Precisamente lo que me hace sufrir, lo que me lleva
a creer que soy peor persona de lo que soy, es la puerta de entrada al corazón
de Dios
Ayer Jesús me decía que deje crecer el trigo junto con la cizaña:
“El
reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;
pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del
trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció
también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: – Señor, ¿no
sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: –
Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: – ¿Quieres que vayamos a
recogerla? Pero él les respondió: – No, que, al arrancar la cizaña, podríais
arrancar también el trigo. dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando
llegue la siega, diré a los segadores: – Arrancad primero la cizaña y atadla en
gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”.
Yo quiero quitar la cizaña
siempre que la veo. Y dejar que se vea sólo la pureza del reino. No me
acostumbro a verla crecer con el trigo. Lo malo con lo bueno. El pecado con la
gracia. Lo luminoso con lo oscuro. No lo sé. Me asusta pensar que la cizaña
pueda ser más fuerte que el trigo. Me da miedo que venza y al final quede sólo
la cizaña.
Jesús habla del mal. Pero me
dice que vence el bien. Habla del enemigo que siembra por la noche. El enemigo
al que Él derrota. Habla del pecado y de las malas intenciones. Y de la
misericordia de Dios que todo lo sana. Habla del odio, de la ira, del engaño,
de la traición, de la codicia, del egoísmo. Habla de tantas cosas que a veces
hay en mi propio corazón. Y al final siempre vence su reino.
En mi corazón crece la cizaña
con el trigo. Yo quiero arrancar de mi vida lo que me hace pecar y alejarme de
Dios. Quiero sacar de mi alma
el mal y los malos pensamientos. Esas ideas negativas que me quitan la vida y
no me dejan ser feliz. Quiero extirpar mi pecado. Y a veces deseo
nunca más tener que confesarme de lo mismo.
Otra vez mi cizaña ha crecido.
Me da miedo que su poder ahogue la buena semilla que Dios siembra en mi alma.
La cizaña llega como por arte de magia. Me rebelo contra mí mismo. Quiero vencer a fuerza de
voluntad. Yo venzo el mal en mí. Pero no lo logro. No me gusto con cizaña. Echa a perder el paisaje perfecto de la
virtud. Me niego a aceptar esas debilidades que una y otra vez me
traicionan.
Y Jesús me dice que la deje.
Que no quiera que desaparezca del todo. ¿Por qué? Quizás para que no me crea
mejor que nadie. Yo tengo mi cuota de cizaña. No soy trigo limpio. En mi interior hay esa mezcla de traiciones y pasiones. Esa raíz
podrida que no me deja ser blanco y puro. Me asusto de mí mismo.
Cuando me sumerjo en las aguas
profundas de mi alma me da miedo lo que encuentro a mi paso. No todo es
perfecto, no todo es bueno, no todo es de Dios. Quiero arrancar la cizaña. Pero
Jesús me dice que si lo hago así puedo arrancar también el trigo bueno. Porque
casi se confunden. Tendría que tener tanto cuidado que no merece la pena.
Y me dice algo sorprendente. La cizaña no contamina el trigo. Eso es curioso. No lo ahoga,
no lo mata. El trigo puede crecer junto a la cizaña sin convertirse en ella,
sin perder su esencia. Eso me da tanta paz. Mi trigo sigue siendo trigo. No dejo de ser bueno aunque haya sentimientos malos en mi corazón.
Pueden anidar en mí y no por
eso dejo de ser bueno. Puede haber mentiras en mi corazón, pero no por ello me
convierto en mentiroso. Puede haber ira y no por ello dejo de ser pacífico. Hay
cizaña, lo reconozco. La mano del maligno la pone en mi interior.
A veces me desconozco. Estallo
con ira. O me muestro desproporcionado en mis reacciones y juicios. La cizaña
está venciendo. Pero sigue creciendo el trigo. No quiero matar la cizaña. Pero
tampoco quiero que crezca más que mi trigo. Soy mucho más que mi cizaña. Soy mejor que mi pecado, aunque crea a veces que no voy a ser
capaz de dejar atrás mis debilidades.
Nunca seré capaz de vivir sin
debilidades. Mi cizaña, mi pecado, me recuerdan a quién pertenezco. Soy de Dios
y sólo Él puede salvarme y sacarme de mi abismo. Sólo Dios puede levantarme
cuando caigo. Pero necesito verme débil y
necesitado para suplicar su salvación.Necesito mirarlo a Él desde mi
debilidad para que Él venga a mí. Mi miseria es mi cizaña.
Decía el padre José Kentenich: “Tenemos
solamente que cumplir una condición: que lo reconozcamos ante Dios. ¿Reconocer
qué? No hice tu voluntad, por eso no soy digno de tu complacencia, de tu amor.
Entonces este acto de autoconocimiento,
de autoacusación, unido a mi debilidad y miseria, llega a ser el gran título
que atrae en forma especialísima la complacencia de Dios hacia mí. Puedo,
por eso, nadar siempre en la corriente de vida y de amor de Dios. Dos títulos,
por tanto: por una parte la misericordia de Dios, por otra parte, mi miseria personal.
Aceptación de la propia debilidad ante el Padre ¿Qué significa esto? La
omnipotencia del niño y la impotencia del padre. Amor misericordioso que es
despertado por el alegre reconocimiento de mis debilidades. Me glorío de mi
debilidad, de la carencia de ciertos talentos. Me glorío de imperfecciones,
pecados graves y gravísimos. Tras ellos hay generalmente una especial debilidad”.
Mi miseria, mi fragilidad, mi
cizaña. Precisamente lo que me hace
sufrir, lo que me lleva a creer que soy peor persona de lo que soy, es la
puerta de entrada al corazón de Dios. La puerta abierta para su
misericordia. Que como un río se derrama en mi alma.
Cuando soy débil soy fuerte.
Porque llega a mí la fortaleza de Dios para hacer más fuerte la raíz de mi
trigo. No mato la cizaña. Porque si la
mato corro el riesgo de caer en la vanidad, en el orgullo, en creerme
mejor que nadie. Mi cizaña hace que mi trigo no parezca tan limpio. Y así puedo estar siempre en camino. Siempre
creciendo. Siempre necesitando.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia