MEDITACIÓN DIARIA: DÍA 3 DE ENERO

LA PROFECÍA DE SIMEÓN

Dominio público
I.
La Sagrada Familia en el Templo. El encuentro con Simeón. Nuestros encuentros con Jesús.

II. María, Corredentora con Cristo. El sentido del dolor.

III. La Virgen nos enseña a corredimir. Ofrecer el dolor y las contradicciones. Desagraviar. Apostolado con quienes nos rodean.

“Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’.

Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»” (Juan 1,29-34).

I. Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: la purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito (Levítico 12, 2-8; Éxodo 13, 2. 12-13). Aunque ninguna ley obligaba a María y a Jesús por el nacimiento virginal y por ser Dios, María quiso cumplir la ley.

La Sagrada Familia se presentó en el Templo confundida, como una más. María y José ofrecieron el Niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. La Virgen cumplió con los ritos de la purificación. Cuando llegaron a la puerta del Templo se presentó ante ellos un anciano llamado Simeón, tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador.

Aquel encuentro con Jesús ha sido lo verdaderamente importante en su vida; ha vivido para este instante. Nosotros hemos tenido con Jesús muchos encuentros en la Sagrada Comunión. Encuentros más íntimos y más profundos que los de Simeón. Después de cada Comunión, llenos de fe, de esperanza y de amor, también podemos decir: mis ojos han visto al Salvador.

II. El anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, descubre a María los sufrimientos que padecerá un día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella (Lucas 2, 34-35). La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de María.

Desde el comienzo, la vida del Señor y de su Madre está marcada con el signo de la Cruz. La Iglesia aplica a la Virgen el título de corredentora. Nosotros aprendemos el valor y el sentido del dolor y contradicciones aquí en la tierra, contemplando a María y aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo y ofreciéndoselo al Padre.

III. El Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en la salvación de todos. Podemos hacerlo ejecutando con rectitud de intención nuestros deberes más pequeños y realizando un apostolado eficaz a nuestro alrededor.

De modo especial le pedimos hoy a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a santificar el dolor y la contradicción, que sepamos unirlos a la Cruz, que desagraviemos frecuentemente por los pecados del mundo, y que aumente cada día en nosotros los frutos de la Redención.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org