El amor siempre encuentra espacio para acoger a muchos, y
aunque haya muchos, cada uno ocupa un lugar único y necesario
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Solemos
ser personas sociables y sí, podemos decir que tenemos amigos, pero, ¿qué
tanto entendemos de amistad?, ¿qué tan buenos amigos somos?
Considero que eres
amigo de alguien cuando has conquistado su interior. Te das cuenta de que el
otro es tu amigo cuando ha depositado en ti su confianza y no tiene miedo de
mostrarse.
Esta es la experiencia de la
auténtica amistad, pero para profundizar un poco más en lo que ella significa
quería compartir contigo 3 reflexiones.
La amistad: una
participación sensible en el amor de Dios
Un monje
cisterciense que vivió en el siglo XII, Elredo de Rieval, dedicó a la amistad
un pequeño tratado que tuvo un gran éxito en la Edad Media y que aún hoy
conserva intacta toda su frescura y actualidad:
“En las
cosas humanas, en efecto, nada podemos desear de más santo, nada se puede
buscar de más útil, nada es más difícil de encontrar, nada se puede
experimentar de más dulce, nada es más rico en frutos. La amistad, de
hecho, da sus frutos en la vida presente y en la futura […] Un
hombre sin amigos es como un animal, puesto que no tiene quien se alegre con él
cuando las cosas le van bien o cuando comparte su tristeza en los momentos de
dolor; le falta alguien con quien desahogarse cuando la mente está angustiada
por alguna preocupación, alguien a quien poder comunicar alguna intuición
genial o más luminosa que de costumbre. Desgraciado el que está solo, porque,
si cae, no tiene quien lo levante. Está en la soledad más total aquel que no
tiene amigos […]. Un amigo, dice el sabio, es una medicina para la vida (Eclo
6,16)…
No hay, en
efecto, en todo cuanto puede acontecernos en esta vida, medicina mejor, más
válida o más eficaz para nuestras heridas que el tener un amigo que venga a
compartir con nosotros los momentos de sufrimiento y los momentos de alegría,
así que, espalda con espalda, como dice el apóstol, llevemos los unos las
cargas de los otros (Gal 6,2); o, mejor, uno soporta más fácilmente sus propios
males que los del amigo… La amistad, por lo tanto, es la gloria de quien es
rico, la patria de quien está en el exilio, la riqueza de quien es pobre, la
medicina de quien está enfermo, la vida de quien ha muerto, la gracia de quien
está sano, la fuerza de quien es débil, el premio de quien es fuerte” (Elredo de Rieval, La amistad espiritual).
En la
amistad no se busca la utilidad -aunque no pocas “amistades”
se entienden como un negocio-. A ella se va más para dar que para
recibir. Nada nos perfecciona tanto que dar a otro lo mejor de
nosotros mismos.
Una verdadera
amistad es solo aquella en la que se enriquece a los amigos, en la que damos
lo que tenemos, lo que hacemos y, sobre todo, lo que somos.
Contar con la
presencia de un amigo es manifestación clara del amor que Dios tiene por
nosotros.
Una amistad supone la
renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades
“Ser un
buen amigo o encontrar un buen amigo quizá sean las dos cosas más difíciles del
mundo: porque suponen la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades” (José Luis Martín
Descalzo).
Y es que la amistad es
generosidad. Es el don de compartir con naturalidad lo que se es y lo que se
tiene. En la amistad, más que en otras situaciones de la vida, la mano
izquierda no debe saber lo que hace la derecha.
En ella podemos aceptar
los errores y las fragilidades con amor y paciencia. Los amigos que se
pasan la vida discutiendo por cualquier cosa a todas horas, descontentos por
las características del otro; tal vez sean buenos compañeros, pero,
difícilmente serán auténticos amigos.
¡Cuánto llenan nuestros
corazones esas amistades que maduran con los años y en las que nos sentimos
libres y sostenidos; aceptados tal y cómo somos y empujados hacia lo que
debemos llegar a ser!
El dos, lejos de ser el
número requerido para la amistad, ni siquiera es el mejor, y por una razón muy
importante
“[…]Lamb dice en alguna parte que si de tres
amigos (A, B y C), A muriera, B perdería entonces no solamente a A, sino «la
parte de A que hay en C»; y C pierde no solo a A, sino también «la parte de A
que hay en B».
En cada
uno de mis amigos hay algo que solo otro amigo puede mostrar plenamente. Por mí mismo no soy lo bastante
completo como para poner en funcionamiento al hombre total; necesito otras
luces, además de las mías, para mostrar todas sus facetas. Ahora que Carlos ha
muerto, nunca volveré a ver la reacción de Ronaldo ante una broma típica de
Carlos. Lejos de tener más de Ronaldo al tenerle solo «para mí», ahora que
Carlos ha muerto, tengo menos de él […]. En esto la
amistad muestra una gloriosa «aproximación por semejanza» al cielo, donde la misma multitud de
bienaventurados (que ningún hombre puede contar) aumenta el goce que cada uno
tiene de Dios, porque al verlo cada alma a su manera, comunica sin duda esa
visión suya, única, a todo el resto de los bienaventurados […]. Así, mientras
más compartamos el pan celestial entre nosotros, tanto más tendremos de él” (Los
cuatro amores,
C. S. Lewis).
El corazón de un amigo es un
patio amplio. Un amigo es un alma que se ha abierto a otra alma, que se ha
comprometido. Es un alma que ama y el amor siempre encuentra espacio para
acoger a muchos, y aunque haya muchos, cada uno ocupa un lugar único y
necesario.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia