Quienes son de la verdad, escuchan a Cristo, le pertenecen. Saben que en
él serán siempre libres
El año litúrgico se clausura
con la solemnidad de Cristo Juez. La Iglesia nos invita a mirar con seriedad hacia
el futuro, conscientes de que un día seremos juzgados ante Cristo.
En la construcción de los
templos cristianos se solía representar en la parte oriental la venida de
Cristo Rey, como el sol que viene de lo alto, anuncio de esperanza, y en la
parte occidental el Juicio final, como invitación a la responsabilidad que
espolea al cristiano a vivir atento a la rectitud de sus obras.
Este juicio
último alcanzó, por la fascinación que ejercía en los artistas, aspectos
sombríos y amenazadores que desplazaron el matiz esperanzador que comporta
también la venida del Señor.
Es difícil separar ambos
aspectos de la venida de Cristo, en la carne y en la gloria. Esperanza y temor
son dos caras del juicio último, que, como aparece en dramáticas expresiones
artísticas, establecerá definitivamente el destino de los hombres en la luz o
en la oscuridad eternas.
Todo juicio tiene su
fundamento último en la verdad. Aunque ésta resulte hoy poco valorada —se dice
que vivimos en la posverdad, en decir, en la mentira— cuando el juicio nos
amenaza de modo personal apelamos a la verdad y deseamos que se esclarezca con
todos los medios a nuestro alcance. Porque el hombre no puede vivir sin verdad,
a no ser que se recree en un absoluto cinismo. El juicio último de Dios es el
triunfo de la Verdad, definitivo e inapelable. Un juicio que suscita esperanza
para los hombres rectos que desean ver satisfechas sus aspiraciones de
justicia, y, por el contrario, amargura y tedio en quienes viven de espaldas a
la verdad.
Cuando Pilato, según el
evangelio de hoy, pregunta a Cristo si es rey, porque de ello le acusan ante su
tribunal, Jesús le deja claro que, efectivamente, lo es. Pero afirma que su
reino no es de este mundo, es decir, no ha venido a competir con ningún rey de
la tierra; más aún, define su condición de rey como ser «testigo de la verdad».
Por eso, quien es de la verdad, escucha su voz. Ser de la verdad es vivir en el
ámbito más hermoso de la libertad. «La verdad os hace libres», dice Jesús. Es
la mayor exigencia ética del hombre: establecer su vida en la verdad, hacer de
ella su estructura íntima, su hogar de paz y de gozo sin límites.
Por eso, el juicio de Cristo
al fin de los tiempos es fuente de esperanza porque sabemos que, al final,
prevalecerá la verdad sobre toda impostura, falsedad, cinismo y mascarada. No
hay nada oculto, dice Jesús, que no llegue a saberse, porque la verdad es luz
que vence toda oscuridad. Para quienes son de la verdad, a pesar de las enormes
dificultades que supone establecerse en ella, el juicio no es aterrador ni
lúgubre. El juicio es luz, certeza de bien, anuncio de la belleza sin fin.
Quienes son de la verdad,
escuchan a Cristo, le pertenecen. Saben que en él serán siempre libres. Cuando
Pilato oye decir a Cristo que él ha venido a dar testimonio de la verdad, le
pregunta: ¿y qué es la verdad? Pero no se detiene a escuchar la respuesta del
reo a quien juzga. Esta actitud de Pilato es considerada por muchos exegetas
como escepticismo, cobardía, desinterés o desprecio. Sea
lo que sea, es evidente que Pilato estaba convencido de que Jesús era inocente
y, presionado por los acusadores, condenó a Jesús lavándose las manos con agua,
como si así quedara exento de culpa. En realidad, Jesús pasó de ser reo a juez;
y Pilato, representante de todo un Imperio, se hizo reo al rechazar la verdad.
Al terminar el año
litúrgico, cada cristiano debe mirar al futuro desde el Oriente, donde brilló
el sol de Cristo, y desear que venga pronto a consumar la salvación.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia