Acceder al agua es un reto para 1,3 millones de personas en el sur de Madagascar. Foto: UNICEF/Lalaina Raoelison |
El Programa Mundial de Alimentos ha alertado de que
Madagascar se enfrenta a «la única, quizá la primera, hambruna por el cambio
climático». Su director adjunto, Arduino Mangoni, tras una visita
«desgarradora» a un centro de nutrición de emergencia en el sur del país.
En el sur de la isla, la zona más árida, en torno a 1,3 millones de personas
sufren la falta de alimentos, según los últimos datos disponibles, de abril.
Este número de personas corresponde
a aquellas que se encuentran entre los niveles 3 y 5 de la Clasificación
Integrada de Seguridad Alimentaria. Y supera a la cifra que se alcanzó en 2016,
durante la crisis que desencadenó el fenómeno meteorológico de El Niño. Hay
focos en la categoría 5, que recoge condiciones similares a la hambruna, y se
prevé que en diciembre, cuando se publiquen los nuevos resultados, alcanzarán
las 30.000 personas.
Según el Programa Mundial de
Alimentos, se cree que unos 500.000 menores de 5 años están desnutridos;
110.000 de ellos pueden sufrir desnutrición grave de aquí a abril de 2022. Las
cifras no han dejado de subir en los últimos años. A finales de 2020, por
ejemplo, había 200.000 personas en la categoría 4. En los últimos datos
alcanzaban el medio millón. «Si miramos las previsiones para los próximos
meses, la situación es muy alarmante», dijo Mangoni. El peor momento de la
escasez empezará en diciembre, y se prolongará «hasta la próxima buena
cosecha», que como pronto llegará en abril de 2022.
Vientos rojos todo el año
A diferencia de las hambrunas en
Yemen, Sudán del Sur y Etiopía, que son provocadas por los conflictos, la
crisis de Madagascar es probablemente el resultado de factores climáticos
devastadores, señaló el funcionario del programa de alimentos. Los últimos cinco
años han sido casi una continua sequía. «Las personas mayores a las que
asistimos en el sur, no dejan de decirnos que este es el fenómeno más grave –el
Kéré, lo llaman– desde 1981», relató Mangoni a través de una conexión Zoom con
Ginebra. Desde comienzos de 2020 hasta agosto de este año, apenas había llovido
tres días.
La sequía y la subida de las
temperaturas, unida a la continua deforestación llevada a cabo por la población
para hacer fuego y alimentar al ganado (también como consecuencia de las malas
cosechas), y a la consecuente erosión del suelo, ha agravado el fenómeno local
de las tiomenas o vientos rojos. Se trata de graves
tormentas de arena que pueden incluso llegar a sepultar las casas.
Antes, ocurrían entre mayo y
octubre. Ahora, se producen a lo largo de todo el año. La arena cubre los
cultivos y remata las ya maltrechas cosechas, mientras que el viento seca aún
más el suelo y además impide que la gente salga a pescar.
El impacto de la pandemia
A todo ello se suma la pandemia de
COVID-19 y sus consecuencias, explicó el representante del PMA. Debido al
impacto de la pandemia en el turismo y las cadenas de suministro, los aldeanos
ya no pueden buscar trabajo en las ciudades durante las épocas de escasez. A la
gente ya no le quedan posesiones que vender, y mientras siguen subiendo los
precios de los alimentos y el agua.
El resultado de todo esto es «el
silencio y la falta de alegría» en la mirada de los niños atendidos en el
centro de nutrición de emergencia que visitó Mangoni. «He estado trabajando con
el Programa en varios países de este continente, en varias emergencias,
incluyendo la República Democrática del Congo, la República Centroafricana», o
la región sudanesa de Darfur, «y nunca he visto a los niños en la situación en
la que estos se encuentran».
Para ayudar a los más necesitados,
el PMA ya ha ampliado los programas de racionamiento y nutrición; también tiene
previsto llegar a más de un millón de personas en fase de emergencia 3 a 5 a
partir de diciembre. Para proporcionar esta ayuda de emergencia durante los próximos seis meses, la agencia ha solicitado 69 millones de dólares.
Fuente: Alfa y Omega