Ante
los desafíos éticos planteados por el desarrollo de la inteligencia artificial
(IA), la Iglesia se moviliza en nombre de la libertad del ser humano y del
respeto a su dignidad
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La
Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE)
publicó el pasado enero una reflexión sobre la “robotización de la vida” y sus
“desafíos éticos”. Más tarde, en febrero, el Vaticano anunció una
asociación con Microsoft para promover un premio internacional sobre ética en
la inteligencia artificial o IA.
Por
último, en febrero también, la Pontificia Academia para la Vida dedicó su
asamblea plenaria de 2019 a la robótica en una conferencia titulada Roboética:
personas, máquinas y salud. En 2020, su asamblea general versará
además sobre la IA.
Pero,
¿qué tiene que decir la Iglesia sobre un tema en apariencia tan desconectado de
la fe, de la evangelización o de la moral? ¿Cómo puede influir de forma positiva
en los marcos éticos y jurídicos planteados por los gigantes de la web e
instituciones como la Comisión Europea?
Problemáticas
existenciales
Las
preguntas planteadas por la IA y la robótica abarcan unos campos muy vastos
que, en definitiva, nos remiten a una cuestión fundamental: ¿qué es el ser
humano? En coloquios recientes organizados por la Iglesia sobre estos temas,
los investigadores han tratado de aportar respuestas a problemáticas
existenciales: ¿la IA y el empleo de robots modificarán los comportamientos
humanos, las relaciones y su psiquismo? ¿Podemos concebir un “aumento” humano
ético? ¿Qué es el ser humano en comparación a un algoritmo y/o a un robot? ¿Un
robot autónomo podría estar dotado de una personalidad jurídica por el hecho de
ser autónomo?
Estas
preguntas antropológicas, sociales, relacionales, filosóficas y teológicas
están todas vinculadas con los derechos del ser humano y con el sentido de la
vida, tal y como explican los obispos de la COMECE:
“A
pesar de las ventajas de la robotización, conviene señalar que este sector se
ha desarrollado en el seno de una cultura que ya no tolera los límites del ser
humano. Los proyectos que implican personas asistidas por un robot, o
robotizadas ellas mismas (es decir, aumentadas), están motivados por el deseo
de liberar a la humanidad de las limitaciones biológicas (por ejemplo, la
resistencia física, las capacidades mentales, el envejecimiento, etc.) para ser
dueños de su ser y su futuro. […]”.
Una ética responsable con
una mirada en el futuro
“[L]o
que rige la relación entre humanos y máquinas es la primacía y la dignidad del
ser humano. Aunque creada, la persona no es solo capaz de relacionarse por sí
misma con otras criaturas (al igual que los robots programados para tal
efecto), sino que también tiene la capacidad de cuestionar los criterios y
principios sobre los que tomar decisiones. El ser humano está capacitado para
una reflexión crítica y para tomar decisiones éticas, como Adán en el Jardín
del Edén (Gn 2).
El
ser humano es responsable de dar orden y sentido a la Creación. (…) Esto va más
allá de la mera preservación para cultivar, desarrollar y aumentar la
creación de forma práctica. Este sentido dinámico del papel de la humanidad en
la creación sostiene no una ética conservadora, sino una orientada en el futuro
que esté abierta y sea responsable de la creación a medida que crece y se
desarrolla. Esto fomenta una actitud hacia la ciencia y la tecnología que es
esencialmente confiada y receptora de la innovación. Además, enfatiza el valor
de la libertad del ser humano y de su no dependencia con respecto de la
tecnología a su disposición”.
Libertad imposible
En
esta reflexión de los obispos europeos se percibe la profundidad de las
cuestiones ligadas a la robótica y a la IA. Por ejemplo, los algoritmos
desarrollados para un vehículo autónomo plantean unas dudas morales imposibles
de resolver incluso para un ser humano: en caso de avería en mi coche y ante un
inminente accidente inevitable, ¿contra quién decidiría impactar (con probable
resultado fatal): contra dos niños o contra tres ancianos que se encuentran en
mis dos trayectorias posibles? ¿La IA utilizada por un organismo de crédito
rechazaría el crédito para la compra de mi casa que un banquero me habría
concedido de haberlo negociado cara a cara?
Por
tanto, si los robots de acompañamiento para los niños toman decisiones
autónomas que arriesgan el bienestar de los mismos niños (atravesar la calle,
enseñar cálculo mental…) y si las neurociencias permiten, por ejemplo,
modificar y controlar el carácter psíquico de una persona gracias a los
algoritmos, no es de sorprender que la Iglesia esté presente en el debate.
Porque el debate trata sobre la libertad del ser humano y del respeto a su
dignidad.
Las fronteras entre el
hombre y la máquina
La
Comisión Europea, en su Proyecto de Directrices Éticas sobre una IA confiable
en proceso de redacción sobre la IA, es tímida en su evocación a los principios
básicos de la dignidad humana y de las libertades fundamentales de sus
ciudadanos. Una timidez compartida en el informe del sociólogo Alain Touraine
para la revisión de la ley francesa relativa a la bioética (capítulo VI).
Los
principios éticos citados son, de hecho, un mínimo común denominador de lo que
define al hombre. Los principios de beneficencia (hacer el bien), de no
maleficencia (no hacer daño), de autonomía de los seres humanos, de justicia
(es decir, no discriminación de la AI), de explicabilidad de los algoritmos
para garantizar la autonomía, de consentimiento informado y de protección de datos
de las personas no serán suficientes para respetar la libertad y la dignidad
humanas.
La
Iglesia permite afirmar que nuestro futuro tecnológico puede seguir siendo
humanista y justo. Al igual que la encíclica Laudato si’ es
mencionada a menudo en conferencias internacionales sobre ecología, la Iglesia
aporta un criterio sólido en los ámbitos éticos por desbrozar. Ayudará a la
definición de las fronteras entre hombre y máquina y en la determinación de
unos “aumentos tecnológicos” que se mantengan éticos y respetuosos con la
dignidad y la libertad humanas.
csoberon
Fuente:
Aleteia