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Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Dominio público |
La meditación no era otra que lamentar la ironía de que el corazón
más bueno que jamás existió fue herido por el hombre para darle muerte. Esta
fue la chispa. Más adelante, en 1686, la religiosa francesa santa Margarita
María Alacoque tuvo varias revelaciones de Dios en las que le pidió fomentar
más esta devoción, que empezó a difundirse con ayuda del jesuita san Claudio La
Colombière. En una revelación posterior, santa Margarita recibió doce promesas
o beneficios: Dios prometió paz, misericordia, protección y bendiciones a todos
aquellos que contemplaran con fervor su Sagrado Corazón.
El Papa Pío IX,
gran impulsor de esta iniciativa divina, instituyó la festividad en el
calendario litúrgico y promulgó en 1875 la consagración de la Iglesia. León
XIII vio muy necesaria no solo la de la Iglesia o la de algunas naciones, sino
del mundo entero. Así lo recogió en su encíclica Annum sacrum (1899). Ese mismo año se aprobaron
las letanías del Sagrado Corazón y la devoción llegó a su auge.
Fue tal la magnitud de la veneración a nivel mundial que en 1877 la Iglesia estableció pautas para la representación del Sagrado Corazón en las artes. No prohibió nada, pero planteó ciertas recomendaciones. El objetivo de esta imagen debía ser, ante todo, mostrar la bondad infinita de Cristo y su santa humanidad. Por tanto, la primera indicación fue que el Corazón se representase siempre junto con la imagen de Jesús.
Debería ser
visible en proporción y con una anatomía real, no a modo de símbolo. Debía ser
un corazón humano realista situado en el pecho, no en su mano ni separado de
Él. Para la devoción privada se podía venerar el Sagrado Corazón representado a
gusto del fiel, como podemos ver en la mayoría de los famosos detentes, que
representan el corazón en solitario y los fieles guardan como acto de confianza
en su protección.
Para dotar al corazón de su debida carga iconográfica,
se recomendó que tuviese la máxima fidelidad a las descripciones de la santa.
En su última visión, pudo distinguir la imagen en llamas, con la corona de
espinas y el corte de la lanza. De esta manera, es un corazón herido pero vivo
y desbordante de misericordia y poder. Comúnmente las llamas aparecen coronando
al corazón alrededor de una pequeña cruz.
De esta misma época tenemos un ejemplo que cumplió todas las normas a la perfección: la escultura en escayola de Juan Samsó y Lengly (1898-1901) encargada por la reina regente María Cristina nada menos que para la capilla del Palacio Real de Madrid, donde permanece a día de hoy. Desde entonces, las imágenes se sucedieron hasta nuestros días sin descanso. Existen variaciones, como la pareja con el Inmaculado Corazón de María y muchísimas representaciones contemporáneas. Tan importante es esta devoción que se le dedica un mes entero y muchos fieles renuevan su consagración.
Existen
interesantes teorías de que esta tradición tiene como propósito fomentar la fe
en el misterio eucarístico, ya que la tradición cuenta que la santa tuvo estas
revelaciones dos veces durante la adoración y otra mientras se preparaba para
comulgar. Además, coincide que, en la revelación en la que vio claramente el
corazón, el mensaje de Dios incluía un lamento sobre la fe apagada y actitud
irreverente frente al «sacramento del amor». Ello nos lleva a pensar en la
coincidencia de que todos los milagros eucarísticos documentados presentan
resultados científicos que verifican la presencia de «tejido cardiaco de una
persona agonizante».
Ana
Robledano Soldevilla
Fuente: Alfa y Omega