El
escritor Javier Sierra escribe sobre la religiosa española, a la que se
atribuyó la evangelización del Suroeste de EE.UU. sin dejar nunca su convento
en Soria
«Nadie va a creer esta
historia». El editor me miró muy serio tras la mesa de su despacho en la calle
Enric Granados de Barcelona y, tras sopesar sus palabras un momento y tantear
mis folios, añadió: «Quizá si convirtieras esto en una novela, lo publicaríamos».
Han pasado veinte años de
aquella reunión y todavía hoy no puedo reprocharle a José María Calvín
-entonces flamante nuevo responsable de Ediciones Martínez Roca- que fuera tan
escéptico con lo que le llevé. Era el relato biográfico de una monja de clausura
concepcionista que vivió a los pies del Moncayo, en Ágreda (Soria), en tiempos
de Velázquez, y que tenía un curioso don místico: podía estar en dos lugares a
la vez.
Las bilocaciones de sor
María de Jesús a Nuevo México, Arizona y Texas no solo lograron la conversión
de miles de nativos al cristianismo, sino que su fama hizo que entre 1643 y
1665 se convirtiera en la confidente más personal y secreta de Felipe IV.
Bilocaciones
La documentación que le
entregué hablaba por sí sola. En abril de 1631 un franciscano portugués llamado
fray Alonso de Benavides se presentó a las puertas del convento de sor María
para despejar un tema que lo tenía obsesionado. Meses atrás había regresado de
una misión en América plagada de irregularidades. Mientras los jesuitas se
estrellaban contra la indiferencia -e incluso la hostilidad- de los apaches,
Benavides y un grupo de frailes que comandaba lograron bautizar y convertir al
cristianismo a numerosas tribus a lo largo del Río Grande.
En lugares remotos como
Isleta Pueblo, los nativos les explicaron que un misterioso fantasma, una mujer
de tez blanca cubierta por un manto azul, se les había estado apareciendo, les
había enseñado los rudimentos de la fe cristiana y les había anunciado la
llegada de los misioneros. Tomado el asunto por un prodigio, Benavides
interrogó a varios caciques locales e incluso les mostró un pequeño retrato de
una monja española famosa entonces por sus milagros, sor Luisa de la Ascensión.
«No. No es esta», le dijeron. «La dama azul que nos visita es más joven y
hermosa».
Benavides regresó a España
en 1630 para dar cuenta al superior de la orden de lo sucedido e incluso
redactó un memorial para el «Rey Planeta» que el monarca, impresionado, mandó
editar a la Imprenta Real. El documento -el primero histórico que describió la
geografía y pueblos de Nuevo México- vio la luz ese mismo año.
En aquellos meses en
Madrid, alguien debió hablar al misionero de sor María de Jesús y de los
rumores de quienes decían haberla visto bilocarse fuera del convento. Las monjas
concepcionistas vestían ya entonces con un hábito azul celeste, y aquello le
hizo albergar la sospecha de que estaba cerca de resolver el caso. Durante
quince días, fray Alonso de Benavides estuvo interrogando a sor María de Jesús.
En aquellas conversaciones no solo le describió con exactitud cómo eran las
tierras de los indios jumanos, sus costumbres e incluso su hábito de tatuarse
el cuerpo, sino que aseguró haber visto a cierto «capitán tuerto», nativo, con
el que Benavides había trabado relación. Aquello lo convenció. La joven monja
de Ágreda era la dama azul de la que le hablaron en América. Esa mujer huesuda,
de carácter fuerte y mirada penetrante podía desdoblarse de un modo que solo
podía lograr Dios… o el diablo.
Cartas al Rey
Mientras la fama de sor
María de Jesús crecía a cuenta de este episodio, ella vivía ya ocupada en otros
menesteres. Sus bilocaciones eran en 1631 un mero recuerdo de juventud.
Aquellas «exterioridades», como las llamó, dieron paso a inquietudes de otro
tipo y en octubre de aquel año, tras la visita de Benavides, el Rey de España
en persona escribió por primera vez a la religiosa. Por aquel entonces la monja
acababa de concluir la primera redacción de una vida de la Virgen «dictada por
ella misma» a la que tituló Mística Ciudad de Dios. La obra -de una
sorprendente altura intelectual y literaria para una mujer autodidacta- atrajo
de inmediato la atención de sus confesores primero, y del Santo Oficio después.
