Son
pocos los hombres que tienen el corazón tan grande como para responder a la
llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra. San Francisco Javier es uno de esos. Con razón ha sido llamado: "El gigante
de la historia de las misiones" y el Papa Pío X lo nombró patrono oficial
de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la
propagación de la fe.
La
oración del día de su fiesta dice así:
"Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento
de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco
Javier". El famoso historiador Sir Walter Scott comentó: "El protestante más rígido y el filósofo
más indiferente no pueden negar que supo reunir el valor y la paciencia de un
mártir con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del
mejor negociador que haya ido nunca en embajada alguna".
Francisco
nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España.
Era el benjamín de la familia. A los
dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa
Bárbara, donde en 1528, obtuvo el grado de licenciado. Dios estaba preparando
grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco Javier tuviese como compañero
de la pensión a Pedro Favre, que sería como él jesuita y luego beato, también
providencialmente conoció a un extraño estudiante llamado Ignacio de Loyola, ya
bastante mayor que sus compañeros. Al principio Francisco rehusó la influencia
de Ignacio el cual le repetía la frase de Jesucristo: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el
mundo entero, si se pierde a sí mismo?".
Este
pensamiento al principio le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones,
pero poco a poco fue calando y retando su orgullo y vanidad. Por fin San
Ignacio logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial
que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la
santidad. Se trata de los "Ejercicios Espirituales". Francisco fue guiado por Ignacio en aquellos
días de profundo combate espiritual y quedó profundamente transformado por la
gracia de Dios. Comprendió las palabras
que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden
contentarse con los efímeros honores terrenos.
Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".
Llegó
a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de los
jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron voto de absoluta pobreza, y
resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera,
poniéndose en todo caso a la total dependencia del Papa. Junto con ellos recibió la ordenación
sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con ellos compartió las
vicisitudes de la naciente Compañía. Abandonado el proyecto de la Tierra Santa,
emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la
redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Bien dice el Libro del
Eclesiástico: "Encontrar un buen
amigo es como encontrarse un gran tesoro".
A
las Misiones
En
1540, San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India en la
primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Para embarcarse, Francisco
Javier llegó a Lisboa hacia fines de junio.
Inmediatamente, fue a reunirse con el P. Rodríguez, quien se ocupaba de
asistir e instruir a los enfermos en el hospital donde vivía. Javier se hospedó
también ahí y ambos solían salir a instruir y catequizar en la ciudad. Pasaban los domingos oyendo confesiones en la
corte, pues el rey Juan III los tenía en gran estima. Esa fue la razón por la que el P. Rodríguez
tuvo que quedarse en Lisboa. También San
Francisco Javier se vio obligado a permanecer ahí ocho meses y, fue por
entonces cuando escribió a San Ignacio:
"El rey no está todavía decidido a enviarnos a la India, porque
piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como allí". Pero Dios tenía otros planes y Francisco
Javier partió hacia las misiones el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años,
el rey le entregó un breve por el que el Papa le nombraba nuncio apostólico en
el oriente.
El
monarca no pudo conseguir que aceptase más que un poco de ropa y algunos
libros. Tampoco quiso Javier llevar
consigo a ningún criado, alegando que "la mejor manera de alcanzar la
verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo
sepa". Con él partieron a la India
el P. Pablo de Camerino, que era italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués
que aún no había recibido las órdenes sagradas.
En una afectuosa carta de despedida que el santo escribió a San Ignacio,
le decía a propósito de este último, que poseía "un bagaje de celo, virtud
y sencillez, más que de ciencia extraordinaria".
Otros
cuatro navíos completaban la flota. En el barco viajaba el gobernador de la
India, Don Martín Alfonso Sousa y, además de la tripulación, había pasajeros,
soldados, esclavos y convictos. Entre la tripulación y entre los pasajeros
había gente de toda clase, de suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas,
combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes. Francisco se encargó de catequizar a todos.
Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la nave. Convirtió su
camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los enfermos, a pesar de
que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él
también.
