El
ingrediente perfecto
Hola,
buenos días, hoy Sión nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
El
otro día, mientras toda la Comunidad subía a los desvanes a poner orden, a mí
me tocaba encargarme de la comida. Resulta que había un montón de yemas, y a
las cocineras del día anterior les habían sobrado unas patatas peladas y
picadas...
-¿Por
qué no haces unas tortillas de patata?
Reconozco
que era la mejor forma de aprovechar los “restos” que había en la nevera, pero
la propuesta me cortó la respiración. Me encanta la cocina... pero las
tortillas de patata... nunca me he atrevido a hacerlas sola.
En
fin, aun a riesgo de que la cocina fuese declarada zona catastrófica... ¡alguna
vez tiene que ser la primera!
Tras
preparar los ingredientes, me dispuse a hacer la tortilla. Eché la yema en las
patatas y, ¡uy, qué maravilla! ¡Aquello se cuajaba sólo con rozar la sartén!
“Lo
mejor del huevo es la yema... ¡Esto va a ser una delicia!”, pensé.
Llegado
el momento de darle la vuelta, la maniobra me salió impecable. ¡Ni una gotita
se me escurrió al suelo!
Bueno,
bueno, yo estaba impresionada conmigo misma. ¡Qué forma de superarme, qué
progresos en tan poco tiempo!
Las
tortillas quedaron doradas, redonditas... ¡sencillamente perfectas! Pero, a la
hora de comer, mi alegría se desvaneció como el humo. Eso no eran tortillas...
¡era gelatina de cemento! ¡Estaban espesas y duras como piedras!
Creo
que nunca había valorado tanto la clara del huevo. Será escurridiza y pegajosa,
¡pero hace su función!
Orando
sobre esto, me he dado cuenta de que todos buscamos rodearnos de gente con
nuestros mismos gustos e ideales. ¡Es lógico! Sin embargo, las circunstancias
nos obligan a relacionarnos con personas que no habríamos elegido, personas
distintas, con las que parece que no encajamos. Puede sucedernos en el trabajo,
en el colegio, ¡pero también en tu comunidad de fe y en tu familia!
Estas
diferencias pueden hacernos pensar que la vida sería más fácil si todos
fuésemos “yema”, todos iguales... ¡y la tortilla se cuajaría sin problemas!
Pero
el Señor me ha mostrado que las diferencias, ¡son necesarias! Es así como la
tortilla está esponjosa, ¡aunque suponga hacer más equilibrios para realizarla!
Solo
hay que ver el grupo de los Doce: había pescadores, hombres cultos, algunos muy
brutos, otros sensibles...
¡Y
el Señor me hizo descubrir algo aún mejor! ¿Qué tienen en común la clara y la
yema? ¡Que ambas pertenecen al huevo! ¿Qué tienen en común los Doce? ¡Su amor
por Jesucristo! ¡¡Él es el ingrediente perfecto, Él es quien da verdadera
unidad!!
Hoy
el reto del amor es amar las diferencias. Te invito a que le pidas al Señor
poder descubrir una cosa buena en cada hermano que ha puesto hoy a tu lado. Son
diferentes a ti, ¡pero cada ingrediente es fundamental para hacer una verdadera
tortilla! ¡¡Descubre la maravilla que puede aportar cada uno!! ¡Feliz día!
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma