Poder decir de sí mismo:
“Soy un siervo inútil”
La
“santa vergüenza” ante la tentación de la ambición, para todos, también a los
obispos y las parroquias. Lo deseó el papa Francisco en su homilía de la misa
celebrada este martes por la mañana en la Casa de Santa Marta.
La
primera lectura indica que quien quiere servir al Señor, debe prepararse para
hacer frente a “la tentación de no cumplir la misión. Y añadió que también
Jesús fue tentado: tres veces por el diablo en el desierto y después por Pedro,
cuando les reveló su muerte.
La
otra tentación de la que habla el Evangelio del día es que los discípulos van
discutiendo por el camino sobre quién de ellos es el más grande y cuando Jesús
les pregunta de qué estaban hablando ellos callan, porque se avergüenzan.
“Era
gente buena –señala Francisco– que quería seguir al Señor, servir al Señor.
Pero no sabían que el camino del servicio al Señor no era tan fácil, no era
como entrar en una institución o una asociación de beneficencia para hacer el
bien: no, es otra cosa”.
Además,
señala el pontífice, tenían “la tentación de la mundanidad: desde el momento en
que la Iglesia es Iglesia hasta hoy, esto ha sucedido, sucede y sucederá”.
Como
en las parroquias cuando se discute: ‘Yo quiero ser presidente de esta
asociación, subir un poco’, ‘¿Quién es el más grande, aquí? ¿Quién es el más
grande en esta parroquia? No, yo soy más importante que aquel, y aquel otro no,
porque ha hecho aquella cosa…’, y de allí la cadena de los pecados”.
“Algunas
veces nosotros los sacerdotes lo decimos con vergüenza en los presbiterios: ‘Yo
querría aquella parroquia…’ – ‘Pero el Señor está aquí…’ – ‘pero yo querría
aquella…’. Lo mismo. No es el camino del Señor, sino el camino de la
vanidad, de la mundanidad”.
El
Santo Padre invitó que se rece al Señor pidiendo “la gracia de avergonzarnos,
cuando nos encontramos en estas situaciones”.
Jesús
sentado junto a ellos –explica Francisco– les recuerda que “si uno quiere ser
el primero, deberá ser el último y el servidor de todos”, lo dice tomando un
niño que pone en medio de ellos.
“Que
el Señor nos dé la gracia de la vergüenza, aquella santa vergüenza, cuando nos
encontramos en aquella situación, bajo aquella tentación y avergonzarnos:
‘¿Pero yo soy capaz de pensar así? Cuando veo a mi Señor en la cruz, ¿quiero
usar al Señor para subir?’”.
Que
el Señor nos dé la gracia de la sencillez de un niño: comprender que sólo vale
el camino del servicio… de poder decir de uno mismo: ‘Soy un siervo inútil’”.
Fuente:
Zenit