EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO
II. La pérdida del “sentido
del pecado”.
III. Junto a Cristo
entendemos qué es verdaderamente el pecado. Delicadeza de conciencia.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también
el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me
reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios.
Al que
hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme
contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga,
ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a
decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en
aquel momento lo que tenéis que decir»” (Lucas 12,8-12).
I. La blasfemia
imperdonable al Espíritu Santo consiste en excluir la misma fuente de perdón de
los pecados, cerrándose a la gracia y tergiversando los hechos sobrenaturales,
atribuyendo la acción divina de Jesús al demonio, como los fariseos del
Evangelio de la Misa de hoy. (Lucas 12, 10)
Esta
actitud, además de su gravedad y malicia, posee una disposición interna de la
voluntad que anula toda la posibilidad de arrepentimiento. Todo pecado, por
grande que sea, puede ser perdonado, porque la misericordia de Dios es
infinita; pero para que se otorgue ese perdón divino es necesario reconocer el
pecado y creer en el perdón y en la misericordia del Señor, cercano siempre a
nuestra vida.
El
Papa Juan Pablo II nos advierte de esta deformación de la conciencia. Nosotros
le pedimos al Señor una verdadera humildad para reconocer nuestros pecados, y
que nunca nos acostumbremos a ellos, incluyendo los veniales. A Nuestra Señora
le pedimos el santo temor de Dios, para no perder nunca el sentido del pecado y
la conciencia de nuestros errores.
II. Jesucristo nos dio a
conocer plenamente al Espíritu Santo como una Persona distinta del Padre y del
Hijo, como el Amor personal dentro de la Trinidad Beatísima, que es la fuente y
modelo de todo amor creado (CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes). Jesús se
refiere a Él como a un paráclito o consejero, esto es, abogado y confortador.
Tiene
como particular misión el juicio de la propia conciencia, y ese otro juicio tan
especial de la Confesión de donde salimos absueltos de nuestras culpas y llenos
de una riqueza nueva. La delicadeza de conciencia es aquella que tiene el alma
cuando aborrece el pecado, incluso venial, y procura ser dócil a las
inspiraciones y gracias del Espíritu Santo. Lo contrario a la conciencia
delicada es la dureza de corazón que corresponde a la pérdida del sentido del
pecado (JUAN PABLO II), contra la cual siempre debemos estar alerta
III. Vivimos en un ambiente
pagano generalizado, parecido al que encontraron los primeros cristianos, y que
hemos de cambiar como ellos lo hicieron. En innumerables ocasiones se enjuician
ideas y hechos contrarios a la ley de Dios como asuntos normales, que a veces
se deploran por sus consecuencias dañinas para la sociedad y para el individuo,
pero sin referencia alguna al Creador.
La
suciedad de los pecados necesita un término de referencia, y éste es la
santidad de Dios. El cristiano sólo percibe el desamor cuando considera el amor
a Cristo. Digámosle como San Pedro: Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te
amo (Juan 21, 17)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org