Sor Paësie lleva casi 25 años salvando niños de la violencia de las pandillas, en el barrio de Sarthe de Cité Soleil, la mayor favela de Haití. El portal La Vie cuenta su historia.
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Hna. Paësie. Dominio público |
Los otros parecían esqueletos
Detrás
de una pesada puerta, 27
niñas de entre 5 y 13 años se encuentran en plena sesión de clases de
peluquería. Los uniformes del colegio, amarillo y blanco, los colores de la Familia
Kizito, están extendidos sobre una gran reja para secar. Algunos niños
interrumpen con carcajadas, mientras que otros hacen muecas de dolor.
Paule,
de 11 años, con un pequeño peine naranja en el pelo, es una de ellas. "Mis
padres están vivos. Están en Croix-des-Bouquets", susurra.
Sor
Paësie, explica: "Estaba abandonada, todavía no conocemos muy bien los
detalles. Normalmente hacemos encuestas para conocer los antecedentes de cada
uno, pero el acceso al
barrio de Croix-des-Bouquets es muy difícil en este momento, no sería
prudente ir allí y hacer preguntas".
Ciara
tiene desnutrición severa y su hermano mayor, estudiante en una de las escuelas
de Kizito, murió recientemente de hambre. "Trajimos a la pequeña aquí,
temiendo que corriera la misma suerte. Fui a ver a la familia, para comprender las circunstancias
de la muerte de su hijo mayor, y los otros tres niños parecían esqueletos.
La madre tenía una olla en la que hervía hojas. A partir de ahora lanzaremos
capacitaciones para que los docentes puedan reconocer los signos de la
anemia", comenta Sor Paësie.
La
hermana fundó en 2017 la comunidad Familia
Kizito, que lleva el nombre de un santo mártir ugandés, asesinado a
la edad de 13 años por su fe cristiana. Después de pasar 18 años en la
congregación de la Madre Teresa en Haití, donde cuidaba de niños enfermos, a
los que "quería mucho", la religiosa de 55 años, originaria de Nancy, ofrece cierta normalidad y
serenidad a jóvenes rodeados por la violencia y brutalidad de las pandillas.
Desde
su llegada a Haití, Paësie ha constatando el deterioro de la seguridad del país
y se ha convertido en una figura emblemática del barrio, hasta el punto recibir
la llamada del Papa Francisco. La organización, instalada en Cité Soleil y
en algunos barrios periféricos, cuenta con siete hogares que agrupan a 165 niños, ocho escuelas
con capacidad para 1.500 alumnos, aulas para actividades extraescolares y
centros de catequesis.
"Cuando
un niño pequeño alcanza el 'estatus' de estudiante, es menos probable que sea
reclutado por las pandillas. Si anda por ahí y no tiene nada que hacer, es un
objetivo prioritario", relata la religiosa. Los vecinos se preparan
para inaugurar una panadería. "Los niños harán pan para otras familias. Esto nos permite ahorrar un poco
de dinero y ellos aprenden a hacer pan, lo que puede prepararlos para una
futura profesión", comenta.
Fuera
de la casa, el barrio de Sarthe parece relativamente tranquilo, aunque está
lleno de informantes pertenecientes a las bandas. Unos 300 grupos armados están
activos en el país. La
capital, Puerto Príncipe, está controlada casi en su totalidad por un centenar
de ellos. Durante febrero y marzo, el primer ministro, Ariel Henry, tuvo
que marcharse acorralado por uno de los líderes de bandas más poderosas del
país, Jimmy Chérizier, alias "Barbecue".
Libres, aunque sea difícil de aceptar
En
Cité Soleil, entre 300.000 y 400.000 personas viven desde hace más de dos
décadas al albur de las pandillas. Después de ser derrocado por un golpe
militar en septiembre de 1991, el presidente Jean-Bertrand Aristide, que regresó al poder tres
años después, decidió armar a sus jóvenes partidarios. Estos grupos,
que se volvieron incontrolables, fueron sustituidos progresivamente por nuevas
bandas, entre ellas el G9 y el G-Pèp.
La
violencia que se sufre no excluye a las personas religiosas, como ocurrió con
el cruel asesinato de dos misioneros estadounidenses y del director de la
asociación humanitaria Misiones en Haití a finales de mayo. En medio de este caos, no es fácil
que la hermana Paësie siga trabajando. Instalada en un pequeño banco bajo
un calor sofocante, la monja cuenta multitud de anécdotas que hablan de
intimidación y presiones.
A
veces el coche de la hermana desaparece durante varios días, aunque hasta ahora
siempre ha conseguido recuperarlo sin pagar "impuestos". "Siempre termino yendo a verlos,
completamente indefensa. Creo que eso les hace sentir autoridad",
comenta. Las relaciones entre pandillas dependen en gran medida de la
psicología. "Si entendiéramos mejor su forma de pensar, podríamos
arreglárnoslas con muchos menos soldados de los previstos. No son tan fuertes,
por supuesto, tienen armas, pero viven en constante miedo", relata,
refiriéndose a los 2.500 policías extranjeros previstos por la fuerza
multinacional.
"Cuando la gente me pregunta cómo
podemos seguir creyendo en Dios en medio de tanta desgracia, respondo que Jesús nos creó libres para que podamos amarlo,
aunque sea difícil de aceptar. El líder de la banda Iskar me hizo precisamente
esta pregunta", recuerda la hermana Paësie. Dentro de la familia Kizito,
ha suscitado muchas vocaciones entre las niñas, que quieren ser "hermanas,
como la hermana Paësie. Porque ella nos dio todo y reza para que nuestras vidas
sean mejores".
Fuente: ReL