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Josh Applegate/Unsplash CC0 |
Tenemos tendencia a dar nombre a aquellas cosas a
las cuales manifestamos cariño y apego. Un claro ejemplo se da cuando los niños
dan nombre a sus muñecas, peluches o coches favoritos, ya que esto les hace
únicos, les añade un plus: dar un nombre es signo de que lo nombrado
no nos es indiferente.
Hay muchos padres que, cuando conocen el sexo del
bebé, empiezan a pensar en como quieren llamarlo, y otros que siempre han
tenido claros sus nombres favoritos, incluso desde antes de que la espera del
bebé llegase.
Nuestro nombre dice mucho
de nosotros y de quienes nos lo han puesto, pero también nos da información de
la sociedad y época en la que vivimos. Tiene una función más profunda que la
simple ayuda a la identificación de la persona.
Más allá
de los gustos
¿En algún momento hemos
pensado que la decisión del nombre “de pila” (recibido en el Bautismo) es algo
más que una cuestión de modas, preferencias o gustos?
El Catecismo de la Iglesia Católica,
en el punto 2158 nos
recuerda:
El
nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige
respeto en señal de la dignidad del que lo lleva.”
La Biblia, haciendo alusión a
este tema dice:
Según
su nombre, así es él” (Samuel I, 25:25).
En el nombre elegido, el cristiano expresa su ser.
Es llamativo ver cómo, en los evangelios, Jesús no nos llama en
masa, sino de
una forma personal:
y
a sus ovejas llama por nombre” (Jn 10, 3).
También es significativo ver en la Biblia cómo algunos
personajes que tenían un nombre antes de su conversión, cuando Dios les llamó,
tomaron otro nombre o lo recibieron. Ejemplos de ello son san Pablo y
san Pedro. Con el nuevo nombre, reciben una nueva
identidad: en ese nombre va implícita su misión concreta en la vida.
Tenemos un rico Santoral con una gran
cantidad de nombres, que nos hace posible conocer la vida de un santo cada día
del año. Es una ayuda a través de la cual Cristo nos muestra la importancia del
nombre en relación con la vocación que tenemos en esta vida.
Nos dijo san Juan Pablo II:
El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección”. (4 de noviembre de 1981).
Llámale por su nombre
Hoy en día, tantas veces, las prisas cotidianas
no nos permiten centrarnos en los que nos rodean (vecinos, compañeros de
trabajo, conocidos…) y hacer el ejercicio de pararnos y memorizar su nombre. Cuando
alguien te llama por tu nombre, sientes que te es cercano, que sabe de ti, que
quiere comunicarte algo.
Llamar a cada uno por su nombre es un gesto humano
que ayuda a crear un vínculo de atención,
cercanía y delicadeza. Significa mostrar nuestra forma de vivir reconociendo la
importancia de la existencia del otro.
De vez en cuando, deberíamos dejar a un lado
nuestras ansiedades y urgencias para prestar más atención a los demás, para
rezar de manera personal dando nombre a cada uno en nuestras oraciones, para
dedicar una llamada a los que conocemos buscando sus nombres en nuestra agenda,
“para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule” como nos dice
en la encíclica “Fratelli
tutti” el papa Francisco, que continúa afirmando lo siguiente:
He
ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura.
Nadie puede pelear la vida aisladamente.”
Y tú, ¿cómo te llamas?
Miriam Esteban Benito
Fuente:
Aleteia