Pronto se desató a bordo una
epidemia de escorbuto y sólo los misioneros se encargaban del cuidado de los
enfermos. La expedición navegó meses
para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del continente
africano y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante el invierno;
después siguió por la costa este del Afrecha oriental y se detuvo en Malindi y
en Socotra. Por fin, la expedición llegó
a Goa, el 6 de mayo de 1542 tardándoles el doble de lo normal. San Francisco Javier se estableció en el
hospital hasta que llegaron sus compañeros, cuyo navío se había retrasado.
La Pérdida de la fe entre los
Cristianos de las Colonias
Goa era colonia portuguesa
desde 1510. Había ahí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y
varias iglesias. Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían dejado
arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de que
muchos abandonaban la fe. Los sacramentos habían caído en desuso; se usaba el
rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos. La
escandalosa conducta los cristianos alejaba de la fe a los infieles. Esto fue
un reto para San Francisco Javier.
Además, fuera de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de
ellos era sacerdote. El misionero comenzó por instruir a los portugueses en los
principios de la religión y a formar a los jóvenes en la práctica de la
virtud. Después de pasar la mañana en
asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones
miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y
a los esclavos al catecismo. Estos
acudían en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la
practica de la vida cristiana.
Todos los domingos celebraba la
misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las
casas. Su amabilidad y su caridad con el
prójimo le ganaron muchas almas. Uno de
los pecados más comunes era el concubinato de los portugueses de todas las
clases sociales con las mujeres del país, dado que había en Goa muy pocas
portuguesas. Tursellini, el autor de la
primera biografía de San Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe
con viveza los métodos que empleó el santo para combatir aquella vida de
pecado. Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la
moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a
los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes,
el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un
método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las canciones que él
había compuesto, lo mismo en las calles que en las casa, en los campos que en
los talleres.
Misionero con los Paravas
Cinco meses más tarde, se
enteró Javier de que en las costas de la Pesquería, que se extienden frente a
Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de
los paravas. Estos habían aceptado el
bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y
otros enemigos; pero, por falta de
instrucción, conservaban aún las supersticiones del paganismo y practicaban sus
errores1.. Javier partió en auxilio de esa tribu que "sólo sabía que era cristiana
y nada más". El santo hizo trece
veces aquel viaje tan peligroso, bajo el tórrido calor del sur de Asia. A pesar
de la dificultad, aprendió el idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar
a los ya bautizados.
Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo
a los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre de
Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito, Javier
informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan
fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos
paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San Francisco
Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase alta,
recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan reducido
que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un brahamán. Según parece, en aquella época Dios obró
varias curaciones milagrosas por medio de Javier.
Por su parte, Javier se
adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía. Con los pobres comía arroz y
dormía en el suelo de una pobre choza.
Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Con frecuencia, decía Javier de sí
mismo: "Oigo exclamar a este pobre
hombre que trabaja en la viña de Dios:
'Señor no me des tantos consuelos en esta vida; pero, si tu misericordia ha decidido
dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti '". Javier
regresó a Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas
con dos sacerdotes y un catequista indígena y con Francisco Mansilhas a quienes
dejó en diferentes puntos del país. El
santo escribió a Mansilhas una serie de cartas que constituyen uno de los
documentos más importantes para comprender el espíritu de Javier y conocer las
dificultades con que se enfrentó.
El Escándalo de los Malos
Cristianos: Espina en el Corazón
Nada podía desanimar a
Francisco. "Si no encuentro una barca- dijo en una ocasión- iré
nadando". Al ver la apatía de los
cristianos ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en esas islas
hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino
almas para salvar". Deseaba
contagiar a todos con su celo evangelizador.
El sufrimiento de los nativos a manos de los
paganos y de los portugueses se convirtió en lo que él describía como "una
espina que llevo constantemente en el corazón". En cierta ocasión, fue raptado un esclavo
indio y el santo escribió: "¿Les
gustaría a los portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un
portugués al interior del país?. Los
indios tienen idénticos sentimientos que los portugueses". Poco tiempo después, San Francisco Javier
extendió sus actividades a Travancore.
