En algunos casos es la
única oportunidad de sobrevida para el hombre. En estos casos ¿es moralmente
lícito?
Es
cierto que en los últimos años viene experimentándose cada vez con más
frecuencia la llamada xenotrasplantación, el trasplante interespecífico de
animal a hombre. Hay casos en los que el organismo humano no puede recibir
órganos humanos, pero podría hacerlo respecto de algunos animales[1].
Los
casos de xenotrasplantación se hicieron famosos a partir del trasplante de
corazón de simio bebe a una bebita (Baby Fae), en 1984 (vivió tres días);
volvieron nuevamente a ponerse de relieve en 1992 (un trasplante de hígado de
simio a hombre, en Pittsburgh; el hombre salió bien, pero murió algunas
semanas más tarde por hemorragia cerebral producida por las drogas que anulaban
el sistema inmunológico para que éste no rechazara el órgano extraño); etc.
Cada vez la cuestión se plantea con más frecuencia, porque el principal
problema desde el punto de vista técnico es el rechazo del órgano extraño por
parte del organismo; y esto ha sido ya en parte contrarrestado con drogas,
cuando se trata de órganos humanos. El rechazo es más fuerte cuando el órgano
es de otra especie animal. Pero hoy en día se experimenta con insertar en el
ADN de animales ciertos genes humanos que harían que el sistema inmunológico
humano no reconociera los órganos animales como extraños. De tener éxito se abre
la puerta a numerosos trasplantes interespecícificos.
¿Podemos
poner algún límite a este respecto?
La
problemática ética se suscita ante todo por la actual incertidumbre del éxito y
el riesgo de rechazo, hasta el momento bastante fundado, de modo tal que la
mayor parte de este tipo de intervenciones, al encontrarse en una fase
puramente experimental y altamente riesgosa, lo hace éticamente impracticable
con seres humanos.
En
cuanto a la esencia misma de este tipo de trasplantes, no se puede dar una
valoración moral única, sino que, como decía Pío XII, “debe distinguirse según
los casos y ver qué tejido o qué órgano se trata de trasplantar”. En línea de
principio, la introducción de un órgano animal (y por extensión un órgano
puramente mecánico como por ejemplo, el corazón artificial) en el organismo de
un ser humano, no representaría –como declaró en su momento el mismo Pío XII–
mayores problemas desde el punto de vista moral, mientras se trate de órganos
de carácter ejecutivo y no estén ligados a la identidad personal. El principio
filosófico que rige esto es el dado por Santo Tomás: los seres imperfectos
(vegetales y animales) existen en orden al bien de los más perfectos: “En el orden
de las cosas, los seres imperfectos existen por los más perfectos…, aquellos
que solamente viven, como las plantas, están al servicio común de todos los
animales, y los animales al servicio del hombre… Por tanto es lícito hacer
morir las plantas al servicio de los animales, y los animales al servicio de
los hombres, y esto por el mismo ordenamiento divino” [2].
Por
ello, en líneas generales debe decirse que respecto de este tipo de trasplantes
no hay problemas morales en lo que respecta a los órganos o tejidos que no
conllevan un conflicto en la identidad personal del receptor y de sus
descendientes; pero debe, en tales casos, tenerse en cuenta (y no subestimarse)
el posible conflicto psicológico. Es, en cambio, inmoral todo trasplante que
afecte la identidad personal del receptor o de sus descendientes: “No se puede
decir que toda la trasplantación de tejidos (biológicamente posible) entre
individuos de especies diferentes sea moralmente condenable; pero aún es menos
verdad que ninguna trasplantación heterogénea biológicamente posible esté
prohibida o no pueda levantar objeción. Es necesario distinguir ante todo el
caso concreto y examinar qué tejido o qué órgano se trata de trasplantar. El
trasplante de glándulas sexuales animales sobre el hombre ha de ser rechazado
como inmoral; por el contrario, el trasplante de córnea de un organismo no
humano a un organismo humano no entrañaría ninguna dificultad moral si fuera
biológicamente posible e indicada” [3].
El
Papa Juan Pablo II ha dicho, por su parte: “En cuanto a los así llamados
xenotrasplantes, es decir, trasplantes de órganos procedentes de otras especies
animales… El Papa Pío XII… afirmó en principio que la licitud de un
xenotrasplante exige, por una parte, que el órgano trasplantado no menoscabe la
integridad de la identidad psicológica o genética de la persona que lo recibe;
y, por otra, que exista la comprobada posibilidad biológica de realizar con
éxito ese trasplante, sin exponer al receptor a un riesgo excesivo” [4].
[1]
Así, por ejemplo, un enfermo de Hepatitis-B no puede recibir un trasplante de hígado
humano porque le transmitiría inmediatamente la enfermedad. Pero no hay
problema con el hígado de ciertas especies de simios que son resistentes a la
Hepatitis-B.
[2]
Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 64, 1; cita Santo Tomás Gn 1,29ss y Gn 9,3.
[3]
Pío XII, Alocución a la Asociación Italiana de Donadores de Córnea, 13 de mayo
de 1956; en: Pío XII y las Ciencias Médicas, op. cit., p. 244.
[4]
Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional, 29 de agosto de 2000.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE
Fuente:
TeologoResponde.org