La Iglesia condenaba también la venta de los hijos por los padres y el
abandono de los niños, algo muy frecuente en la
sociedad antigua
El
emperador Constantino, aconsejado e inspirado por hombres de Iglesia y por
laicos cristianos desde el Edicto de Milán del año 313, comenzó a impregnar de
ideas cristianas el antiguo derecho romano con elementos como el respeto a la
persona y un nuevo espíritu de justicia.
Nos
encontramos así con normas para impedir coger los bueyes del campesino y
protegerle contra las usurpaciones de los propietarios ricos, la defensa de la
herencia de los hijos huérfanos de madre frente al padre y la prohibición de
marcar a fuego a los delincuentes en el rostro porque este «ha sido formado a
imagen de la belleza celeste».
Hacia
el año 320 hallamos una primera floración de la legislación cristianizada, que
tendrá su pleno desarrollo años más tarde. Surgen entonces medidas a favor de
la Iglesia, así como el reconocimiento del derecho de liberar a los esclavos
con la simple declaración hecha en un templo en presencia de los sacerdotes,
además de que los clérigos podrían concedérsela a los suyos, incluso sin
formalidad legal alguna.
En
las cuestiones económico-sociales, de beneficencia y de costumbres, hay hechos
que resultan igualmente importantes: la institución del domingo como día de
descanso obligatorio, la condena del rapto de muchachas y de la prostitución de
las domésticas de albergue, la protección de los prisioneros contra la
brutalidad de los carceleros y de los esclavos contra sus dueños. También el
Estado se hizo cargo de la tutela de huérfanos y viudas.
Las iglesias como
lugares de refugio
Una
medida importante fue conceder a la Iglesia el derecho de asilo, es
decir, el reconocimiento de las iglesias como lugares de refugio. Asimismo, se
dio a los obispos el derecho de interceder ante los jueces con el fin de
obtener la gracia de los condenados, y en este sentido intervinieron en varias
ocasiones san Agustín y san Ambrosio.
Muy
notoria fue la modificación que la Iglesia promovió en los derechos que
la patria potestas romana daba al padre sobre los hijos y que, en
ocasiones, podía ser terrible, tendiendo ahora hacia la paterna pietas,
con un impulso grande del papel de la madre y de los propios derechos de los
hijos. Esto posibilitó la libertad de los hijos para contraer matrimonio, la
influencia de la madre en la educación del hijo, el deber de sustentar a los
hijos y también el de los hijos de atender a los padres cuando se hallasen
necesitados…
La
Iglesia condenaba también la venta de los hijos por los padres y el abandono de
los niños (los llamados expósitos), algo muy frecuente en la sociedad antigua y
que, en realidad, era una consecuencia de la extensión de la patria
potestas; muchos de estos niños expósitos solían acabar en la esclavitud, el
amancebamiento, la pederastia o la prostitución, por lo cual los escritores
eclesiásticos lucharon ardientemente contra ello. Constantino impuso una
primera restricción a esta práctica y varios emperadores orientales
favorecerían luego la labor de la Iglesia en la acogida y promoción humana y
social de estos niños.
Combatiendo el aborto
desde el siglo IV
La
Iglesia también combatió el aborto, igual que ya lo había hecho la medicina
antigua, pues había alcanzado una gran propagación. La legislación sinodal se
ocupó del asunto desde comienzos del siglo IV y defendió intrépidamente el
derecho a la vida del no nacido. Otro aspecto singular de la influencia
cristiana sobre la sociedad fue la abolición de los combates de gladiadores.
No
hay que olvidar la reducción de la esclavitud, mediante la recomendación del
buen trato a las personas que se encontraban en este estado, las manumisiones
llevadas a cabo por amos cristianos, la recaudación de las limosnas de la
libertad para liberar esclavos, el reconocimiento legal del matrimonio
entre ellos o la veneración de santos esclavos.
Constantino
otorgó toda una serie de disposiciones que suavizaban sus condiciones de vida,
entre ellas la supresión de la crucifixión como castigo, y permitió que los
senadores se casaran con esclavas. San Agustín pensaba que la esclavitud era
contraria a la voluntad de Dios y opinaba que había surgido por la injusticia y
la violencia entre los hombres, pues Dios había creado al hombre libre.
Santiago
Cantera, OSB
Prior
del Valle de los Caídos
Fuente: Alfa y Omega