Hijo predilecto de Toledo, fue secuestrado en 1999 y luchó contra el ébola en 2014. «Luis era la encarnación del Evangelio en las periferias del mundo», afirman quienes le conocieron
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Foto: Fernando Redondo. Dominio público |
Cuando todos se van, nosotros, los misioneros, nos quedamos», solía decir. Nacido en Toledo, el misionero siempre llevó a su ciudad natal en el corazón. «Toledo no es una ciudad, sino un sentimiento; parte de lo que soy», afirmó en más de una ocasión. Su vocación misionera nació en la parroquia El Buen Pastor, donde encontró el boletín de los Misioneros Javerianos, comunidad que finalmente lo acogió.
Años más tarde, en Sierra Leona vivió momentos de extrema dificultad, incluidos un secuestro por parte de grupos militares rebeldes en 1999 y los estragos de la epidemia de ébola en 2014. A pesar de estos desafíos, nunca perdió su espíritu de servicio, trabajando incansablemente para apoyar a niños soldados, reconstruir comunidades y acompañar a quienes sufrían las peores consecuencias de la pobreza y el conflicto.
Fernando Redondo, animador misionero y amigo cercano del misionero fallecido, cuenta que «Luis era la encarnación del Evangelio en las periferias del mundo. Era un hombre que irradiaba sencillez y humildad. Su ausencia deja un vacío inmenso, pero también un legado que nos impulsa a seguir adelante con el compromiso misionero».
En 2015, el Ayuntamiento de Toledo reconoció su labor nombrándolo Hijo predilecto de la ciudad, una distinción que recibió «con humildad, pero mi lugar está aquí, junto a los más necesitados», afirmó por entonces. Para Fernando Redondo, el padre Luis Pérez «fue un ejemplo vivo de lo que significa ser un misionero: estar en las duras y en las maduras, siempre al servicio de los demás».
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente:
Alfa y Omega