Habría cumplido 100 años en noviembre, su salud se había deteriorado en el último período
Monseñor Luigi Bettazzi |
Había participado en el Concilio Vaticano II
junto al cardenal Lercaro, del que había sido auxiliar. Obispo de Ivrea durante
33 años, presidente de Pax Christi durante 17, fue autor de varias
publicaciones y defensor del diálogo también con los no creyentes
Quería que lo llamaran "padre", en
virtud del compromiso que adquirió en el Pacto de las Catacumbas, único firmante
italiano junto con otros cuarenta y dos obispos procedentes principalmente de
América Latina, para realizar una "Iglesia pobre", libre de títulos,
lujos y honores.
Monseñor Luigi Bettazzi, de 99 años, quien
habría cumplido los 100 el próximo 26 de noviembre, treinta y tres de los
cuales los transcurrió como obispo de Ivrea (1966-1999), uno de los últimos
padres conciliares, falleció en la madrugada de hoy domingo, 16 de julio.
Oraciones
Su salud había empeorado en los últimos días,
hasta el punto de que el actual obispo de Ivrea, Edoardo Cerrato, había
invitado en las últimas horas a los fieles, sacerdotes y personas cercanas a él
a rezar: “Acompañemos a monseñor Bettazzi, que se está acercando lúcidamente a
su ocaso terrenal. Que nuestras oraciones lo sostengan".
Tras algunas salidas públicas en los últimos
meses, entre ellas con motivo de la Marcha por la Paz, a la que no había
faltado nunca, monseñor Bettazzi estaba postrado en cama desde hacía unos
meses.
Era asistido día y noche y cada mañana recibía
la visita de uno de los sacerdotes diocesanos que concelebraba con él la Misa,
que quería seguir celebrando como siempre lo había hecho durante más de setenta
y tres años, desde que fue ordenado sacerdote el 4 de agosto de 1946, en la
basílica patriarcal de Santo Domingo de Bolonia.
En el Concilio con Lercaro
Nacido en Treviso el 26 de noviembre de 1923,
ordenado sacerdote veintitrés años después, Bettazzi se había licenciado en
Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana y luego en Filosofía en la
Universidad Alma Mater de Bolonia. Precisamente en la archidiócesis
de Bolonia había sido obispo auxiliar del cardenal Giacomo Lercaro, a cuyo lado
había intervenido en el Concilio Vaticano II – del que Lercaro había sido uno
de los protagonistas – participando en las sesiones finales de la asamblea en
el lejano 1963.
El Pacto de las Catacumbas
El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de
la clausura del Concilio, bajó con unos cuarenta padres conciliares – en su
mayoría latinoamericanos – a las Catacumbas de Domitilla, en Roma, para
celebrar una Eucaristía en la que se pedía fidelidad al Espíritu de Jesús. Al
final, todos los obispos firmaron el famoso Pacto en el que exhortaban a los "hermanos
en el episcopado" a seguir una "vida de pobreza", una Iglesia
"sierva y pobre", como sugería Juan XXIII.
Monseñor Bettazzi recordaba aquel momento
histórico en una reciente entrevista a los medios vaticanos: "Fue un
encuentro ocasional, promovido por el Colegio belga. Éramos cuarenta y dos en
las catacumbas, yo era el único italiano, pero luego conseguimos que otros
firmaran y llegaron al Papa quinientas firmas de obispos, y quizás habrían sido
aún más, si las hubiéramos buscado.
Lo importante es la atención a los pobres y se
decía que el obispo debe vivir de forma más sencilla, en viviendas y utilizando
los medios de transporte. Pero debe estar cerca de los pobres y de los
trabajadores manuales, de los que sufren y tienen dificultades, contra la tendencia
que tenemos a estar cerca de los ricos y poderosos, que luego nos
garantizan".
