| No estaba en la rebeldía, no estaba en el alcohol ni la parranda, tampoco en el Yoga. Allí sólo había mentira. Sólo Dios podría dar respuesta y devolverla a la vida. |
Aún recuerda el fervor de su abuelo Lelo cada vez que visitaba la casona
familiar en Godoy Cruz (Mendoza. Argentina) … Aferrada a su mano, la pequeña
Marisil Caparotta quedaba absorta observándole cantar a la imagen de la Virgen
María situada en el patio de su casa.
No importaba la lluvia o los temporales.
En ese pequeño gesto aprendía que la fe se configuraba como algo inherente al
ser humano y no cabía ninguna duda.
Es la menor de seis hermanos
dentro de una familia en cuya sangre fluyen melodías armoniosas guiadas por
Dios, pero en el caso suyo, confidencia a Portaluz,
fue más complejo el proceso hacia esa verdad.
Desde pequeña cantaba,
hacía ballet y su vida estaba “muy centrada en el arte”. Luego vino la rebeldía
y el deseo de alcanzar la libertad fuera de su hogar… detonantes de una travesía
con destino incierto. “Decidí dejar las clases de canto y de ballet y quería ser
como del rebaño, igual a mis compañeras, que no tenían una vida vinculada al
arte. Recuerdo que murieron los padres de Carolina, mi amiga, producto de un
trágico accidente. Todo ello lo tomé como excusa y dije que no iba a actuar más.
Me fui a vivir a la casa de esta chica. Mis padres me lo respetaron porque lo
veían como un acto bueno, de amor. Pero lo que estaba buscando era escaparme de
mi casa, de todo ese ámbito al que ya no quería pertenecer más”.
El impacto de una ruptura
familiar
Pero fue estando fuera del hogar que debió
enfrentar un dolor inesperado. Tenía 21 años cuando supo que Alberto y Adelina,
sus padres, se separaban. “Después de muchas salidas (ir de farra), mucho
alcohol, de irresponsabilidad conmigo, empecé a estudiar Derecho por tres años,
pero lo dejé. Después estudié Ciencias de la Educación y al año lo
deseché”.
Transcurría el verano del 2001 cuando Adelina, su madre,
decidía emigrar a Estados Unidos y le propuso que se viniera un tiempo de viaje,
con ella. “Viajamos a Miami, estuve tres meses con mi mamá y creo que me hizo
muy bien el contacto con ella. Verla reivindicada, fuerte. Allá me pidió que
volviera a estudiar, y de manera inexplicable, reaccioné, acepté. En ese
entonces, tenía ella una escuela de canto y empecé a trabajar en la secretaría
de ese lugar. Viendo cómo otros aprendían, decidí estudiar Pedagogía en Música,
en Mendoza (Argentina), por dos años. En eso estaba cuando Miriam, una de mis
hermanas me invitó a Chile. Ella es una cantante muy buena que ha hecho una
carrera linda en el Teatro Municipal de la capital de ese país y dijo que me
fuese a probar suerte y estudiar, porque en Santiago había muchas probabilidades
de trabajo”.
Buscando
trascendencia, tras la muerte de su madre
Llegó a Chile
y en los pasillos del Teatro Municipal de la capital conoció a Eduardo, un
experimentado flautista con quien se casó el año 2004. Durante esta época, ya
instalada en Chile, recibió a su madre de visita. Sería también la
despedida.
“Ella cuidaba a mi hijo Emiliano. Fue después de un chequeo
de rutina que descubrieron el cáncer y murió al año siguiente. Hoy sé que fueron
sus oraciones, antes de morir, las que me permitieron buscar…”, confiesa Marisil
y agrega: “Tras su muerte sentí una necesidad de un propósito de trascendencia
en mi vida, de querer hacer algo, pero me equivoqué de camino... empecé a hacer
un curso de Yoga, un par de años, el 2007, época en que estaba embarazada de mi
otro bebé. Allí decían que podías convertirte en un super hombre o una super
mujer. Y empiezas a sentir que todo está bajo tu control, que se debe trabajar,
meditar hacer tales posturas, que si haces eso, tendrás un control absoluto de
tu vida… ¡mentira!”.
El yoga no era
el camino
Comenzó a deprimirse y por más que acudía
obediente a sus prácticas de yoga no mejoraba. A comienzos de 2012 lentamente
sus fuerzas le impedían incluso levantarse de la cama. “Me compré estimulantes
vitamínicos, y me preguntaba por qué no tenía fuerzas. Luego fui al médico y me
diagnosticó una depresión galopante y me recetaron medicinas. Mientras ocurría
esto, seguía con mis proyectos pero sentía un vacío…”.
“Dios se
encargaría de hacerme ver que en el Yoga no estaba el todo, que no era la vía…”,
sentencia. En estos días de penumbra, como un destello apareció, nos cuenta, un
anuncio en Facebook convocando a un casting para una obra musical, de contenidos
cristianos, llamada De Simón a Pedro. Se sintió atraída y postuló.
“Como estaba sin energía, lo hice mal, pero Víctor, el director de la obra, a lo
mejor vio el dolor y la necesidad de Dios dentro de mi alma, y me dejó para
trabajar en el elenco”.
Simón Pedro
toca su corazón
La obra es un musical basada en los
acontecimientos bíblicos de Simón, el pescador que sería llamado por Jesús a
constituirse en su Vicario. Tal como le ocurrió al apóstol, el encuentro con
Cristo, al fragor de los ensayos y puesta en escena de la obra, transformó a
Marisil. “Me hice muy amiga de Claudia, esposa de Víctor y ella iba mucho a mi
casa, nos juntábamos y empezamos a leer la biblia, reflexionarla. Se empezó a
gestar un cambio milagroso”.
Montaron las presentaciones y actuaron en
diversos establecimientos educacionales y universidades. Incluso la
Arquidiócesis de Santiago, por medio de la Vicaría para la Educación, patrocinó
su trabajo. Marisil verificaba día a día los signos de Dios y vivenció un hecho
extraordinario, que lo tomó como un mensaje claro. “Siempre me grabo cuando
canto durante el ensayo. Cuando estábamos preparando una de las presentaciones
puse una grabadora y registré la parte que me tocaba cantar a mí. Era una
canción del Cordero de Dios, llamada «Preciosa Sangre» y se cantaba a Cristo
crucificado.
Escuché el audio en mi casa y la mitad de la grabación salía mi
voz, mientras que en la otra mitad se oía un coro de ángeles, un órgano de
Iglesia, con una acústica majestuosa. A lo que terminaba el track, veo que los
números no seguían corriendo, pero la música aún sonaba. Esto lo compartí con
Claudia y Víctor. Ellos buscaron en la red algún tema que se asemeje a lo que
estás escuchando y apareció semejante a un coro que cantaba una composición
denominada Agnus Dei, el Cordero de Dios, y que era la misma canción que estaba
cantando. Entonces, para mí eso fue un regalo enorme. Sentí que Dios me regaló
esto con mucha misericordia, para que yo crea que él es mi lugar, mi
camino”.
Fuente: Portaluz
