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Este es un fragmento de las muchas cartas que le
escribió Juan Rulfo a su novia, primero, y a su esposa Clara Aparicio, quien lo
acompañó hasta la muerte (el 7 de enero de 1986).
La dimensión de Dios en su vida
Rulfo, autor solamente de una novela y de una
colección de cuentos –Pedro Páramo y El Llano en Llamas—deja ver en esas 81
cartas publicadas bajo el nombre de *Aire de las Colinas (Cartas a Clara) la
enorme dimensión de la presencia de Dios en su vida.
Escritas desde 1945 hasta 1950, narran el noviazgo y
los primeros frutos del matrimonio Rulfo-Aparicio, con las penalidades por el
trabajo que tenía que desempeñar para ganarse la vida (en una empresa de
neumáticos).
Pero, también, demuestran la raíz católica de un
hombre solitario, que perdió muy pronto a su padre y que vio arder su infancia
en plena época de la persecución religiosa y la guerra cristera, guerra que se
abatió sobre los estados de Colima y Jalisco, donde vivió hasta su juventud.
Caprichito de
Dios
Si bien en su vida pública y en su parca pero
importantísima obra para las letras españolas la vena católica de Juan Rulfo no
aparece como tal, en las cartas a Clara Aparicio, la mujer de su vida, la
presencia de Dios es constante.
Así lo muestra un fragmento de la misiva escrita a
Clara –a quien le decía “caprichito de Dios”– el 19 de diciembre de 1947:
“Espero que todos estén bien y que Dios los bendiga a todos y a ti en
particular, y que tengan una Noche Buena de felicidad”.
Acuciado por la pobreza, Rulfo quería darle todo a su
mujer y a su familia. Así, otro 7 de enero, pero de 1948 le dice a su futura
esposa: “Lo esencial es la vida. Poder vivirla es lo principal. Y nosotros
viviremos. Dios nos tiene dados ya para vivir, y Su fortaleza te tiene a ti
como el mejor estímulo que no me dejará caer ni flaquear un solo día para
buscar tu seguridad y tu bienestar”.
Por lo demás, en su obra literaria, la religión
aparece como una hacienda (quizá como la Media Luna, cuyo dueño era Pedro
Páramo, “un rencor vivo”) que alguna vez estuvo llena de voces y de presencias
y que éstas, a fuerza de irse desgastando, se convirtieron en murmullos.
Fe deshabitada
Hablando de los personajes de su novela, Rulfo dijo:
“Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes de *Pedro Páramo*, aunque
siguen siendo creyentes, en realidad su fe está deshabitada”.
La última de las cartas a Clara, justo cuando nació su
hijo Juan Francisco, es muy directa (Rulfo se encontraba lejos, por cuestiones
de trabajo): “Dios te ayudó y te tuvo en sus manos por algunos momentos para
que las cosas caminaran por el buen camino. Ahora sé que Él te protegerá
siempre, porque eres la hija predilecta de Él y la muy amada y querida Clara”.
Jaime Septién
Fuente: Aleteia