Eucaristía y Sagrario
El Sagrario es como un imán.
¿Han visto ustedes un imán? ¿Qué hace un imán? Atrae
el hierro. Pues así como el imán atrae al hierro, así el Sagrario atrae los
corazones de quienes aman a Jesús. Y es una atracción tan fuerte que se hace
irresistible. No se puede vivir sin Cristo Eucaristía.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando un imán no atrae al
hierro? ¿De quién es la culpa, del imán o del hierro? Del imán ciertamente no.
San Francisco de Sales lo explicaba así: “cuando un
alma no es atraída por el imán de Dios se debe a tres causas: o porque ese
hierro está muy lejos; o porque se interpone entre el imán y el hierro un
objeto duro, por ejemplo una piedra, que impide la atracción; o porque ese
pedazo de hierro está lleno de grasa que también impide la atracción”.
Y continúa explicando San Francisco de Sales:
- “Estar lejos del imán significa llevar una vida de pecado y de vicio
muy arraigada”.
- “La piedra sería la soberbia. Un alma soberbia nunca saborea a Dios.
Impide la atracción”.
- “La grasa sería cuando esa alma está rebajada, desesperada, por culpa
de los pecados carnales y de la impureza”.
Y da la solución:
- “Que el alma alejada haga el esfuerzo del hijo pródigo: que vuelva a
Dios, que dé el primer paso a la Iglesia, que se acerque a los Sacramentos
y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es misericordia”.
- “Que el alma soberbia aparte esa piedra de su camino, y verá cómo
sentirá la atracción de Dios, que es dulzura y bondad”.
- “Que el alma sensual se levante de su degradación y se limpie de la
grasa carnal y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es pureza y
santidad”.
Así es también Cristo Eucaristía: un fuerte imán para
las almas que lo aman. Es una atracción llena de amor, de cariño, de bondad, de
comprensión, de misericordia. Pero también es una atracción llena de respeto,
de finura, de sinceridad. No te atrae para explotarte, para abusar de ti, para
narcotizarte, embelesarte, dormirte, jugar con tus sentimientos. Te atrae para
abrirte su corazón de amigo, de médico, de pastor, de hermano, de maestro. Si
fuésemos almas enamoradas, siempre estaríamos en actitud de buscar Sagrarios y
quedarnos con ese amigo largos ratos, a solas.
Si fuésemos almas enamoradas, no dejaríamos tan solo a
Jesús Eucaristía. Las iglesias no estarían tan vacías, tan solas, tan frías,
tan desamparadas. Serían como un continuo hormigueo de amigos que entran y
salen.
Tengamos la costumbre de asaltar los Sagrarios, como
decía san Josemaría Escrivá. Es tan fuerte la atracción que no podemos
resistir en entrar y dialogar con el amigo Jesús que se encuentra en cada
Sagrario.
Y para los que trabajan en la iglesia, pienso en los
sacristanes, esta atracción por Jesús Eucaristía les lleva a poner cariño en el
cuidado material de todo lo que se refiere a la Eucaristía: Limpieza,
pulcritud, brillantez, gusto artístico, orden, piedad, manteles pulcros,
vinajeras limpias, purificadores relucientes, corporales almidonados, pisos
como espejos, nada de polvo, telarañas o suciedades. Estas delicadezas son
detalles de alguien que ama y cree en Jesús Eucaristía.
Pero, ¿por qué a veces el Sagrario, que es imán, no
atrae a algunos? Siguen vigentes las tres posibilidades ya enunciadas por san
Francisco de Sales, y yo añadiría algunas otras.
No atrae Cristo Eucaristía porque tal vez hemos sido
atraídos por otros imanes que atraen nuestros sentidos y no tanto nuestra alma.
Pongo como ejemplo la televisión, el cine, los bailes, las candilejas de la
fama, o alguna criatura en especial, una chica, un chico. Lógicamente, estos
imanes atraen los sentidos y cada uno quiere apresar su tajada y saciarse hasta
hartarse. Y los sentidos ya satisfechos embotan la mente y ya no se piensa ni
se reflexiona, y no se tiene gusto por las cosas espirituales.
