Toda actividad verdaderamente humana está presidida por la ética, que orienta la conducta hacia el bien propio y común.
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| Dominio público |
Además de examinar los programas de los partidos políticos, hay que valorar la coherencia de los candidatos con la ética que debe regir su alta función de gobierno, lo que el magisterio de la Iglesia llama «caridad política». Desde sus inicios, la Iglesia pide no solo orar por sus gobernantes, sino elegir los más idóneos, los que, por su competencia profesional y trayectoria en el gobierno, merecen la confianza del pueblo.
Del gobernante se exige, en primer lugar, idoneidad
para el cargo, sustentada no solo en sus aptitudes personales, sino en el
dominio de la ciencia política, avalado por diversas condiciones, necesarias
para su ejercicio: defensa de la persona y de sus derechos inalienables
fundados en la dignidad del ser humano; sometimiento a la ley, al derecho y la
justicia; respeto al pueblo que se le confía y en cuyo nombre actúa; transparencia
en la gestión de los asuntos públicos e información clara y objetiva de ella;
salvaguarda de la independencia de los diversos poderes e instituciones, y un
largo etcétera de virtudes que no necesitan más fundamento que la razón y la
ley moral inscrita en el corazón del hombre.
Señalemos las más evidentes: amor a la verdad,
austeridad de vida, opción por los más necesitados y excluidos de la sociedad,
capacidad de diálogo con todos, búsqueda de la concordia y de la unidad de los
ciudadanos, actitud de humildad, defensa de los diversos credos y minorías
sociales, y el instintivo rechazo del peligro de gobernar en función de
intereses propios o de partido que pueden convertir la política en un modus
vivendi alejado de los problemas de la sociedad. La integridad del político es
exigencia primaria e indispensable para asumir la responsabilidad del gobierno.
El pueblo, en general, percibe por instinto natural si la ética orienta la política. Distingue, sobre todo, si los políticos sirven al pueblo o se sirven del pueblo para sus intereses. No hay peor actitud política que la consideración de que el pueblo es ignorante, no sabe o puede ser engañado con facilidad. Quien piense así, aun de modo inconsciente, desprecia al pueblo, aunque se deshaga en afectados elogios hacia él.
Un pueblo que no
viva colonizado por las ideologías sabe, sin necesidad de estudios especiales,
que la política también es cuestión suya porque afecta a su bienestar. Si su
capacidad de juicio está conformada por principios éticos esenciales, tiene el
derecho de exigir el respeto que el político reclama para sí. La vida es
anterior a la ciencia política, del mismo modo que los derechos son previos a
la carta que los reconoce. Están inscritos en la misma condición humana. Y de
esto, el pueblo sabe tanto o más que los gobernantes.
Por sus frutos los conoceréis, dice Jesús. Es un
criterio esencial para conocer la condición humana. Las obras hablan de la
rectitud del corazón y del empeño por el bien común. Agitur sequitur esse, dice
un axioma filosófico. Una acción sin ética es perversa por naturaleza, aunque
se proponga como beneficiosa para la sociedad. Del mismo modo que no existe
alianza para el mal, por muy exitosos que puedan parecer sus fines. Por ello,
es preciso que los ciudadanos sepamos discernir con sabiduría quienes son
dignos del pueblo que desea ser gobernado con verdad, ética y justicia.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
