Lejos de ser un castigo y una tortura, la abnegación y el ascetismo son prácticas liberadoras que permite a los creyentes vivir una vida más plena
![]() |
Quisquilia | Shutterstock |
Abnegación. El propio
término puede evocar imágenes de un ascetismo severo y sombrío. De hecho, la
abnegación suele ser uno de los conceptos más incomprendidos en la mayoría de
las tradiciones.
En
el catolicismo, lejos de tratarse de castigar y sufrir por sufrir, el ascetismo
se concibe como una práctica liberadora que permite a los creyentes vivir una
vida más plena: una vida con propósito, alejada de frivolidades innecesarias y,
en última instancia, más cerca de Dios.
"El que quiera
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”
Los
Evangelios están salpicados de referencias a la abnegación. En Mateo 16, 24, Jesús dice: “El que quiera venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. No es una llamada a
la miseria; es una llamada a centrarse.
Al
igual que un escultor retira el mármol sobrante para revelar una obra maestra,
la abnegación nos anima a despojarnos de lo innecesario, permitiendo que
florezca nuestro verdadero yo.
No se trata de
dañarse a sí mismo
San Agustín se
hace eco de este sentimiento. En su Regla, escribe: “En la medida en que tu
salud te lo permita, controla tus apetitos corporales mediante el ayuno y la
abstinencia de comida y bebida”.
Aquí,
la abnegación no consiste en hacernos daño a nosotros mismos: Se trata de
lograr un equilibrio: “en la medida en que”, “mantener bajo control”. Se trata
de reconocer que la verdadera alegría no proviene de placeres fugaces, sino de
una disposición firme del propio carácter.
El espacio lo
llena Dios
Piénsalo
así: Imagina que nuestros corazones tienen una capacidad limitada para el amor.
Cuando están abarrotados de apegos a posesiones materiales, deseos mundanos o
incluso egocentrismo, hay menos espacio para que el amor de Dios los llene.
La
abnegación nos ayuda a limpiar nuestro corazón, a desprendernos de lo que
realmente no importa y a dejar espacio para una relación más profunda con
nosotros mismos, con Dios y con nuestro prójimo.
Una abnegación
sin apegos
Está
claro que la abnegación no significa vivir una vida desprovista de alegría. Se
trata de vivir una vida más “magra”, en la que la auténtica felicidad no
dependa de circunstancias externas. De hecho, la abnegación solo significa
negarse a hacer aquello que, en última instancia, disminuirá nuestra capacidad
de amar y hacer lo correcto.
En
ese sentido, la práctica de la abnegación se convierte en un viaje de
liberación. Al soltar los apegos que nos agobian, nos liberamos para centrarnos
en lo que de verdad importa: servir a Dios, amar al prójimo y vivir una vida
con propósito.
Es
una práctica que fortalece nuestra determinación, afina nuestro enfoque y, en
última instancia, nos permite experimentar la plenitud de la vida que Dios
quiere para nosotros.
Daniel Esparza
Fuente: Aleteia