Muchas veces rezamos con fervor y, sin embargo, pareciera que Dios está muy ocupado y no escucha nuestras oraciones; sin embargo, esa no es la realidad, Él siempre oye
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Jeffrey Bruno |
Dios siempre
nos escucha, pero si no obtenemos respuesta pronta a nuestras oraciones creemos
que no lo hace. ¿Qué está ocurriendo, entonces?
1. ¿Por qué
Dios no me da lo que le pido?
Esta es una de
las grandes cuestiones que se suscitan alrededor de la fe, y que se ha
formulado desde el principio. A ella respondió san Agustín, uno de los grandes
pilares del pensamiento cristiano.
Comentando la
primera Epístola de san Juan, san Agustín se encuentra con la frase “y
recibiremos de Él cuanto pidamos, porque guardamos sus mandamientos y hacemos
lo que es grato a sus ojos” (1 Jn
3, 22).
Y, sin embargo,
menciona a san Pablo, cuando pide a Dios que le libere de “ese aguijón de la
carne, ángel de Satanás, que me abofetea”, pero explícitamente no se le concede
(cfr. 2 Cor 12, 7-9).
Aquí se plantea
pregunta y respuesta: “¿Pero por qué? Porque no le convenía".
"Por eso
fue escuchado en cuanto a la salvación el que no fue escuchado en su voluntad.
(…) Discernamos las atenciones de Dios. Encontramos quienes no son escuchados
en su voluntad, pero lo son en su salvación, y también quienes son escuchados
en su voluntad y no en cuanto a su salvación”.
El
sufrimiento del justo
El ejemplo que
pone es muy significativo: el libro de Job. Allí lo que se lee en un principio
es que quien es atendido en sus peticiones no es Job, el hombre bueno por
antonomasia, sino el diablo, el malo por excelencia.
Esto entra
dentro de una cuestión aún más general: la del sufrimiento del justo.
En el Antiguo
Testamento se aprecia la progresividad de la Revelación. Al principio la
promesa por la obediencia a Dios es temporal, la tierra prometida –que “mana
leche y miel”- y la subsiguiente paz y prosperidad.
El libro de Job
se plantea el sufrimiento del justo en este contexto. No hay duda de que Job es
bueno, pero sufre lo indecible. ¿Por qué?
La única
respuesta que se da es que los designios de Dios son inescrutables: Él
sabe más.
Desde luego, es
cierto; y en creencias como el islam, esta es la respuesta previsible. Pero en
la historia de la salvación esto no queda así.
En uno de los
últimos relatos del Antiguo Testamento, el martirio de los siete hermanos
macabeos con su madre (2 Mac 7),
se sigue hablando del castigo por los pecados, pero la perspectiva es ya la
eternidad.
El último
hermano en morir le dice a Antíoco que “nosotros sufrimos por nuestros pecados,
y si el Señor viviente se ha irritado con nosotros por un breve tiempo para
castigarnos y corregirnos, de nuevo se reconciliará con sus siervos”.
Su madre le
había pedido que aceptara la muerte “para que, en el tiempo de la misericordia,
te recupere con tus hermanos”.
2. La
respuesta definitiva llega con el Nuevo Testamento, y tiene nombre propio:
Jesucristo
Jesucristo es
el Justo por excelencia que nos deja el gran ejemplo de la oración
aparentemente no escuchada cuando pide en el huerto de los olivos que pase de
Él este cáliz (cfr. p.ej., Lc 22,
42), que era nada menos que la Cruz. La Cruz, que aparece humanamente como
un fracaso, pero que es el instrumento para la redención y para la
glorificación de Cristo… y la nuestra.
El cristiano es
hijo, y como tal acompaña al hijo en la cruz para acompañarle también como
triunfador en la gloria. Este es nuestro definitivo bien, aunque en este mundo
sea en ocasiones nuestro doloroso bien.
Muchas veces,
cuando entramos en una iglesia y oímos el himno cuya letra –tomada de san
Pablo- dice “si con Él morimos, reinaremos con Él”, posiblemente no captamos en
el momento en profundidad lo que significa.
Pero señala el
sentido mismo de nuestra existencia, su final, y aquello respecto a lo
que Dios escucha siempre. Ahora, su oración ha servido y sirve para
que pueda seguir el mismo camino con el mismo final.
Julio de la
Vega-Hazas
Fuente: Aleteia