Están
confiscando crucifijos, pero la religión es la única sartén que no pueden tomar
por el mango
INTI OCON | AFP |
La decisión se ejecutó. Todo peligrosamente
parecido a lo que ocurre en Venezuela. Un régimen cruel causante de la crisis
que hoy vive ese país, con su saldo de cientos de muertos, presos y
desaparecidos, sin dar explicaciones porque son “la ley y la trampa”, Ortega,
el dictador de Managua, decomisó 200 crucifijos que serían distribuidos entre
los fieles cristianos.
Como en la
mejor escena de El Padrino, mientras las autoridades nicaragüenses
confiscaban los crucifijos y un papel que contenía la «Oración
de ofrecimiento por Nicaragua», Ortega concedía una entrevista
en la que afirmaba que en el país «hay la más absoluta libertad religiosa».
Al igual que
en Venezuela: al tiempo que los derechos se violan de la manera más flagrante,
el mandante usa su poder mediático para proclamar que ocurre todo lo contrario.
No es cinismo, es arbitrariedad.
Al igual que
en Venezuela, para Maduro, el rechazo abierto de las mayorías contra el
Gobierno es para Ortega un «golpe de Estado fallido»; acusan a los
manifestantes -exiliados o no- de querer «derrocarlo por la vía de la violencia
», cuando en realidad se trata de protestas cívicas.
¿Por qué la emprenden contra la Iglesia y la
religión? Por
miedo. La democracia es debate; la dictadura es silencio. El soporte de una
dictadura es el control. A lo único que teme un dictador es a lo que no puede
controlar. Con la fe del pueblo no pueden, como tampoco con sus signos y
símbolos. Pueden encarcelar pero no pueden arrebatar la esperanza que todo
cristiano cultiva y mantiene. El cardenal venezolano Rosalio Castillo
Lara -ya fallecido- reveló en una oportunidad que Gorbachov le confesó al
Papa Juan Pablo II en su visita al Vaticano: “Hicimos todo lo posible durante
70 años para arrancar a Dios del alma de la gente…y no pudimos”
La cruz es un
gesto que podemos hacer cada vez que queramos, hasta reproducirla mentalmente o
dibujarla en nuestra piel. Ella está en el corazón y en el alma. De igual
manera que la confianza en ella no se desgasta como un gobierno ni se confisca
como si de una propiedad cualquiera se tratara. Testimonio vivo de ello es el
caso del Cardenal Van Thuan, preso casi una vida en Vietnam comunista, quien
celebraba misa diaria, desarrollaba la liturgia completa en su celda y
consagraba con un trocito del pan que tenía casi por todo alimento.
Para estos
dictadores tutelados por Cuba, el crucifijo no tiene un significado
sublime, espiritual, sino un producto de manipulación que se utiliza como un
instrumento para lograr sus oscuros fines. Y la
verdad es que, a pesar de ello, sus regímenes y sus vidas no han terminado nada
bien. Las creencias que los mueven están vinculadas a poderes ocultos,
prácticas que no son precisamente religiosas.
Para ellos,
la cruz es un objeto-fetiche. Todos pudieron ver cómo Hugo Chávez, en sus
momentos difíciles, blandía una Cruz en las pantallas de televisión que su
gente, entre dientes, revelaba que antes había pasado por ritos nada sagrados.
Igual hace Maduro. Todo el mundo sabe que pertenece a la corte de Sai Baba,
pero con un pueblo católico se ve obligado a mencionar, de tanto en tanto, a
Cristo y a la cruz. Nadie le cree.
Se buscan
médiums y contratan brujos. Sacrifican animales, preparan brebajes y recurren a
lo que sea con tal de contrarrestar a la religión, la única sartén que no
pueden tomar por el mango. La alternativa es vender el sofá, como el chiste
aquél del hombre cornudo que se deshacía del sofá donde su mujer lo engañaba.
No es solución.
Y en chiste
se queda el intento puesto que no por robar unas cuantas cruces recuperará
Ortega la confianza del pueblo y menos confiscará lo inconfiscable: la fe
de las personas la cual, por cierto, se fortalece en la adversidad. Si
no, pregunten a los mártires, cuya aparente desgracia no hace sino despejar el
camino a la Gloria y sembrar la tierra de buena semilla para la cosecha de más
fieles.
Macky Arenas
Fuente:
Aleteia