En
cuello ajeno... ¡es fácil decirlo!
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Ya
tocaban la campana y aún no estaba cambiada para bajar a Vísperas. Así que abrí
corriendo el cajón y cojí el primer cuello que pillé. Según me lo estaba
poniendo... supe que tendría consecuencias, pero no me daba tiempo a cambiarlo,
así que bajé con ese.
Nosotras,
en verano, nos ponemos un cuello “falsete”, que es lo que sobresale por el
cuello del escapulario. En invierno, cómo llevamos forro polar con cuello, este
ya no hace falta. Sin embargo, estos meses es una prenda más del hábito.
Hay
distintos modelos, unos más cómodos y otros un poco menos, pero este en
concreto es talla única y, mientras que a unas les está bien holgado, a mí me
aprieta un montón.
Cuando
estaba en Vísperas, no podía pensar en otra cosa: “¡Cómo me aprieta! Si hasta
me da dolor de cabeza...”
Pero,
al punto, me acordé de tantas veces que he colocado la corbata a mis
hermanos... Todos ellos son chicos, y siempre me ha gustado que, cuando tenían
que ir arreglados, el cuello les quedara bien abotonado y ajustado. Tantas
veces les veía meter su dedo tras el botón como intentando ensancharlo, o
quejarse de lo incómodo del cuello de la camisa... Sin embargo, siempre pensé
que un cuello bien ajustado, aunque apriete un poco, queda muy elegante. Vamos,
que dicho mal y pronto, me surgía un: “¡Aguántate!”
Cómo
me cambió la perspectiva al sentirlo en mi propio cuello... Y, de repente, me
di cuenta de que el Señor ya no me estaba hablando del cuello, sino que iba
mucho más allá, porque, ¡qué fácil es decir cuando el “cuello” es ajeno!, pero
la realidad es que solo cuando nos “aprieta” a nosotros nos damos cuenta de lo
que realmente estaba viviendo el otro.
Es
la realidad de nuestro ser: necesitamos hacer experiencia de las cosas para
hacernos uno con el otro, comprendiéndole profundamente. No quiere decir que
tenemos que experimentarlo todo o pasar por cada circunstancia, sino que cada
uno, en nuestra propia debilidad, experimentamos la necesidad de ser amado,
comprendido, acogido... Y experimentar que todo esto se ve cubierto por las
personas que nos aman de verdad, y aún mucho más por el Señor, nos transforma
el corazón. Nos hace más condescendientes con los demás, con la debilidad del
otro.
Y
es que cuántas veces nos vemos queriendo cambiar al otro, corregirlo, o le
exigimos según un grado de perfección un poco absurdo...
Sin
embargo, solo el Amor es el que transforma la vida, no la exigencia o el rigor,
ni siquiera el hacer las cosas como se deberían hacer... solo el Amor tiene la
capacidad de llegar hasta el corazón y transformarlo.
Hoy
el reto del amor es no dejar de amar. Si te has cansado de amar, es humano; ve
con Él y te repondrá las fuerzas para continuar. Pero, si estás agobiado, es
que estás queriendo ser dios, con un nivel de exigencia hacia ti mismo o hacia
los demás... Suelta las riendas, vuelve a dejar a Dios ser Dios, y deja que su
Amor te transforme el corazón. Esta experiencia es la que nos mueve a amar un
poco más a los demás.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma