II Dom. Después de Navidad
(Ciclo A)
MONICIÓN DE ENTRADA
Buenos
días, hermanos, sed bienvenidos a la celebración de esta Eucaristía.
Todavía
en el tiempo litúrgico de la Navidad y antes de la Solemnidad de la Epifanía,
la Liturgia de este Domingo nos invita a seguir profundizando en el Misterio de
la Encarnación del Hijo de Dios. Grande es este Misterio y grande es la
salvación que en él se nos ofrece.
La
carne que Jesús asumió del seno de María, su Madre, hoy se nos ofrece, como en
cada Eucaristía, en alimento de vida eterna en la mesa del Altar. Dispongámonos
a celebrar con fe y gozo el Misterio de nuestra fe.
MONICIÓN A LAS LECTURAS
Nunca
penetraremos en el Misterio de la Encarnación: La Sabiduría que sostiene el
mundo se ha hecho hombre; la Palabra eterna del Padre ha tomada nuestra carne
del Seno de María; el Eterno e Inmortal ha entrado en la historia y ha
atravesado nuestra muerte…
Ciertamente,
grande es el Misterio de nuestra fe al que hemos sido incorporados por medio de
la Iglesia.
Las
lecturas de este domingo nos ayudarán a penetrar un poco más en él. Dejemos que
nos cojan de la mano y nos introduzcan en lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó
ni a ninguno nos cabía pensar.
ORACIÓN DE LOS FIELES
A
cada suplica respondemos: ¡Jesús, Hijo de Dios, intercede ante el Padre!
-
Por la Iglesia para que sea testimonio vivo de la Palabra hecha carne. OREMOS.
-
Por nuestros políticos que en estos días están eligiendo la presidencia del gobierno,
para que en sus decisiones busquen la concordia de nuestro pueblo. OREMOS.
-
Por los que viven situaciones dramáticas, para que encuentren la solidaridad y
la ayuda necesaria para responder a los retos a los que se enfrentan. OREMOS.
-
Por los países que viven en guerra, por los que sufren la lacra directa del
terrorismo, para que Jesucristo les bendiga con su Paz. OREMOS.
-
Por los que celebramos esta Eucaristía, para que nuestro modo de vida sea un
testimonio del poder transformador de la Palabra divina. OREMOS.
ORACIÓN FINAL
Bendito
seas, Padre bueno,
porque
nos has dado a tu Hijo, Jesús,
como
hermano nuestro.
Tú
nos lo has ofrecido como salvación y compañía
como
mediación y plenitud de Vida.
Gracias,
Padre de inmensa bondad,
porque
al dárnoslo, no te han movido
nuestros
méritos, que no tenemos,
sino
tu amor para con nosotros.
¡Tu
gloria infinita es la única medida
de
este amor desmedido!
Conocedores
de nuestra debilidad y pecado,
te
pedimos, Padre de misericordia,
que
te apiades de nosotros,
nos
rescates de nuestras rebeldías
y
nos injertes en tu Hijo, Jesús.
Derrama
sobre nosotros su Espíritu,
para
que se una al nuestro,
nos
ilumine los ojos con la fe
y
podamos confesar a Jesús como nuestro Señor.
Amén.