Una
solemne ceremonia, pidiendo el premio prometido para los "siervos buenos y
fieles" que murieron el último año: 12 cardenales; un patriarca y 99 arzobispos
y obispos
El
santo padre Francisco presidió ayer martes por la mañana en la basílica de San
Pedro, una misa solemne por los cardenales, arzobispos y obispos
fallecidos a lo largo del año. Los purpurados muertos entre el 26 de
octubre de 2014 y el 26 de octubre de 2015 son 12, y 99 los arzobispos y
obispos.
La
santa misa ha sido celebrada en el altar de la Cátedra de San Pedro, que se
encuentra en la cabecera de cruz latina que tiene la planta de la basílica,
debajo del vitral del Espíritu Santo, y en donde el artista barroco Gian
Lorenzo Bernini representó en ébano el trono de Pedro.
El Pontífice vestía paramentos rojos y dorados, así como los cardenales que se encontraban a los lados del altar. El coro pontificio de la Capilla Sixtina acompañó el rito, que incluyó en la antífona de la comunión el salmo responsorial 'De profundis': 'Desde lo hondo a ti grito Señor, el Señor escucha mi voz'
“Quien
sirve y dona, parece un perdedor a los ojos del mundo”. Pero, en realidad,
“precisamente perdiendo la vida, la encuentra”. Porque “una vida que se
desprende de sí, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y da
la vida al mundo. Quien sirve salva”. Al contrario “quien no vive para servir,
no sirve para vivir”.
Ha
invitado a pensar con gratitud también “en la vocación de estos sagrados
ministros: como indica la palabra, es sobre todo lo de ministrare, es decir,
servir”. Por eso mismo, ha indicado que mientras pedimos por el premio
prometido a los “siervos buenos y fieles”, “estamos llamados a renovar la
elección de servir en la Iglesia”.
A
propósito, el Santo Padre ha recordado que Jesús vino “para servir y no para
ser servido” y no puede “ser otra cosa que un pastor preparado para dar la vida
por sus ovejas”.
Por
otro lado, ha subrayado que el Evangelio nos recuerda que “Dios amó tanto al
mundo”. Francisco ha explicado que “se trata realmente de un amor tan
concreto, tan concreto que ha tomado sobre sí nuestra muerte”. Para salvarnos
--ha proseguido-- nos ha alcanzado allá donde habíamos acabado, alejándonos de
Dios dador de vida: en la muerte, en el sepulcro sin salida.
Del
mismo modo, el Pontífice ha recordado que el abajamiento que el Hijo ha
cumplido, arrodillándose como un siervo hacia nosotros para asumir todo lo que
es nuestro, hasta abrirnos las puertas de la vida. Haciendo
referencia al Evangelio en el que se compara a Cristo con la “serpiente
levantada”, el Santo Padre ha indicado que esta imagen lleva al episodio de las
serpientes venenosas que en el desierto atacaban al pueblo en camino. De este
modo, ha recordado que los israelitas que habían sido mordidos por las
serpientes, no morían sino que vivían si miraban a la serpiente de bronce que
Moisés, por orden de Dios, había levantado en un hasta. Una serpiente que salva
de las serpientes. “La misma lógica está presente en la cruz, a la que Cristo
se refiere hablando con Nicodemo. Su muerte nos salva de nuestra muerte”, ha
precisado Francisco.
Además,
el Santo Padre ha asegurado que a nuestros ojos la muerte aparece oscura y
angustiante. Pero Jesús no ha huído de ella, “sino que la ha tomado plenamente
sobre sí con todas sus contradicciones”.
Al
respecto, ha observado que este estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y
aniquilándose, nos enseña mucho. “Nosotros nos esperaremos una victoria divina
triunfante; Jesús sin embargo nos muestra una victoria muy humilde”, ha
añadido.
Levantado
en la cruz -- ha indicado-- deja que el mal y la muerte se ensaña contra Él
mientras continúa amando. Y para nosotros “es difícil aceptar esta realidad”.
El Papa ha asegurado que es un misterio, “pero el secreto de este misterio, de
esta humildad extraordinaria está en la fuerza del amor”.
El
Santo Padre ha explicado que en la Pascua de Jesús vemos juntos a la muerte y
al remedio de la muerte y esto es posible “por el gran amor con el que Dios nos
ha amado, por el amor humilde que se abaja, por el servicio que sabe asumir la
condición de siervo”. Así, Jesús no ha quitado el mal, sino que lo ha
transformado en bien. “No ha cambiado las cosas con palabras, sino con hechos;
no en apariencia, sino en sustancia; no en superficie, sino a la raíz” ha
explicado. El Papa ha asegurado que Jesús “ha hecho de la cruz un puente hacia
la vida”. Y también nosotros -- ha indicado-- podemos vencer con Él, si
elegimos el amor solícito y humilde, que permanece victorioso para la
eternidad.
Finalmente,
el Pontífice ha advertido que “nosotros somos llevados a amar lo que
necesitamos y deseamos. Dios, sin embargo, ama hasta el final al mundo, es
decir, a nosotros, tal y como somos”. Y así, ha invitado a los presentes a no
inquietarse por lo que “nos falta aquí abajo, sino por el tesoro de allí
arriba; no por lo que nos sirve, si no por que verdaderamente sirve”. Y así ha
concluido deseando “que sea suficiente para nuestra vida la Pascua del Señor,
para quedar libres de los afanes de las cosas efímeras, que pasan y desvanecen
en la nada”, ser “siervos según su corazón: no funcionarios que prestan un
servicio, sino hijos amados que donan la vida por el mundo”.
Fuente: Zenit