En 1635 el Tribunal de la
Inquisición de Logroño arrancó el primero de los dos procesos a los que fue
sometida la religiosa. La interrogaron sobre sus arrobos místicos, sus prédicas
a los indios de Nuevo México y acerca del comercio con reliquias e indulgencias
que entonces les preocupaba. Sor María salió indemne de los cargos y, liberada,
se entregó con especial dedicación a escribir.
Consejera real
En 1643, tras algunas
cartas poco documentadas, Felipe IV se detuvo en Ágreda a conocer en persona a
la ya célebre monja. El monarca iba camino de Cataluña para sofocar la Guerra
dels Segadors y decidió pasar unas horas conversando con ella. La impresión que
se llevó fue tan profunda que, desde ese momento, sor María de Jesús se
convirtió en su relación epistolar más intensa. Seiscientas dieciocho misivas
se intercambiaron durante veintidós años, una cada dos semanas. En ellas no
solo se refleja el pensamiento del Rey sobre su concepto de Gobierno, las
relaciones con sus ministros, e incluso sobre las virtudes que debía tener un
príncipe, sino que muestran el lado más humano y supersticioso del monarca.
A la muerte de Isabel de
Borbón en 1644, por ejemplo, la monja escribió al Rey informándole de una
extraña visión que había tenido de la reina en el purgatorio. «Se me apareció
vestida con las galas y guardainfantes que traen las damas; pero todo era de
una llama de fuego». Durante un tiempo se dedicó a transmitirle los mensajes de
su esposa dictados desde ultratumba. El tema se repetiría en 1646, a la muerte
del heredero a la corona, el príncipe Baltasar Carlos. Entonces la monja hizo
de canal a recados sobre «el peligro en que vive [el Rey], porque está rodeado
de tantos engaños». De hecho, la caída en desgracia del conde-duque de Olivares
poco tiempo antes fue atribuida por Gregorio Marañón a esta clase de
comunicaciones de la monja de Ágreda, convertida ya en una suerte de «espía
sobrenatural» del monarca.
No es de extrañar pues que,
con toda esta reputación, la Inquisición volviese a interrogarla en 1650,
saliendo absuelta de nuevo de todas las acusaciones.
Cuando hace veinte años
entregué al fin a José María Calvín el manuscrito donde novelé estos hechos,
una duda me comía: ¿habría quedado alguna prueba de las bilocaciones de sor
María de Jesús a América? En su convento en Ágreda vi algunos bordados de la
monja en los que se aún adivinan aves y plantas impropias de Soria, quizá del
otro lado del océano… pero no era suficiente.
Beatificación
El año pasado supe que esa
misma pregunta ronda también por el Vaticano. Aunque la causa de beatificación
de sor María lleva condenada por el papa Clemente XIV «a perpetuo silencio»
desde 1773, parece que las cosas están a punto de cambiar. Las viejas disputas
entre jesuitas y franciscanos que obstaculizaron la llegada a los altares de la
dama azul ahora han dado paso a una curiosa «reapertura» de las
investigaciones. Roma necesita un milagro para beatificar a sor María de Jesús
y a finales 2017 el vicepostulador de la causa, el padre Stefano Cecchini,
visitó Texas en busca de pruebas de las bilocaciones a la zona de San Angelo,
en el oeste de ese Estado. Allí, los últimos descendientes de los jumanos
convertidos por sor María lo condujeron a un desfiladero para mostrarle un
graffiti que lleva bajo un abrigo rocoso desde el siglo XVII. Muestra una gran
cruz y la silueta esquemática de lo que parece una mujer con hábitos. ¿La
primera «prueba gráfica» de las visitas de la dama azul?.
De momento, es imposible
afirmarlo. Lo único cierto es que este verano se inaugurará muy cerca el primer
monumento público en suelo americano que recuerda estas apariciones. Será junto
al Celebration Bridge de San Angelo, y homenajeará a la que para muchos fue la
primera mujer evangelizadora del Nuevo Mundo. Y por «realidad virtual», nada
menos.
Definitivamente, la suya
fue una historia de novela.
Javier Sierra
Fuente: ABC