La historia bíblica de los judíos y los habitantes de Gaza ha estado unida desde muy antiguo. Tanto es así que el diácono San Felipe fue enviado por el Espíritu Santo al camino que unía Jerusalén y Gaza para una importante misión.
![]() |
Diácono San Felipe | Crédito: Dominio Público - Wikimedia Commons |
Es
preciso indicar que la Jerusalén de ese entonces abarca más o menos lo que hoy
se conoce como la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde está el Santo Sepulcro,
actualmente bajo dominio israelí.
En el trayecto se encontró con un etíope eunuco
(castrado), quien era ministro del tesoro de la reina de Etiopía, región
africana al sur de Gaza y Egipto. El funcionario, que había peregrinado a la
Ciudad Santa, regresaba a casa en su carruaje leyendo al profeta Isaías, pero
no entendía una profecía.
La
Biblia indica que “el Espíritu Santo dijo a Felipe: ‘Acércate y camina junto a
su carro’”. Felipe obedeció y preguntó al ministro si comprendía lo que leía.
El eunuco respondió que no y le pidió que se sentara en el carruaje.
De
esta manera el santo, tomando las palabras del profeta le anunció el Evangelio
de Cristo. Más adelante, al llegar a una zona donde había agua, el etíope pidió
ser bautizado, profesando su fe en el Señor.
El
Apóstol lo bautizó y cuando ambos salieron del agua “el Espíritu del Señor,
arrebató a Felipe” y se lo llevó a otro sitio. El funcionario no vió más a al
santo, pero continuó “gozoso su camino”.
El
Papa Francisco, en una Audiencia General de 2019,
reflexionó sobre este pasaje bíblico e indicó que “este diálogo entre Felipe y
el etíope nos lleva a reflexionar también sobre el hecho de que no basta con
leer la Escritura, es necesario comprender su significado”.
En
este sentido, resaltó que el Espíritu Santo fue quien empujó a Felipe a
acercarse al carruaje del etíope porque Él es “el protagonista de la
evangelización”.
“La evangelización es dejar que el Espíritu Santo te guíe,
que sea Él quien te empuje al anuncio, al anuncio con el testimonio, incluso
con el martirio, incluso con las palabras”, precisó el Santo Padre.
Por Abel
Camasca
Fuente: ACI