5 preguntas que puedes hacerte si te crees muy bueno
Parece fácil ser cristiano; no
matarás, no mentirás, no robarás y tienes el cielo ganado.
Los 10 mandamientos nos los
enseñan desde que somos pequeños (al prepararnos para la primera comunión) y
desde entonces intentamos cumplir con ellos para ser las buenas personas que
queremos ser. La verdad es que querer ser buena persona es un gran
comienzo, y querer cumplir con los mandamientos aún más.
Recordando el pasaje del
joven rico, cuando este va al encuentro del Señor y le pregunta: «Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le responde “Tú sabes los
mandamientos: ‘no mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso
testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”». A primera vista
parece que lo estamos haciendo bien.
Traduciendo ese pasaje a
nuestra vida, no solo se trata de atender a los 10 mandamientos –que a veces
pueden sonar un poco arcaicos– («no codiciarás a la mujer de tu prójimo»), sino
que se trata de cumplir con los deberes de tu estado (tu
situación cotidiana actual). Por ejemplo, si soy estudiante de la
universidad y contextualizo dichos mandamientos a mi día a día: voy a
misa los domingos, separo un espacio para mi oración, hablo con mis padres
regularmente y nunca les alzo la voz; intento (al menos intento), no hablar mal
de nadie y hago mis deberes de forma diligente.
Ahora bien, ¿y si siempre
he sido una persona responsable y virtuosa?, ¿si como el joven
rico todo esto lo he cumplido bien? ¿Ahora qué?, ¿ya soy buena? No debemos
olvidar que a la pregunta del joven el Señor también le responde: «¿Por qué Me
llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».
La mayor
tentación de un cristiano comprometido con su fe está en que podemos llegar a
creernos buenos. Creer que hemos hecho suficiente. Entender la vida cristiana como un
catálogo de reglas que tenemos que cumplir para «ser bueno» es un error que conlleva
una profunda tristeza. Quien se gana el cielo y quien vive con esa alegría en
la tierra, no es la persona que concibe la vida como un continuo poner vistos
en una to-do-list. Claro está que cumplir con los mandamientos es necesario (no
me malinterpreten) pero esto no es suficiente para ser llenar el corazón del
hombre.
Entonces, ¿cómo se es santo y se
gana el cielo?
El joven rico se pregunta lo mismo y le dice al
Señor: «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud” a lo que Jesús
responde “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me sigues».
¿Cómo entender estas palabras tan exigentes del
Señor en nuestra día a día? Estas 5 preguntas te pueden ayudar:
1. ¿Me
he puesto hoy al servicio de los demás?
El Señor nos
invita a vivir nuestra vida desde una perspectiva distinta, la de dejar todo a
los demás por Él, por amor.
Ese «vende todo
lo que tienes» hoy en día es una forma de vaciar el corazón de prejuicios
contra los demás, de dar demasiada importancia a las apariencias, de
preocuparse excesivamente de uno mismo; y de darle la oportunidad de llenarse
de Cristo.
Un amor que «da a los pobres» es aquel que se
entrega por completo a los demás para vivir con una apertura radical a los
demás. Ya lo decía San Agustín «Ama y haz lo que quieras», ¡y no se equivoca! El amor es el auténtico fin del
hombre y lo único que puede colmar su corazón con anhelos de eternidad.
2. ¿He
buscado hoy ser instrumento de Dios para que los demás le conozcan?
Como hemos dicho
arriba, no se trata solo de ser buenos. El «nuevo» mandamiento del amor renueva
la vivencia de las enseñanzas que Dios nos ha dejado (cumplir con los
mandamientos) de manera que engrandece la vida del hombre al no dejarla
circunscrita a la constatación de «buenas obras», a conformarse con «ser
bueno», sino que lo lleva a ilusionarse con «ser perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto» (Mateo 5:48), perfectos en el amor. Y este amor, para que sea perfecto,
es expansivo, busca siempre transmitirse a los demás.
3. ¿He
procurado cuidar algún momento de oración hoy para poder encontrarme con Dios?
Sin oración no
somos nada. Para subir un poco más arriba del escalón de «ser buenos»,
necesitamos de la gracia. Nadie puede ser santo por sus propios medios.
«Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de
mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte
claro para nuestra existencia, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las
palabras del Evangelio: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. La oración es el fundamento de toda
labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si
prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada» (San José María Escrivá).
4. ¿He
sido agradecido hoy con Dios por todo lo que me ha regalado?
Una de las
condiciones más importantes para la santidad es el agradecimiento. Todo lo bueno que tenemos proviene
de Dios y es a Él a quien primero debemos agradecer. Vivir en
un constante agradecimiento nos ayuda a crecer en la humildad y la alegría.
«El saber agradecer a los hermanos es signo de que
se tiene un corazón agradecido para con Dios nuestro Señor y un corazón
agradecido es siempre fuente de gracia» (Papa Francisco).
5. ¿He
sabido hoy apreciar lo que los demás han hecho por mí?
No solo se trata
de ser agradecidos con Dios, es bueno tambien serlo con los demás. Ir más allá
de «ser buenos» implica ese ponernos siempre en disposición, en apertura hacia
los otros, y esto no se trata solo de servirlos, se trata también de buscar valorar al otro por quién es,
aprender a ver en cada persona una oportunidad para vivir el encuentro, la
alegría y el agradecimiento.
Por: Kristina Hjelkrem
Fuente:
Catholic-link.com