Algunos autores han exagerado el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que
fue acogido con gran regocijo en todas las poblaciones y que bautizó a muchos
de los habitantes. En seguida, escribió
al P. Mansilhas que fuese a organizar la Iglesia entre los nuevos convertidos.
En su tarea solía valerse el
santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho repetir a otros lo que
acababan de aprender de labios del misionero.
Los badagas del norte cayeron sobre los cristianos de Comoín y
Tuticorín, destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios y se llevaron a
otros muchos como esclavos. Ello
entorpeció la obra misional del santo.
Según se cuenta, en cierta ocasión, salió solo Javier al encuentro del
enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse. Por otra parte, también los portugueses
entorpecían la evangelización; así, por ejemplo, el comandante de la región
estaba en tratos secretos con los badagas.
A pesar de ello, cuando el propio comandante tuvo que salir huyendo,
perseguido por los badagas, San Francisco Javier escribió inmediatamente al P.
Mansilhas: "Os suplico, por el amor
de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin demora". De no haber sido por los esfuerzos
infatigables del santo, el enemigo hubiese exterminado a los paravas. Y hay que decir, en honor de esa tribu, que
su firmeza en la fe católica resistió a todos los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán
del norte), al enterarse de los progresos que había hecho el cristianismo en
Manar, mandó asesinar ahí a 600 cristianos.
El gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición punitiva que
debía partir de Negatapam. San Francisco
Javier se dirigió a ese sitio; pero la
expedición no llegó a partir, de suerte que el santo decidió emprender una
peregrinación, a pie, al santuario del Apóstol Santo Tomás en Milapur, donde
había una reducida colonia portuguesa a la que podía prestar sus servicios. Se
cuentan muchas maravillas de los viajes de San Francisco Javier. Además de la
conversión de numerosos pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su
exquisita cortesía, se le atribuyen también otros milagros.
Carta de Protesta al Rey
En 1545, el santo escribió
desde Cochín al rey de Portugal, en la que le daba cuenta del estado de la
misión. En ella habla del peligro en que estaban los neófitos de volver al
paganismo, "escandalizados y desalentados por las injusticias y vejaciones
que les imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad . . . Cuando nuestro
Señor llame a Vuestra Majestad a juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las
palabras airadas del Señor: '¿Por qué no
castigaste a aquellos de tus súbitos sobre los que tenías autoridad y que me
hicieron la guerra en la India? ' ".
El santo habla muy elogiosamente del vicario general en las Indias, Don
Miguel Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con plenos poderes, una vez
que éste haya rendido su informe en Lisboa.
"Como espero morir en estas partes de la tierra y no volveré a ver
a Vuestra Majestad en este mundo, ruégole que me ayude con sus oraciones para
que nos encontremos en el otro, ciertamente estaremos más descansados que en
éste".
San Francisco Javier repite sus
alabanzas sobre el vicario general en una carta al P. Simón Rodríguez, en donde
habla todavía con mayor franqueza acerca de los europeos: "No titubean en hacer el mal, porque piensan
que no puede ser malo lo que se hace sin dificultad y para su beneficio. Estoy
aterrado ante el número de inflexiones nuevas que se dan aquí a la conjugación
del verbo 'robar'"
Malaca y el Gozo de Servir al
Señor
En la primavera de 1545, San
Francisco Javier partió para Malaca, donde pasó cuatro meses. Malaca era entonces una ciudad grande y
próspera. Albuquerque la había conquistado para la corona portuguesa en 1511 y,
desde entonces, se había convertido en un centro de costumbres licenciosas.
Anticipándose a la moda que se introduciría varios siglos más tarde, las
jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la excusa de que
trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la ciudad con gran reverencia
y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos de reforma.
En los dieciocho meses
siguientes, es difícil seguirle los pasos.
Fue una época muy activa y particularmente interesante, pues la pasó en
un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a las que él da el
nombre genérico de Molucas y que es difícil identificar con exactitud. Sabemos
que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina, Ternate, Gilolo y
otros sitios, en algunos de los cuales había colonia de mercaderes portugueses. Aunque sufrió mucho en aquella misión,
escribió a San Ignacio: "Los
peligros a los que me encuentro expuesto y los trabajos que emprendo por Dios,
son primavera de gozo espiritual. Estas
islas son el sitio del mundo en que el hombre puede más fácilmente perder la
vista de tanto llorar; pero se trata de lágrimas de alegría. No recuerdo haber gustado jamás tantas
delicias interiores y los consuelos no me dejan sentir el efecto de las duras
condiciones materiales y de los obstáculos que me oponen los enemigos
declarados y los amigos aparentes".
De vuelta a Malaca, el santo pasó ahí otros cuatro meses predicando.
Antes de volver a la India, oyó hablar del Japón a unos mercaderes portugueses
y conoció personalmente a un fugitivo del Japón, llamado Anjiro. Javier desembarcó nuevamente en la India, en
enero de 1548.
Pasó los siguientes quince
meses viajando sin descanso entre Goa, Ceilán y Cabo de Comorín, para
consolidar su obra (sobre todo el "Colegio Internacional de San
Pablo" en Goa) y preparar su partida al misterioso Japón, en el que hasta
entonces no había penetrado ningún europeo. Escribió la última carta al rey
Juan III, a propósito de un obispo armenio y de un fraile franciscano. En ella
decía: "La experiencia me ha enseñado que Vuestra Majestad tiene poder
para arrebatar a las Indias sus riquezas y disfrutar de ellas, pero no lo tiene
para difundir la fe cristiana".
Japón
En abril de 1549, partió de la
India, acompañado por otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano
coadjutor, por Anjiro (que había tomado el nombre de Pablo) y por otros dos
japoneses que se habían convertido al cristianismo. El día de la fiesta de la Asunción
desembarcaron en Kagoshima, Japón. En Kagoshima, los habitantes los dejaron en
paz. San Francisco Javier se dedicó a
aprender el japonés lo cual no era nada fácil para el. Sin embargo logró
traducir al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que
repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de
trabajo, había logrado unas cien conversiones.
Ello provocó las sospechas de las autoridades, las cuales le prohibieron
que siguiese predicando. Entonces, el
santo decidió trasladarse a otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo al
cuidado de los neófitos. Antes de partir
de Kagashima, fue a visitar la fortaleza de Ichku; ahí convirtió a la esposa
del jefe de la fortaleza, al criado de ésta, a algunas personas más y dejó la
nueva cristiandad al cargo del criado.
Diez años más tarde, Luis de Almeida, médico y hermano coadjutor de la
Compañía de Jesús, encontró en pleno fervor a esa cristiandad aislada.
San Francisco Javier se
trasladó a Hirado, al norte de Nagasaki.
El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros, de suerte que
en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho en Kagoshima
en un año. El santo dejó esa cristiandad
a cargo del P. de Torres y partió con el hermano Fernández y un japonés a
Yamaguchi, en Honshu. Ahí predicó en las
calles y delante del gobernador; pero no tuvo ningún éxito y las gentes de la
región se burlaron de él.
Javier quería ir a Miyako
(Kioto), que era entonces la principal ciudad del Japón. Después de trabajar un mes en Yamaguchi,
donde apenas cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos
compañeros. Como el mes de diciembre
estaba ya muy avanzado, los aguaceros, la nieve y los abruptos caminos hicieron
el viaje muy penoso. En febrero, llegaron los misioneros a Miyako.
Ahí se enteró el santo de que
para tener una entrevista con el mikado necesitaba pagar una suma mucho mayor a
la que poseía. Por otra parte, como una
guerra civil hacía estragos en la ciudad, San Francisco Javier comprendió que,
por el momento, no podía hacer ningún bien ahí, por lo cual volvió a Yamaguchi,
quince días después. Viendo que la pobreza de su persona se convertía en un
obstáculo para llegar al gobernador, se vistió con gran pompa y fue al
gobernador escoltado por sus compañeros, con toda la regalía de su título de
embajador de Portugal. Le entregó las cartas que le habían dado para el caso
las autoridades de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos
anteojos, entre otras cosas. El
gobernador quedó encantado con esos regalos, dio al santo permiso de predicar y
le cedió un antiguo templo budista para que se alojase mientras estuviese ahí.
