LA VUELTA A LA VIDA
II. La misericordia de la
Iglesia.
III. La misericordia divina
en el Sacramento del perdón. Condiciones de una buena
confesión.
«Sucedió, después, que
marchó a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran
muchedumbre. Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a
enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la acompañaba una
gran muchedumbre de la ciudad.
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le
dijo: «No llores». Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se
detuvieron; y dijo: «Muchacho, a ti te digo, levántate». Y el que estaba muerto
se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre. Y se llenaron
todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido
entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo». Esta fama acerca de él se
divulgó por toda Judea y por todas las regiones vecinas.» (Lucas 7,11-17)
I. En muchas ocasiones los
Evangelistas señalan los sentimientos de misericordia del Corazón de Jesús
cuando se encuentra con la desgracia y el sufrimiento, ante los que nunca pasa
de largo: la viuda de Naín a quien resucita su hijo (Lucas 7, 11-17), las gentes
que andaban como ovejas sin pastor (Mateo, 9, 36); el leproso a quien dice:
Queda limpio (Marcos 1, 41); cuando multiplica los panes y los peces para
alimentar a la muchedumbre hambrienta (Marcos 8, 2); el ciego a quien le
devolvió la vista (Mateo 18, 27).
“La
misericordia es lo propio de Dios”, afirma Santo Tomás de Aquino, y se
manifiesta plenamente en Jesucristo, tantas veces cuantas se encuentra con el
sufrimiento. Todo el Evangelio, pero especialmente estos pasajes en que se nos
muestra el corazón misericordioso de Jesús, ha de movernos para acudir a Él en
las necesidades del alma y del cuerpo.
Él
sigue estando en medio de los hombres, y sólo espera que nos dejemos ayudar. El
Señor nos escucha siempre y viene en nuestra ayuda sin hacerse esperar.
II. Muchos Padres han visto
en la madre que recupera a su hijo muerto una imagen de la Iglesia, que recibe
también a sus hijos muertos por el pecado a través de la acción misericordiosa
de Cristo. Si el Señor se compadece de una multitud que tiene hambre, ¿cómo no
va a compadecerse de quien padece una enfermedad en el alma o lleva ya en sí la
muerte para la vida eterna?
Jesús
ejerce su misericordia principalmente en la Confesión sacramental, uno de los
misterios más gozosos de la misericordia divina. Éste es el sacramento de la
paciencia divina, el sacramento de nuestro Padre Dios avistando cada día a las
puertas de la eternidad el regreso de los hijos que se marcharon.
III. Debemos cuidar
amorosamente cada una de las confesiones, evitando la rutina y ahondando en el
amor y en el dolor. Ahondar como si cada confesión fuera la única y la última;
alejándonos de la superficialidad y la precipitación.
Es
bueno repasar las cinco condiciones para una buena confesión: examen de
conciencia humilde, ante la presencia de Dios; dolor de los pecados, con un
sentido profundo de la ofensa a Dios; propósito de enmienda concreto y firme;
confesión de todos los pecados como una verdadera acusación de las faltas con
deseo de que se nos perdone; cumplir la penitencia, por las que nos asociamos
al sacrificio infinito de expiación de Cristo.
Pidamos
a Nuestra Señora, Refugio de los Pecadores, que nos ayude a confesarnos cada
vez mejor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org