contemplación absorbe al alma.
Porque, para que el alma quede
dispuesta y templada a lo divino con sus potencias para la divina unión de
amor, convenía que primero fuese absorta con todas ellas en esta divina y oscura
luz espiritual de contemplación, y así fuese abstraída de todas las afecciones
y aprensiones de criatura, lo cual singularmente dura según es la intensión. Y
así, cuanto esta divina luz embiste más sencilla y pura en el alma, tanto más
la oscurece, vacía y aniquila acerca de sus aprensiones y afecciones
particulares, así de cosas de arriba como de abajo; y también, cuanto menos
sencilla y pura embiste, tanto menos la priva y menos oscura le es.
Que es cosa
que parece increíble decir que la luz sobrenatural y divina tanto más oscurece
al alma cuanto ella tiene más de claridad y pureza; y cuanto menos, le sea
menos oscura. Lo cual se entiende bien si consideramos lo que arriba queda
probado con la sentencia del Filósofo, conviene a saber; que las cosas sobrenaturales
tanto son a nuestro entendimiento más oscuras, cuanto ellas en sí son más
claras y manifiestas.
3. Y, para que
más claramente se entienda, pondremos aquí una semejanza de la luz natural y
común. Vemos que el rayo del sol que entra por la ventana, cuanto más limpio y
puro es de átomos, tanto menos claramente se ve, y cuanto más de átomos y motas
tiene el aire, tanto parece más claro al ojo. La causa es porque la luz no es
la que por sí misma se ve, sino el medio con que se ven las demás cosas que
embiste; y entonces ella, por la reverberación que hace en ellas, también se
ve, y si no diese en ellas, ni ellas ni ella se verían; de tal manera que, si
el rayo del sol entrase por la ventana de un aposento y pasase por otra de la
otra parte por medio del aposento, como no topase en alguna cosa ni hubiese en
el aire átomos en que reverberar, no tendría el aposento más luz que antes, ni
el rayo se echaría de ver; antes, si bien se mirase, entonces hay más oscuridad
por donde está el rayo, porque priva y oscurece algo de la otra luz, y él no se
ve, porque, como habemos dicho, no hay objetos visibles en que pueda
reverberar.
4. Pues ni más
ni menos hace este divino rayo de contemplación en el alma, que, embistiendo en
ella con su lumbre divina, excede la natural del alma, y en esto la oscurece y
priva de todas las aprensiones y afecciones naturales que antes mediante la luz
natural aprehendía: y así, no sólo la deja oscura, sino también vacía según las
potencias y apetitos, así espirituales como naturales, y, dejándola así vacía y
a oscuras, la purga e ilumina con divina luz espiritual, sin pensar el alma que
la tiene, sino que está en tinieblas, como habemos dicho del rayo, que, aunque
está en medio del aposento, si está puro y no tiene en qué topar, no se ve.
Pero en esta luz espiritual de que está embestida el alma, cuando tiene en qué
reverberar, esto es, cuando se ofrece alguna cosa que entender espiritual y de
perfección o de imperfección, por mínimo átomo que sea, o juicio de lo que es
falso o verdadero, luego lo ve y entiende mucho más claramente que antes que
estuviese en estas oscuridades. Y, ni más ni menos conoce la luz que tiene
espiritual para conocer con facilidad la imperfección que se le ofrece, así
como cuando el rayo que habemos dicho está oscuro en el aposento, aunque él no
se ve, si se ofrece pasar por él una mano o cualquiera cosa, luego se ve la
mano, y se conoce que estaba allí aquella luz del sol.
5. Donde, por
ser esta luz espiritual tan sencilla, pura y general, no afectada ni particularizada
a ningún particular inteligible natural ni divino, pues acerca de todas estas
aprensiones tiene las potencias del alma vacías y aniquiladas, de aquí es que
con grande generalidad y facilidad conoce y penetra el alma cualquiera cosa de
arriba o de abajo que se ofrece; que por eso dijo el Apóstol (1 Cor. 2, 10) que
el espiritual todas las cosas penetra, hasta los profundos de Dios. Porque de
esta sabiduría general y sencilla se entiende lo que por el Sabio (Sab. 7, 24)
dice el Espíritu Santo, es a saber: Que toca hasta doquiera por su pureza, es a
saber, porque no se particulariza a ningún particular inteligible ni afección.
Y ésta es la
propiedad del espíritu purgado y aniquilado acerca de todas particulares
afecciones e inteligencias, que, en este no gustar nada ni entender nada en
particular, morando en su vacío y tiniebla, lo abraza todo con grande
disposición, para que se verifique en él lo de san Pablo (2 Cor. 6, 10): Nihil
habentes, et omnia possidentes. Porque tal bienaventuranza se debe a tal pobreza
de espíritu.
Fuente: Mercaba