La consagración a María es común en la Iglesia, pero la consagración a los santos es menos frecuente. Sin embargo, es una forma de hacerse acompañar por una figura familiar
Corinne Simon I Ciric |
Poco después de
que Rusia invadiera Ucrania, el Papa Francisco decidió -el 25 de marzo de 2022-
hacer la consagración
de ambos países al Inmaculado Corazón de María. Un acto que podría
parecer simbólico, dado lo que está en juego.
Sin embargo, es
un acto tradicional en la Iglesia, que se inspira en la tradición bíblica. En
sentido amplio, toda consagración consiste en "hacer sagrado", por la
efusión del Espíritu Santo, en consagrar un objeto o una persona a Dios, el
único Santo, para dedicárselo.
Así, los
ministros ordenados o el pan y el vino son consagrados, en el sentido más
fuerte del término.
Consagración
a un santo
La consagración
se extiende también a las acciones personales o comunitarias. Se trata de
ponerse voluntariamente en manos de Dios, mediante la devoción al Sagrado
Corazón, al Espíritu Santo, a la Preciosa Sangre o a María… o incluso a un
santo.
En 1689, santa
Margarita María Alacoque recibió revelaciones sobre el Sagrado Corazón y
transmitió la llamada a consagrarle el Reino de Francia. Esto no se haría hasta
un siglo más tarde, por Luis XVI, en prisión.
Al mismo
tiempo, san Luis María Grignion de Montfort llamaba a la
consagración de las almas al Corazón Inmaculado de María, que creía el camino
más rápido para llegar a Jesús.
San José u
otro santo
Pues el culto
mariano, y con mayor razón la consagración, no tiene sentido en la Iglesia si
no se ordena al culto de Dios, la "latría" o adoración que solo se
rinde a Él.
Para la Madre
de Dios, los fieles están llamados a la "hiperdulía", o veneración
singular, ya que ella tiene un "papel subordinado" (Vaticano II) en
el plan salvífico de Dios, ligeramente superior al de los santos, para quienes
se habla de simple "dulía".
En este marco,
cualquier fiel puede optar por consagrarse a cualquier santo cuyo culto esté
autorizado en la Iglesia y que le ayude a acercarse a Dios. El caso de san
José, por ejemplo, es cada vez más frecuente. Aunque también es común hacerlo
al arcángel san Miguel, santa Teresita del Niño Jesús o a Charles de Foucauld.
La intercesión
de estos siervos de Dios no puede hacer daño a la hora de guiar tu vida.
Fuente: Aleteia