La crisis que vive nuestra sociedad viene marcada por «el cambio antropológico y cultural que vivimos» y que se basa «en un individualismo radical». ¿La solución? «La familia».
Revista Ecclesia |
Así lo explicó
el presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la
Vida, José Mazuelos, obispo de Canarias en el curso de formación para
agentes de pastoral familiar que se celebró en Madrid del 9 al 10 de julio.
En este espacio
de diálogo se profundizó en el primer anuncio, donde la familia se convierte en
«una buena noticia, en la respuesta para todos los que sienten ese anhelo de
nuestra esencia, de nuestro sentido… Es una célula de la sociedad donde uno es
querido por lo que es, más allá del yoísmo en el que estamos
inmersos». La sociedad «quiere crear familias de uniones del yo, pero sin el
nosotros. Y la clave de la familia cristiana es poder salir de ese yo para
encontrarme con el tú y que aparezca el nosotros».
Con este curso,
la Subcomisión quiso profundizar en los cuatro itinerarios expuestos en el
Congreso Nacional de Laicos, utilizando la metodología de «acoger, discernir e
integrar» que usa el Papa Francisco en la Exhortación
Apostólica Amoris Laetitia. Un compromiso para conocer y comprender el
mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y poder responder así a
las inquietudes desde los valores de la familia y a la luz del Evangelio.
—La familia se
ha descubierto en tiempos de pandemia como esencial para salir juntos de la
crisis, «porque nadie se salva solo».
—Durante este
tiempo de pandemia, la covid nos ha mostrado nuestra fragilidad y pobreza a la
que hemos podido hacer frente mediante la solidaridad y la
fraternidad. El individualismo radical fracasa y el pilar vuelve a
ser la familia, con esa entrega que es esencial y que se aprende dentro de esa
familia cristiana que se convierte en la esperanza del mundo, por eso tenemos
que «ponerla de moda».
—¿Y le
preocupan las leyes que de algún modo «arrinconan» al modelo de familia
cristiana?
—Si, me
preocupan, estas legislaciones porque relativizan el misterio de la vida y
promueven la autocreación, buscando individuos desarraigados y materialistas
que se mueven por un instinto compulsivo de satisfacer sus deseos. Buscan
el darwinismo social y una deconstrucción de la sexualidad y del amor
con una ideología de género que quiere difuminar lo masculino y lo femenino; en
la que la dimensión sexual se convierte en algo cultural y no natural. Buscan
una persona fácilmente manipulable y lógicamente la familia, que crea raíces
únicas, es un enemigo a combatir.
—Una cultura
«dominante» que se vale en ocasiones del propio lenguaje.
—Hay toda una
manipulación del lenguaje para destruir la esencia del ser humano, la
integración de la sexualidad y del cuerpo, la dignidad en este sentido… Es un
plan que fomenta al hombre del deseo al que abre la puerta la ideología de
género y llega hasta el transhumanismo donde «yo con la biotecnología puedo
realizar todos mis deseos». La naturaleza no marca, sino que es el propio deseo
de satisfacer e imponer que «da igual ser hombre y mujer», en definitiva,
trivializar al propio ser humano.
—Ese lenguaje
que también se ha utilizado en la Ley de Eutanasia que habla desde su origen de
«muerte digna».
—En esa
sociedad del deseo los débiles sobran y es a lo que encamina esa legislación.
Cuando se presenta la Ley de Eutanasia, se habla de «libertad» para elegir. Es
una vez más utilizar el lenguaje de forma intencionada. La libertad no la da la
eutanasia sino los cuidados paliativos. En España mueren más de 60.000 personas
sin acceso a los cuidados paliativos. Fomentar la eutanasia en lugar de
invertir en estos cuidados, es pisotear la dignidad y la libertad de las
personas. Tampoco se puede coaccionar la libertad del personal sanitario y del
derecho que tienen de no hacer al paciente lo que consideren indeseable o
lesivo. Es decir, no se puede anular en nombre de la libertad del paciente
la libertad del médico y de todos los responsables del acto médico.
Fuente: Revista
Ecclesia