LA PROFECÍA DE SIMEÓN
Dominio público |
II. María, Corredentora con Cristo. El sentido del dolor.
III. La Virgen nos enseña a corredimir. Ofrecer el dolor y las
contradicciones. Desagraviar. Apostolado con quienes nos rodean.
“Al día siguiente Juan
ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que
se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’.
Y yo no le conocía,
pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan
dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del
cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y
doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»” (Juan 1,29-34).
I. Cuando se cumplieron
los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a
Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: la
purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito (Levítico
12, 2-8; Éxodo 13, 2. 12-13). Aunque ninguna ley obligaba a María y a Jesús por
el nacimiento virginal y por ser Dios, María quiso cumplir la ley.
La
Sagrada Familia se presentó en el Templo confundida, como una más. María y José
ofrecieron el Niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. La Virgen
cumplió con los ritos de la purificación. Cuando llegaron a la puerta del
Templo se presentó ante ellos un anciano llamado Simeón, tomó al Niño en sus
brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este
mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador.
Aquel
encuentro con Jesús ha sido lo verdaderamente importante en su vida; ha vivido
para este instante. Nosotros hemos tenido con Jesús muchos encuentros en la
Sagrada Comunión. Encuentros más íntimos y más profundos que los de Simeón.
Después de cada Comunión, llenos de fe, de esperanza y de amor, también podemos
decir: mis ojos han visto al Salvador.
II. El anciano Simeón,
movido por el Espíritu Santo, descubre a María los sufrimientos que padecerá un
día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella (Lucas 2,
34-35). La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en la
vida de Jesús y de María.
Desde
el comienzo, la vida del Señor y de su Madre está marcada con el signo de la
Cruz. La Iglesia aplica a la Virgen el título de corredentora. Nosotros
aprendemos el valor y el sentido del dolor y contradicciones aquí en la tierra,
contemplando a María y aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo
y ofreciéndoselo al Padre.
III. El Señor ha querido
asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que
cooperemos con Él en la salvación de todos. Podemos hacerlo ejecutando con
rectitud de intención nuestros deberes más pequeños y realizando un apostolado
eficaz a nuestro alrededor.
De
modo especial le pedimos hoy a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a
santificar el dolor y la contradicción, que sepamos unirlos a la Cruz, que
desagraviemos frecuentemente por los pecados del mundo, y que aumente cada día
en nosotros los frutos de la Redención.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org