¿Cómo
combatir la nostalgia del pasado y de nuestra infancia que muchas veces nos
invade por estas fechas?
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No
recuerdo cuándo empezó para mí, pero llegó de forma gradual. Un año, me sentí
un poco triste después de abrir los regalos, en vez de emocionadísima hasta la
médula. Otro año, me percaté de la cantidad de trabajo que exigía a mis padres
la preparación para la Navidad y me di cuenta de que no era simplemente un
tiempo mágico de gozo, sino un poco estresante. Y luego, cuando ya dejé de
vivir en casa de mis padres, llegó arrollando la sensación de que “la Navidad
ahora es un poco rara”.
Ser
universitaria y volver a casa por Navidad era raro porque sentía una distancia
entre mi familia inmediata y yo. No sabía tan bien como antes lo que sucedía en
la vida diaria de todos mis familiares, así que me sentía como la tita extraña
que intenta encajar en vez de como la simpática hermana mayor que siempre está
próxima.
Y
luego, después de la universidad, todo se complicó más. Tenía que organizar y
decidir adónde ir por Navidad con mi prometido y luego marido. Yo solo quería
estar con mi familia porque, aunque me sentía diferente, seguía siendo la misma
Navidad de siempre, con nuestra tradición de hojaldres después de la Misa de
Medianoche, los panqueques alemanes para desayunar, los mismos villancicos que
conocía, rodeada de las personas que más quería en el mundo.
Sin
embargo, por supuesto, mi prometido quería pasar la Navidad con su familia. Y
su celebración familiar estaba cambiando y era diferente de lo que estaba
acostumbrada, porque todos en la familia eran adultos y no había niños por los
que buscar este toque navideño tan especial.
Así
que, de repente, ya no era un hecho dado que pasaría las navidades con mi
familia todos los años y tuve que reflexionar de verdad sobre el significado de
la Navidad. Claro está, toda mi vida había escuchado hablar de que “Jesús es la
razón de esta estación” y que “el significado de la Navidad no está en los
regalos, sino en Jesús”, y me sentía bastante segura de que era bastante madura
como para entender el auténtico sentido de la Navidad.
No
obstante, no me había dado cuenta de cuánta importancia le daba a la forma en
que consideraba que debería celebrarse la Navidad, en mis propias tradiciones
familiares, las decoraciones, la comida e incluso las bromas. Percatarme de que
el resto de las navidades en mi vida quizás no fueran nada parecidas era un
cambio monumental para mí.
Y
no mentiré, era un cambio doloroso. Dejar atrás mis expectativas sobre la
Navidad no ha sido fácil. Pero he aprendido dos cosas mientras procesaba este
cambio vital…
Primero,
he intentado reorientar mi enfoque para centrarlo en las personas. Lo que
hagamos en Navidad podrá cambiar, pero mientras las personas que quiero estén
vivas, ellas son en lo que quiero centrarme. Si estoy con mi propia familia o
con mi familia política o solamente con mi marido y mi hijo, las personas con
las que estoy merecen mi total atención. Si eso significa ayudarles a comprar
regalos o cocinar o no preparar tantísimas galletitas porque estamos
teniendo una buena conversación, entonces eso tiene preferencia.
Segundo,
todavía tengo que repetirme y recordarme el motivo real por el que pasamos
tiempo juntos, cocinamos comida especial y decoramos: Dios viene a la tierra y
nos trae la salvación a todos. Cuando algo me hace sentir desubicada o
estresada o descontenta en relación a los preparativos navideños o lo que esté
sucediendo el Día de Navidad, digo una oración rápida que nunca me viene mal:
“Te quiero, Jesús, pero tu cumpleaños me está estresando mucho ahora mismo.
Ayúdame, por favor”.
Aunque
es sobre todo una oración de queja, al menos me ayuda a recordar quién está
detrás de todo esto. Y a fin de cuentas, si la Navidad es un tiempo mágico con
la comida, las luces y los regalos todos perfectos o si hay una pelea familiar
justo antes de la gran cena y todo el mundo se sienta en mohíno silencio a la
mesa, Jesús seguirá viniendo para traernos gracia y llevarnos al Cielo. Y
ningún cambio navideño inusual, ningún desastre ni ninguna extrañeza van a
cambiar eso.
Cecilia Pigg
Fuente:
Aleteia