Este
escolapio convirtió la capital del país en el campo de sus mayores anhelos:
sacar a los niños más pobres del abandono; curar sus heridas, darles un hogar
Facebook-Padre CHINCHACHOMA Alejandro Garcia Duran |
Si hoy a un niño de la calle –en México hay cerca
de 13.000— se le pregunta si conoce a “Chinchachoma”, seguramente dirá que no.
Pero si se hace la misma pregunta a uno que vivía en la calle hace veinte,
treinta o cuarenta años, lo más seguro es que diga que sí, que se acuerda muy
bien de él, que lo extraña mucho.
Y es que este
sacerdote escolapio, nacido en Barcelona (1935) y bautizado con el nombre de
Alejandro (García Durán y Conde de Lara), que trabajó en Cataluña y en Bogotá
antes de llegar a México en 1970, convirtió la capital del país en el campo
de sus mayores anhelos: sacar a los niños más
pobres del abandono; curar sus heridas, darles un hogar.
Poco o nada
ortodoxo, se hizo uno de ellos, de los niños y jóvenes de la calle que vagaban
anónimos y desesperados en una de las ciudades más grandes (y caóticas) del
mundo: la Ciudad de México. Tanto así que lo bautizaron por segunda vez con el que
sería su nombre de batalla: “Chinchachoma”: “Cabeza Calva”, en el caló de los
marginados.
Si bien le
había comentado, cuando era niño, a su hermano Adolfo (también escolapio) que
quería ayudar a los pobres siendo sacerdote, no fue sino hasta 1971, recién
llegado a Ciudad de México, cuando descubrió el camino. El “disparador” fue la
golpiza que un policía capitalino daba a un jovencito que se drogaba en la
calle.
Sin calcular costos e, incluso, sin contar
con el apoyo de su congregación religiosa (quien lo regresó a España en 1975,
sin éxito), “Chinchachoma” se comprometió con los niños que encontraba primero
a la casa de los escolapios, después,
viviendo con ellos en la Correccional de Ciudad de México y aprendiendo su
lenguaje, sus formas de enfrentar la marginación, sus heridas.
A partir de
vivir “dentro”, el sacerdote escolapio se hizo uno de ellos. Inventó o, más bien,
implementó como Dios le dio a entender un método: el método
afectivo-psicológico que él llamaba “parir el yo de la persona”, mediante el
cual le daba afecto incondicional al niño o adolescente en situación de calle,
y lo hacía reflexionar acerca de su vida y situación personal.
Con base en esto mismo “método” o sistema
de rehabilitación de las drogas, “Chinchachoma” se castigaba él mismo cada
vez que un menor de edad se drogaba, en vez de castigar al menor de edad, a fin
de que el dolor que él sufría “pariera el yo” del menor y se sintiera amado.
Cientos de
anécdotas han sido reveladas tanto por los menores como por sus múltiples
biógrafos. Una de ellas cuenta que al hacer una visita al hogar que había
habilitado el sacerdote acompañado de bienhechores, alguno de éstos se acercó
para saludar a un niño de la calle y lo que recibió fueron golpes.
“Chinchachoma”
de inmediato se quitó el cinturón y comenzó a golpearse a sí mismo. El niño se
abrazó llorando al sacerdote y cuando le preguntaron por qué había reaccionado
así, el chiquillo “parió el yo”, explicando que estaba lleno de rencor porque
había sido abusado sexualmente en su casa, quizá por sus padres o su padrastro.
Ya conocido,
“Chinchachoma” fundó en 1979 Hogares Providencia, una institución que sigue
funcionando en muchas otras partes de México, sostenida por bienhechores,
voluntarios y sacerdotes de diversas órdenes religiosas. En estas casas de
acogida los «tíos» y las «tías» cuidan a los menores, mientras que
«Chinchachoma» era su «papá», su padre espiritual.
Miles de menores han pasado por estas casas
y se han convertido en hombres y mujeres de bien. Él alcanzo a fundar 18 “hogares
entregados a la Providencia divina; llegaron a ser 21 en todo el país, y
actualmente sobreviven diez. “Chinchachoma” falleció de un infarto el 8 de
julio de 1999, estando en Bogotá, Colombia.
Con información de El Observador
Jaime
Septién
Fuente:
Aleteia