Habiendo obtenido así la protección oficial, San Francisco Javier predicó con
gran éxito y bautizó a muchas personas.
Habiéndose enterado de que un
navío portugués había atracado en Funai (Oita) de Kiushu, el santo partió para
allá y resolvió partir en ese barco a visitar sus comunidades cristianas en la
India antes de hacer el deseado viaje a China.
Los cristianos del Japón, que eran ya unos 2000 quedaron al cuidado del
P. Cosme de Torres y del hermano Fernández.
A pesar de las dificultades que sufrió, San Francisco Javier opinaba que
"no hay entre los infieles ningún pueblo más bien dotado que el
japonés".
Regreso a la India y expedición
a la China
La cristiandad había prosperado
en la India durante la ausencia de Javier; pero también se habían multiplicado
las dificultades y los abusos, tanto entre los misioneros como entre las
autoridades portuguesas, y todo ello necesitaba urgentemente la atención del
santo. Francisco Javier emprendió la tarea con tanta caridad como firmeza.
Cuatro meses después, el 25 de abril de 1552, se embarcó nuevamente, llevando
por compañeros a un sacerdote y un estudiante jesuitas, un criado indio y un
joven chino que hubiera sido su intérprete si no hubiese olvidado su lengua natal.
En Malaca, el santo fue recibido por Diego Pereira, a quien el virrey de la
India había nombrado embajador ante la corte de China.
San Francisco tuvo que hablar
en Malaca sobre dicha embajada con Don Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama,
que era el jefe en la marina de la región. Como Alvaro de Ataide era enemigo
personal de Diego Pereira, se negó a dejar partir Pereira y a Francisco Javier,
tanto en calidad de embajador como de comerciante. Ataide no se dejó convencer
por los argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando éste le mostró el
breve de Paulo III por el que había sido nombrado nuncio apostólico. Por el
hecho de oponer obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la
excomunión. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la
China. El santo envió al Japón al sacerdote jesuita y sólo conservó a su lado
al joven chino, que se llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder
introducirse furtivamente en China, que hasta entonces había sido inaccesible a
los extranjeros. A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla
desierta de Sancián (Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa
y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Muerte a las Puertas de China
Por medio de una de las naves,
Francisco Javier escribió desde ahí varias cartas. Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien
el santo decía: "Si hay alguien que
merezca que Dios le premie en esta empresa, sois vos. Y a vos se deberá su éxito". En seguida, describía las medidas que había
tomado: con mucha dificultad y pagando
generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a
desembarcar de noche en Cantón, no sin exigirle que jurase que no revelaría su
nombre a nadie. En tanto que llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier
cayó enfermo. Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se
encontró en la miseria. En su última carta escribió: "Hace mucho tiempo que no tenía tan
pocas ganas de vivir como ahora". El mercader chino no volvió a presentarse.
Su cuerpo se conserva
incorrupto
Uno de los tripulantes del
navío había aconsejado que se llenase de barro el féretro para poder trasladar
más tarde los restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al
quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba
perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del
cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a
Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, excepto Don Alvaro de
Ataide. Al fin del año, fue trasladado a
Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Ahí reposa
todavía, en la iglesia del Buen Jesús.
Francisco Javier fue canonizado
en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e
Isidro el Labrador.
NOTAS
1 -El P. Coleridge, S. J.: "Probablemente todos los misioneros que
han ido a regiones en las que sus compatriotas se hallaban ya establecidos . .
. han encontrado en ellos a los peores enemigos de su obra de
evangelización. En este sentido, las
naciones católicas son tan culpables como las protestantes. España, Francia y Portugal son tan culpables
como Inglaterra y Holanda".
2 Antonio describió los últimos
días del santo, en una carta a Manuel Teixeira, el cual la publicó en su
biografía de San Francisco Javier.
Fuente. Corazones


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