Él nació de las entrañas de María. Ahora, al salir del agua, oye al Padre Dios decirle: “Tú eres mi Hijo muy querido”
La festividad del Bautismo del Señor,
fiesta que se celebra el domingo siguiente a la Epifanía y con la que se cierra
el Tiempo de Navidad, comenzando el Tiempo Ordinario, en que meditamos a
Cristo, Salvador del mundo.
El bautismo en el Jordán fue para Jesús
dejar la vida silenciosa de Nazaret y el comienzo de su misión mesiánica.
Isaías habla del elegido que promoverá el derecho y la
justicia, curará y librará. El "elegido" fue investido como Mesías en
las aguas del Jordán donde se escuchó la palabra del Padre. En muy poco tiempo la liturgia nos hace
pasar de la cuna a la madurez.
Cristo estuvo preparándose para su misión durante 30 años, una misión que consistió en hacer cercano al hombre el Reino de Dios. A lo largo de esos años Jesús fue descubriendo su identidad. Para descubrirlo, Jesús siente una llamada especial, es lo que hoy recordamos en la fiesta de su Bautismo.
Cristo estuvo preparándose para su misión durante 30 años, una misión que consistió en hacer cercano al hombre el Reino de Dios. A lo largo de esos años Jesús fue descubriendo su identidad. Para descubrirlo, Jesús siente una llamada especial, es lo que hoy recordamos en la fiesta de su Bautismo.
La fiesta del Bautismo del Señor nos
lleva al inicio de las cosas, a la génesis misma del mundo. Así como en el
principio el Espíritu se cernía sobre la superficie de las aguas, en la escena
que hoy contemplamos, el que va a ser Redentor de la humanidad brota de las
aguas esenciales y es señalado por el Espíritu eterno como Salvador.
Jesús está a punto de iniciar su misión
y busca a Juan Bautista, que predicaba junto al Jordán. El evangelio asegura
que Juan se veía como un siervo del Mesías, anunciador de su llegada. Él decía
no ser digno de desatarle las sandalias.
Jesús, pues, se acerca a Juan. Quiere ser
bautizado. Es claro que no viene por un bautismo de regeneración, sino que
quiere inaugurar su tarea.
El Padre de los cielos convierte la
escena en una escuela personal para Jesús. Él nació de las entrañas de María.
Ahora, al salir del agua, oye al Padre Dios decirle: “Tú eres mi Hijo muy
querido”. Igual que su Madre le presentó a los pastores y a los magos del
Oriente para que le adoraran, el Padre quiere empezar a presentarle ante el
mundo, señalándolo como su “predilecto”. Por fin, igual que la estrella le
distinguió entre la multitud, Jesús ve cómo el Espíritu Santo le reconoce entre
la muchedumbre y, así como la paloma va derecho al lugar de su origen, viene a
él para habitar en él. El Espíritu sabe que Jesús es su hogar perpetuo.
El Bautismo del Señor, además, inaugura
el anuncio del Reino del Padre y constata que Jesús inicia la nueva creación.
El Señor aparece ante nuestros ojos, finalmente, como nuevo Moisés que,
rescatado de las aguas, inició el proceso que culminaría con la ruptura de las
cadenas de esclavitud que ataban de pies y manos a sus hermanos.
Finalmente, nosotros confesamos que Dios
nos hizo sus hijos en la fuente bautismal. Esta es nuestra fe: Cristo, que
asumió nuestra carne y sangre, santifica las aguas comunicándoles fuerza
redentora que se nos transmite en el bautismo. La acción salvífica de Dios
actúa en su Hijo predilecto, Jesús, que sintetiza todo: el Espíritu, el agua y
la sangre. Jesús como Dios que es, habiendo iniciado las cosas en las aguas
primordiales, las restaura en las aguas bautismales.
Pregunta: ¿Jesús, siendo Dios, necesita recibir el Espíritu Santo?, ¿acaso no lo tuvo
desde la eternidad?
Respuesta: Jesús no necesita recibir el Espíritu ya
que El es uno con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad. En el
bautismo se manifestó el Espíritu para beneficio nuestro, en una epifanía
(manifestación) de la Trinidad.
La Iglesia celebra como Epifanía tres
momentos.
Su Epifanía ante los Reyes magos (San
Mateo 2, 1-12)
Su Epifanía a San Juan Bautista en el
Jordán (San Mateo 3, 13-17)
Su Epifanía a los discípulos y comienzo
de su vida pública con el milagro en Caná. (San Juan 2, 1-11)
VEAMOS LO QUE DICEN LOS PADRES DE LA
IGLESIA:
San Cirilo de Alejandría, siglo V: "El
Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo, sino para instaurar y
restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho
hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse –si es que queremos
usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura– que Cristo
no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues
por su medio nos vienen todos los bienes."Ver este texto
San Máximo de Turín, siglo V: «¿Por qué quiso bautizarse,
si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el
agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su
propia purificación y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración
de Cristo es la consagración completa del agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se
purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la
fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a
la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin
de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza.
Así es como entiendo yo el misterio: Cristo
precede, de la misma manera que la columna de fuegoiba delante a través del
mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y
fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían
tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en
un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a
los israelitas y las olas les dejaban paso.
Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo
Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a
los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el
bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo. Efectivamente,
la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la
seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes:
entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar;
ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe. Ver este texto
San
Hipólito, siglo III:Jesús fue a donde Juan y recibió de él el
bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la
ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace
germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en
unas aguas pequeñas y temporales. Ver este texto
San Gregorio Nacianceno, siglo IV, lectura del
día:
Ojalá que estéis ya purificados, y os
purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento
y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las
palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el
firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los
hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan
resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con
más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única
Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le
sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Ver este texto
LA MISIÓN DE JUAN EL BAUTISTA.
La misión de Juan es dar testimonio de la luz que
ha de abrirse paso en las tinieblas (Cf. Jo.1, 6-8). Para ello, invita a la
conversión y a la oración mediante el rito llamado bautismo de Juan.