A otros no atrae este imán por ignorancia. No saben
quién está en el Sagrario, por qué está ahí, para qué está ahí. Si supieran que
está Dios, el Rey de los cielos y la Tierra, el Todopoderoso, el Rey de los
corazones. Si supieran que en el Sagrario está Cristo vivo, tal como existe –
glorioso y triunfante – en el Cielo; el mismo que sació a la samaritana, que
curó a Zaqueo de su ambición, el mismo que dio de comer a cinco mil
hombres....todos irían corriendo a visitarlo en el Sagrario.
Naturalmente echamos de menos su palabra humana, su
forma de actuar, de mirar, de sonreír, de acariciar a los niños. Nos gustaría
volver a mirarle de cerca, sentado junto al pozo de Jacob cansado del largo
camino, nos gustaría verlo llorar por Lázaro, o cuando oraba largamente. Pero
ahora tenemos que ejercitar la fe: creemos y sabemos por la fe que Jesús
permanece siempre junto a nosotros. Y lo hace de modo silencioso, humilde,
oculto, más bien esperando a que lo busquemos.
Se esconde precisamente para que avivemos más nuestra
fe en Él, para que no dejemos de buscarlo y tratarlo. ¡Que abajamiento el suyo!
¡Qué profundo silencio de Dios! Está escondido, oculto, callado. ¡Más
humillación y más anonadamiento que en el establo, que en Nazaret, que en la
Cruz!
Señor, aumenta nuestra fe en tu Eucaristía. Que no nos
acostumbremos a visitarte en el Sagrario. Que seas Tú ese imán que nos atraiga
siempre y en todo momento. Quítanos todo aquello que pudiera impedirnos esta
atracción divina: soberbia, apego al mundo, placeres, rutina, inconsciencia e
indiferencia.
¡El Sagrario!
“El Maestro está aquí y te llama”, le dijo Marta a su
hermana María de Betania.
Nuestra ciudad está rodeada de la presencia
Sacramental del Señor. Tomen en sus manos un mapa de la ciudad y vean cuántas
iglesias tienen, señaladas con una cruz. Esas cruces están señalando que ahí
está el Señor, son como luceros o como constelaciones de luz, visibles sólo a
los ángeles y a los creyentes, diría Pablo VI.
¡Seamos más sensibles, menos indiferentes! ¡Visitemos
más a Cristo Eucaristía en las iglesias cuando vamos de camino al trabajo o
regresamos! Asomemos la cabeza para decirle a Jesús: “¡hola!”. Dejemos al pie
del Sagrario nuestras alegrías y tristezas, nuestras miserias y progresos.
Imaginen unos novios que se aman. Trabajan los dos. El
trabajo de uno está a dos calles del otro. ¿Qué no haría el amado para buscar
ocasiones para ver a la amada, llamarla por teléfono, saludarla, aún cuando
fuera a distancia?
¿Pequeñeces? Son cosas que solamente entienden los
enamorados. Con el Señor hemos de hacer lo mismo. Si hace falta, caminamos dos,
tres o más calles para pasar cerca de Él y tener ocasión de saludarlo y decirle
algo. Con una persona conocida, pasamos y la saludamos brevemente. Es cortesía.
¿Y con el Señor no?
En cada Sagrario se podría poner un rótulo “Dios está
aquí” o “Dios te llama”. Es el Rey, que nos concede audiencia cuando nosotros
lo deseamos. Abandonó su magnífico palacio del Cielo, al que tú ni yo podíamos
llegar, y bajó a la tierra y se queda en el Sagrario y ahí nos espera, paciente
y amorosamente.
El mismo que caminó por los senderos de Palestina, el
que curó, el que fundó la iglesia, es el mismo que está en el Sagrario.
¿Para quién y para qué está ahí? Para nosotros, para
hacer compañía al solo, para fortalecer al débil, para iluminar al que duda,
para consolar al triste, para llenar la vida de jugo, de alegría, de sentido.
Por: P. Antonio Rivero LC