El
auge del alquiler turístico y los fondos buitre expulsan a la población más
vulnerable del centro de Madrid y Barcelona
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Marufa, Sigan y su hijo Aheyan en un acto reivindicativo
por el derecho a la vivienda. Foto: Rodrigo Moreno
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Marufa, Sigan y
su hijo de seis años, Aheyan, viven en el madrileño barrio de Lavapiés desde
hace cinco años. Ella está embarazada de nueve meses de su segundo hijo, y él
cuenta con un empleo estable con el que gana unos 1.100 euros al mes.
Con sus
estrecheces, siempre han pagado religiosamente un contrato de alquiler de 500
euros, por lo que el día que llegó a su casa un proceso judicial acusándolos de
un delito de usurpación de vivienda no entendieron por qué.
La familia
acudió a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca del distrito Centro de
Madrid. Allí les explicaron que, según la nueva Ley de Arrendamiento Urbano de
la Comunidad de Madrid, cualquier banco puede desahuciar a los inquilinos de
una vivienda si su casero no se halla al corriente de pago.
De nada les sirve a
Marufa y Sigan haber cumplido su contrato: el banco no se lo quiere mantener, y
a pesar de los intentos de la familia por pagar las cuotas a través de un
juzgado, la entidad se niega a coger el dinero: lo que quiere es el piso.
Sigan y su
familia han protagonizado una campaña para quedarse en su casa junto a diversas
organizaciones del barrio. «Lo que están diciendo no es que les regalen un
piso, sino que les mantengan el contrato porque quieren seguir pagándolo »,
explica Cristina, una activista de la PAH afincada en Lavapiés.
Debido al
encarecimiento de la vivienda en Lavapiés, si les desahucian se verán obligados
a mudarse a otro vecindario. Se convertirían en nuevas víctimas de la
gentrificación, un proceso que expulsa a los vecinos de rentas más bajas de
algunos barrios para sustituirlos por otros que pueden permitirse alquileres
más caros.
Los programas
de Cáritas
Los procesos de
gentrificación se ceban con familias como las de Sigan y Marufa. «En ellos se
da la tormenta perfecta. Un trabajo precario te lleva a una vivienda precaria y
acabas siendo expulsado. Hay unas expulsiones muy sibilinas que no responden a
una sociología de la pobreza, sino a una sociología de la especulación»,
explica Rosalía Portela, responsable del Servicio de Vivienda de Cáritas
Diocesana de Madrid. Este programa, con casi 20 años de recorrido, ofrece más
de 260 alojamientos a familias en situación vulnerable. «Tenemos centros
residenciales y diferentes viviendas dispersas por distintos barrios. Hacemos
un contrato social en el que les damos lo mejor que tenemos y pagan un alquiler
acorde a sus ingresos», explica.
Cáritas
Diocesana de Barcelona presta un servicio similar al ofrecer pisos compartidos
para diferentes colectivos: jóvenes, personas mayores que no pueden acceder a
una residencia o mujeres con niños. A esto se suma el asesoramiento jurídico
que brindan a las familias sin hogar o en procesos de desahucio. «Tenemos unos
pisos unifamiliares en los que pueden reconstruir su historia de vida y
afrontar el futuro desde la calma de no verse en la calle.
Las personas
que han perdido su vivienda se encuentran en una espiral que dificulta su
proyecto de vida por enfrentarse a situaciones de constante cambio», comenta
Fina Contreras, responsable del Departamento de Sin Hogar y Vivienda de Cáritas
Barcelona. Tras un periodo de dos años trabajando con los especialistas de
Cáritas, estas personas solían encontrar vivienda en el mercado libre, pero
esto hoy «es casi inviable porque la gentrificación ha disparado los precios»,
añade Portela.
Este incremento
repentino del precio de los alquileres ha provocado que los habitantes de
Madrid y Barcelona (donde la vivienda de segunda mano registrada en el portal
inmobiliario Idealista se ha encarecido un 24,2 % en el último año) hagan las
maletas y se muden a la periferia de sus ciudades. Como consecuencia el centro
de estas metrópolis se está despoblando a marchas forzadas. Desde 2011, año en
que Airbnb se popularizó en España, el barrio de Embajadores (al que pertenece
Lavapiés) ha perdido más de 5.000 habitantes, pasando de 49.828 a 44.659. En
Barcelona, el barrio Gótico ha perdido un tercio de los habitantes que tenía
hace diez años, pasando de los 24.496 en 2008 a los actuales 16.240.
Estos procesos
de gentrificación se han contagiado a los barrios dormitorio que las rodean,
donde los inquilinos se están encontrando con abruptas subidas de precio al
renovar los alquileres, coinciden en señalar desde las Cáritas de Madrid y
Barcelona.
El impacto de
los pisos vacacionales
«Estamos ante
el fenómeno de personas trabajadoras que entran en la pobreza por el precio de
los alquileres. Hay una burbuja del alquiler y a todo aquel que no pueda pagar
una millonada lo echan», denuncian desde la PAH. Unas de las causas de este
incremento en tiempo récord de los precios son los alquileres turísticos. Según
InsideAirbnb, un portal que analiza el impacto de la popular plataforma en las
ciudades, el distrito Centro de Madrid cuenta con 8.474 plazas para pernoctar
disponibles. Un dato que, al ponerlo en relación con los 132.352 vecinos que
recoge el padrón municipal, revela la existencia de un alquiler vacacional por
cada 15 habitantes. Barcelona mantiene esa mismo ratio entre vecinos y
alquileres vacacionales en el barrio Gótico.
Estas viviendas,
en su amplia mayoría, no pertenecen a particulares. Es la conclusión a la que
llegó la asociación Lavapiés, ¿dónde vas? cuando investigó los perfiles en
Airbnb que operaban en su barrio. Así descubrieron que, bajo el nombre de
Raquel, se ocultaba una inmobiliaria que ofertaba decenas de pisos en la zona.
«Destapamos la cadena de hoteles que había detrás y la inversión que tenían en
el barrio. Invitamos a la gente a hacer un mapa en la plaza de Lavapiés para
que los vecinos dijeran cuántas viviendas se estaban destinando en sus
edificios a alquileres turísticos y descubrimos que casi todos los bloques del
barrio tienen una vivienda turística», señala Marisa Pérez, una de las
responsables de la iniciativa.
Al descubrir
estas nuevas posibilidades de negocio, muchos pequeños propietarios subieron de
forma desproporcionada el alquiler de su inmueble para deshacerse de sus
inquilinos y sustituirlos por turistas. Independientemente del estado de la
vivienda, su ubicación privilegiada la convertía en un lujo que muchos
visitantes estarían dispuestos a pagar a un buen precio. «Así es como
desaparece la población más vulnerable del barrio, precisamente esa que lo hace
el más cool» [la revista de viajes británica Time Out ha
elegido Lavapiés como el barrio más cool del mundo], señala
una representante de la PAH.
Como resultado,
los barrios céntricos de las grandes ciudades se van vaciando poco a poco de
vecinos a la vez que se llenan de comercios dirigidos exclusivamente a
visitantes. «No tenemos nada en contra del turismo per se, pero
entendido de esta manera cortocircuita las formas de vida, convierte los
barrios en parques temáticos y, si antes no había dotaciones sociales, ya ni
las esperes porque todo son servicios al turismo», sentencia Marisa Pérez.
Rodrigo Moreno
Quicios
Fuente: Alfa y
Omega