El Vaticano ha lanzado una campaña para la condonación de la deuda de los países africanos
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Papa Francisco junto a la economista Smerilli. Foto cedida por Alexandra Smerilli |
"Es necesario que los
organismos locales cuenten con sistemas de control y vigilancia", asegura
la subsecretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral"
La mayor parte de los países
africanos se ven obligados a destinar más recursos a pagar la deuda externa,
que el Banco Mundial sitúa en más de 500.000 millones de euros, que a sufragar
su propio sistema sanitario. Una «trampa perversa», sobre todo en tiempos de
pandemia, que, como señala Rodolfo Rieznik, de Economistas sin Fronteras,
comenzó en los años 80, cuando organismos financieros globales como el FMI
empezaron a retorcer ajustes estructurales en los países con menos recursos
para asegurarse de que iban a recuperar el dinero prestado una década antes.
Aunque la verdadera asfixia llegó cuando, en la lista de los acreedores,
empezaron a figurar entes privados sin escrúpulos que controlaban bancos y
grupos de inversión.
Las obligaciones de estos
últimos han alcanzado en algunos casos cantidades estratosféricas de deuda,
imposibles de pagar, llegando incluso al 60 % del PIB de esos territorios. «No
tienen una moneda de reserva y solo pueden generar deuda pública nominada en
dólares, lo que genera un coste mucho mayor». «Además, dependen de la
exportación de materias primas –que suelen estar en manos de oligarquías
nacionales, cuyos frutos no revierten en la sociedad– y de los préstamos»,
advierte Rieznik. Esto genera «estados raquíticos sin capacidad financiera que
terminan endeudándose constantemente y sacrificando otros sectores como la
educación, la sanidad o las infraestructuras». Un cóctel molotov que elimina
cualquier intento de despegue de su incipiente economía y empobrece aún más a
sus ciudadanos. «Es un círculo vicioso, porque su futuro está ligado a contraer
nuevas deudas», zanja el miembro de Economistas sin Fronteras.
Pero África ha dicho
basta. Los líderes políticos han creado un frente común para reclamar una
condonación de la deuda y poder lidiar mejor con la crisis que arrastra la
pandemia de coronavirus. Pero en esta batalla contra el bolsillo de sus
prestamistas no están solos; el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
Humano Integral y la Comisión Vaticana COVID-19 han lanzado la campaña
para la cancelación de la deuda de los países africanos (COVID-19 Debt Relief
Campaign in Africa), en colaboración con Cáritas África, la SECAM (Simposio de
Conferencias Episcopales de África y Madagascar), la JCAM (Conferencia Jesuita
de África y Madagascar) y la Asociación de Mujeres Consagradas de África
Oriental y Central (ACWECA).
Esta iniciativa no tiene
fecha de caducidad e incluirá en el futuro a otras regiones también ahogadas
por la deuda externa. «Muchos países no pueden invertir en educación o comprar
vacunas porque están asfixiados estructuralmente por la deuda. La pandemia,
aunque no ha impactado igual en todos los países, ha empeorado de forma notable
su situación. Por eso la Iglesia tiene que darles voz», defiende la religiosa
hija de María Auxiliadora y economista Alessandra Smerilli, subsecretaria del
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
El organismo vaticano
trabaja de la mano con la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) «porque el hambre está indiscutiblemente
ligada a la deuda externa», y con agentes externos para analizar los aspectos
técnicos que permitirían reducirla o cancelarla. Por eso, siguen de cerca las
reuniones de alto nivel como el G20, y las cumbres sobre los sistemas
alimentarios o las del clima, como la próxima COP26. Dividen la tarea en tres
pilares: «Escuchar para entender dónde están los problemas; conectar, sentando
en la misma mesa incluso a quienes piensan de manera opuesta, y dar inspiración
al mundo con las palabras del Papa Francisco, con el magisterio milenario de la
Iglesia y con el Evangelio de los pobres», asegura.
25 países dedicaron
en 2019 más dinero a pagar la deuda que al presupuesto en educación, salud y
protección social, según un informe de UNICEF publicado el pasado 1 de abril.
Once veces más gasta
Sudán del Sur en deuda que en servicios sociales. Le siguen Haití, Gambia y
Chad.
5.700 millones es la
cantidad de deuda –en dólares– que el G20 ha permitido aplazar a 46 países
hasta diciembre de 2021.
En su opinión, la condonación
de la deuda de los países más desfavorecidos no debe verse solo como una acción
caritativa hacia los más pobres, sino como una inversión para el futuro de
todos. «Es un tema de justicia y de solidaridad: pensemos en la historia de
esclavitud que han sufrido muchos de estos países». Pero también «debemos
pensar en términos de eficiencia económica. No podremos parar la pandemia si
algún país está infectado y no consigue controlarlo. Si nos va bien a todos, la
economía gira», señala.
Hasta ahora, la única
reacción del G20 ha sido una moratoria del pago de deuda de los países más
pobres hasta diciembre de este año. Para el Vaticano este alivio no es
suficiente: «Todos somos hijos del mismo Padre, por lo que no puede ser que la
suerte de nacer en uno u otro país condicione la vida de las personas».
«Estamos convencidos de que es el momento oportuno de revisar o condonar la
deuda, pero para eso es necesario que los organismos locales cuenten con
robustos sistemas de control y vigilancia», añade la religiosa.
Deuda ecológica
En una carta dirigida a
los participantes en las Reuniones de Primavera 2021 del Grupo del Banco
Mundial y del Fondo Monetario Internacional, el Papa ha vuelto a apuntalar otro
tema pendiente: la deuda ecológica que han ido acumulando los países más
industrializados con aquellos menos desarrollados. Francisco ha instado a la
industria financiera a hacer un cálculo. Como dice Smerilli, «hay numerosos
estudios que ponen datos a la deuda externa, pero son muy pocos los que hablan
de las consecuencias de la deuda ecológica». Por este motivo, «poner cifras nos
ayudará a limitar los combustibles fósiles». Además, «con esas reservas se
podrían sufragar los programas de desarrollo sostenible en los países con menos
recursos».
Para la monja italiana el
razonamiento está claro: «No podemos volver al mundo de antes, donde una
economía enferma hacía crecer las desigualdades de forma desproporcionada».
«¿Qué sistema es este que permite durante un flagelo mundial como el de la
pandemia el enriquecimiento exponencial de unos pocos, mientras que son muchos
los que están entrando en las colas de la miseria?», se pregunta.
La Comisión Vaticana
COVID-19 pone también en el centro de sus intereses de trabajo las deudas de
las familias que están en riesgo de desahucio. «La crisis económica está
desembocando en un aumento de los embargos de las viviendas ante la
imposibilidad del pago de las hipotecas por parte de muchos particulares»,
reseña Smerilli. Una bomba social que solo se atajará si cambian las reglas
financieras.
Victoria Isabel Cardiel C.
Fuente: Alfa y Omega