A la guía de Pax Christi
De 1966 a 1999, Bettazzi guió la diócesis de
Ivrea; en 1968 fue nombrado presidente nacional, y en 1978 presidente
internacional, de Pax Christi, un movimiento católico fuertemente
comprometido con la Justicia y la Paz.
La paz por la que Bettazzi se convirtió en
profeta y portavoz con continuos llamamientos, con la firme invitación a la
objeción fiscal a los gastos militares, con el apoyo a la "Educación en la
paz" por la que fue galardonado con el Premio internacional de la Unesco
en 1985, con la adhesión a movimientos pacifistas, con la marcha a Sarajevo en
1992, en plena guerra civil en Bosnia-Herzegovina, codo con codo con un el
padre Tonino Bello gravemente probado por la enfermedad, a quien el padre Luigi
permaneció unido hasta su muerte, siendo el último que tomó de la mano al
obispo de Molfetta.
Diálogo con todos
A lo largo de su larga vida, Bettazzi ganó
premios y firmó numerosas publicaciones importantes tanto en el campo religioso
como en el ámbito social. Y en el campo religioso como en el social, condujo
diversas iniciativas junto a la Fuci y a los trabajadores de las
empresas italianas.
Además de la paz, era un firme defensor del
diálogo: con los creyentes, los no creyentes y otras comunidades religiosas. De
este modo, decía, se podía dar testimonio de los valores de aquel Concilio
Vaticano II que – como había dicho en una entrevista concedida a Vatican
News con ocasión del 60º aniversario del acontecimiento eclesial – no fue
una "revolución", porque "revolución significaría cambiarlo
todo", sino una "fuerte evolución".
La carta a Berlinguer
Bettazzi se declaraba orgulloso de su misión de
diálogo. Fue esto lo que movió su mano, en julio de 1976, para escribir una
carta abierta a Enrico Berlinguer, entonces secretario del Partido Comunista
Italiano, en la que se disculpaba por la "ingenuidad" de su escrito,
pero afirmaba que era "legítimo y justo que un obispo esté abierto al diálogo,
interesándose de alguna manera para que se haga justicia y crezca una
solidaridad más auténtica entre los hombres".
Berlinguer esperó un año, pero en octubre de
1977 respondió revelando lo mucho que había cambiado la militancia comunista,
formulando la definición del Partido como "no teísta, no ateo y no
antiteísta" e incluso agradeciendo al obispo que planteara problemas
"cuya solución positiva es muy importante para el futuro de la sociedad y
de Italia, para una convivencia serena entre todos los conciudadanos, creyentes
y no creyentes".
Bettazzi fue duramente criticado por este
intercambio de ideas, que sin embargo siguió siendo importante para la cultura
política italiana, signo de la posibilidad de escucharse y comprenderse a pesar
de la profunda diversidad de los mundos representados.
Fue al año siguiente, 1978, cuando decidió
ofrecerse a sí mismo y a otros dos obispos, Clemente Riva y Alberto Ablondi,
como rehenes a cambio de la libertad del presidente democristiano, Aldo Moro,
secuestrado por las Brigadas Rojas. Sin embargo, la negociación nunca se llevó
a cabo, también porque la Curia lo impidió.
El abrazo con el Papa
En el 2018, en silla de ruedas y bajo un sol
abrasador, estuvo en Molfetta en la misa que el Papa Francisco celebró durante
una visita pastoral a los lugares de Tonino Bello. Con un brillo en sus
característicos ojos azules, contó a los periodistas presentes que había podido
estrechar la mano del Papa argentino, cuyo magisterio – decía él, entre los
últimos participantes – continuaba la línea del Concilio.
Por encima de todo, Bettazzi apreció la
sinodalidad como una continuación de esa "ampliación de la
colegialidad" pedida por los padres del Vaticano II, que no es una
devaluación de la jerarquía sino una revalorización del "pueblo de Dios"
y de la "responsabilidad de cada bautizado en la vida de la Iglesia".
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Vatican News