El Papa Francisco firma el prefacio del libro "Mi testamento" (Centro Ambrosiano Editrice) del padre Paolo Dall'Oglio, de quien este 29 de julio se cumplen 10 años de su muerte en Siria
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El padre Paolo Dall'Oglio y la comunidad de Deir Mar Musa |
En el libro, el jesuita comenta la Regla de la
comunidad monástica de Deir Mar Musa, fundada por él. Francisco: "Es
conmovedor releer hoy algunos pasajes proféticos de un texto que se parece
tanto a un testamento espiritual". El texto del Papa ha sido publicado por
el periódico italiano “Sole24Ore”.
PAPA FRANCISCO
Con cierta emoción se repasan las páginas de
este libro en el que el padre Paolo Dall'Oglio comenta la Regla de la comunidad
monástica de Deir Mar Musa; es decir, relata las profundas intenciones que le
habían movido a revivir un antiquísimo monasterio siríaco, que se remonta al
siglo VI d.C., recuperando la gran tradición espiritual de los padres del desierto
y dándole al mismo tiempo el nuevo sentido de un testimonio del amor de Cristo
en el contexto árabe-musulmán.
Mar Musa al-Habashi (San Moisés el Abisinio)
fue su criatura, concebida con tanto amor: estas conversaciones con sus
hermanos – en torno al sentido de la Regla – transmiten una gran pasión. Un
espíritu libre, que rechaza los formalismos y las frases de circunstancias; a
veces extremista, como él mismo reconoce con una dosis de auto-ironía. Estas
conversaciones revelan también la profundidad de su visión, el punto de partida
de su compromiso: "Un monasterio en el desierto – explica con una imagen
evocadora – es una luz que se ve desde lejos, es un alto en el camino, una
estación en la peregrinación; para nosotros es como la encina de Mambré, donde
Dios se convierte en nuestro huésped y nosotros en sus huéspedes".
Han pasado diez años desde que perdimos toda
noticia del padre Paolo. Con gran valentía había buscado contacto en el norte
de Siria con los secuestradores de dos obispos, uno sirio ortodoxo y otro
griego ortodoxo, que habían sido secuestrados unas semanas antes. Después llegó
la oscuridad. A su familia y amigos se les ha negado hasta ahora incluso el
gesto de piedad de un cuerpo devuelto, sobre el que llorar y al que dar digna
sepultura. No tenemos palabras para expresar este dolor y somos incapaces de
dar un nombre y una razón del odio de sus posibles perseguidores. Sabemos, sin
embargo, lo que él no habría querido: culpar al Islam como tal de su misteriosa
y dramática desaparición; renunciar a ese diálogo apasionado en el que siempre
creyó con el objetivo de "redimir al Islam y a los musulmanes", como
afirma en uno de los dictados de su Regla. Sobre este punto, el padre Paolo fue
muy claro. No ignoraba los problemas, escuchaba las historias de sufrimiento de
sus hermanos cristianos árabes, los coptos, los caldeos, los maronitas, los
asirios... Pero sentía que su vocación específica y la de su comunidad
monástica era el camino de la fraternidad. «Por tanto – afirmaba –, sea cual
sea la situación, y teniendo en cuenta lo peor que pueda suceder, queda, para
los cristianos llamados por Dios, el papel del amor a todos los musulmanes».
No se trataba de tácticas políticas, sino de la
mirada de un misionero que experimenta, ante todo en sí mismo, el poder de la
misericordia de Cristo. Una mirada no fundamentalista, sino dulce, llena de esa
esperanza que no defrauda porque descansa en Dios. Siempre abierta a una
sonrisa. Por eso resulta conmovedor releer hoy algunos pasajes proféticos de un
texto que tanto se parece a un testamento espiritual. En particular, cuando el
Padre Paolo habla del día de su ofrenda final por Jesús: «Yo digo: nuestra
vocación en el contexto musulmán debe estar adornada con una risa de alegría. Y
que sea un día de alegría, si Dios quiere, cuando probemos la ofrenda final por
Jesús, y pidamos esta gracia; porque es una gracia que nadie puede atribuirse a
sí mismo».
Vatican News