Ester Flor de
Lís ha realizado su toma de hábito, un momento de gran trascendencia
en su camino vocacional, en plena pandemia de coronavirus
![]() |
Ester de Flor de Lís es Hermana Pobre de Santa Clara en Murcia
|
Lo ha hecho como
religiosa de las Hermanas Pobres en
el convento de Santa Verónica de Algezares, en Murcia.
Tras dos años como postulante ingresa ahora en el
noviciado. En la comunidad han visto el coronavirus como una oportunidad de dar
testimonio del amor de Dios.
“Cuando alguien
está agradecido con algo le sale darlo y eso es lo que nos ocurre a nosotras,
por eso cuando llegó el coronavirus, al no poder tener contacto directo con la
gente, vimos que internet y, sobretodo, las redes sociales eran un medio de acercar a Dios a
las personas y llevar a cabo nuestra misión, así que no lo dudamos y
nos pusimos manos a la obra para actualizarnos”, explica Ester Flor de Lís.
Una vez que ha tomado el hábito esta joven ha
querido relatar su testimonio vocacional a la Diócesis de Cartagena, donde ofrece su experiencia para otras
personas que estén en búsqueda, ya sea para la vida religiosa o para
otro tipo de vocación:
“Me dejé en sus manos, entré en el
convento y jamás he sido tan feliz”
Mi nombre es Ester Flor de Lís y soy novicia de las Hermanas Pobres de Santa
Clara del convento de Santa Verónica de Algezares. Antes de entrar en el
convento ya conocía a las Hermanas Pobres, desde hacía cinco años, por una
amiga que venía a los encuentros que hacen, tres veces al año, para chicas
jóvenes.
Cada vez que
podía venía a los retiros y encuentros que organizaban las hermanas, pero no
porque pensara ser monja, ya que yo por aquel entonces quería formar una
familia, tener hijos, viajar…, sino porque me ayudaba a encontrarme con Dios y
aquí me sentía como en casa, lo cual era algo que, en otros conventos donde
también había hecho retiros, no me había ocurrido nunca.
Pasado un
tiempo, me encontré en un momento de mi vida en el que, debido a muchas
casualidades, absolutamente
nada me salía como yo quería y me sentía tremendamente infeliz y frustrada. Así
que me planteé hacer un parón para ver qué podía hacer yo ante esa situación y
decidí hacer un retiro de una semana en este convento porque, como he dicho,
aquí notaba algo especial que me hacía sentirme en paz.
La vocación es algo que se va discerniendo poco a
poco, sobre todo en mi caso. Primero vine a un retiro de una semana en el que
las hermanas cada día me facilitaban una meditación y me ayudaban haciéndome
hablar y reflexionar, para que yo misma me diera cuenta de qué había realmente
en mi corazón. Después, con el paso de los días hubo un momento en el que Dios me atrajo tanto que sentí
que necesitaba hacer una experiencia en el convento porque veía que,
en mi interior, tenía una inquietud que se repetía constantemente: “¿Y si Dios
me quiere para Él?”.
Entonces hablé con las hermanas y me vine a
convivir con ellas durante un mes en el que me sentí como pez en el agua. Era como si el Señor hubiese
puesto aquí todo lo que siempre había querido y necesitado para ser feliz y,
entonces, me di cuenta de que toda mi vida tenía sentido a la luz de la
vocación y decidí dar un salto de fe, porque claro, yo aún no tenía la certeza
de que el Señor me llamaba a esta vida.
Dios no baja del
cielo y te dice: “Oye, te quiero para mí”, sino que es más bien una sensación
que te impulsa y te alienta, así que pensé: “Señor, voy a arriesgarlo todo por
ti, porque sé que Tú me harás saber cuál es mi lugar”. Entonces me dejé en sus
manos, entré en el convento y jamás he sido tan feliz.
El 30 de mayo
tomé el hábito, es decir, inicié mi vida religiosa. El signo del hábito implica desprenderse de tus propias
ropas y ponerte en manos de Dios y de las hermanas para comenzar una nueva
vida. De hecho, en la celebración yo no me vestí sola, sino que me
revistió mi maestra. Es un paso absolutamente precioso, por eso resulta muy
difícil encontrar las palabras para transmitir tanta felicidad.
Cuando entré al convento vivía mi relación con Dios
y mi vida entera apoyándome solo en mis fuerzas, pero, poco a poco, me fui dando cuenta de que yo sola
no podía y me fui rindiendo a Dios, comprendiendo que no me hacía falta ser tan
fuerte porque el Señor nunca me abandonaba. Por eso, haber llegado a
este momento supone algo muy importante porque significa que acepto que
necesito al Señor y también a mis hermanas para que me ayuden en mi camino y
guíen mi vida como religiosa. Es algo muy especial y, en mi opinión,
maravilloso.
Por otra parte, mi toma de hábito ha sido muy
diferente. Generalmente a este paso tan importante suele acudir mucha gente que
se alegra por ti y que quiere celebrar contigo un día tan importante, sin
embargo, debido a la pandemia, en esta ocasión no podía venir mucha gente, así
que las hermanas decidieron retransmitirla por nuestro nuevo canal de YouTube.
Para mí esto ha
sido como un regalo del Señor. El hecho de que fuese una ceremonia íntima ha
sido muy especial porque soy una persona muy tímida, pero es que, además, al
haberla retransmitido por internet ha llegado a muchísima más gente que en
condiciones normales. Hubo,
incluso, personas que no son creyentes que también vieron la ceremonia,
acercándose un poco al Señor y, ahora, estamos recibiendo muchos mensajes de
gente agradecida porque, según cuentan, durante la celebración vieron
algo especial que les hizo sentir de algún modo que Dios estaba ahí.
Es muy
emocionante y, al mismo tiempo, es precioso ver cómo el Señor se vale de algo
negativo, como ha sido esta circunstancia provocada por la pandemia –que tanto
sufrimiento ha creado–, para hacer algo grandioso y realmente bonito como es
llegar a los corazones de la gente.
Después de todo lo que he vivido, yo les diría a los jóvenes
que es muy importante buscar y no conformarse porque, aunque puedas
acercarte a un convento que tengas cerca de casa o a una parroquia –si tu
vocación es ser laico–, al final lo importante, como en todas las relaciones,
es encontrar dónde sientes que conectas, que eres tú mismo, que hay algo
especial.
Es como cuando alguien decide pasar su vida con
otra persona y no elige a cualquiera solo porque quiera formar una familia,
sino que escoge a quien realmente le hace feliz. Pues con la vocación es igual,
hay como un flechazo, algo que te atrae.
Por eso yo le
diría a la gente que no se conforme, que cada uno de nosotros está hecho con
unos dones que Dios nos ha dado porque quiere que seamos lo máximo de nosotros
mismos y que solo hay que dejarse en sus manos para encontrar el camino. Nunca hubiese sido capaz de
imaginar que viviría momentos tan bonitos y que crecería tanto como
persona, por eso solo puedo darle gracias al Dios.
Fuente: ReL