El hábito
de elegir o intentar elegir lo correcto construye el carácter firme
El resultado supremo de las numerosísimas actividades
que llenan y ejercen presión sobre la vida humana es la formación del carácter.
Aquello que provea de interés a los acontecimientos, los importantes y los
triviales, es el saber que estas cosas temporales tienen su parte en la
formación del carácter para la eternidad.
El carácter del hombre es forjado por todas las fuerzas de sí que aparentemente son incapaces de interpretación moral y que han sido diseñadas para obligarle a actuar: las necesidades de cuerpo y alma, las ambiciones a pasiones que llevan al hombre a vivir existencias extenuantes, o la falta de motivación que le convierte en veleta, el esfuerzo por obtener alimento, el deseo de poder, dinero o influencias, las cosas o personas que demandan el tiempo, interés o afectos del hombre….
Todas estas cosas compelen al hombre a actuar o lo condenan a la ociosidad. Todo tiene un supremo y eterno resultado: la formación del carácter.
Tu carácter perdurará más allá de esta vidaEl carácter del hombre es forjado por todas las fuerzas de sí que aparentemente son incapaces de interpretación moral y que han sido diseñadas para obligarle a actuar: las necesidades de cuerpo y alma, las ambiciones a pasiones que llevan al hombre a vivir existencias extenuantes, o la falta de motivación que le convierte en veleta, el esfuerzo por obtener alimento, el deseo de poder, dinero o influencias, las cosas o personas que demandan el tiempo, interés o afectos del hombre….
Todas estas cosas compelen al hombre a actuar o lo condenan a la ociosidad. Todo tiene un supremo y eterno resultado: la formación del carácter.
Las ruinas de antiguas civilizaciones fueron el escenario de conflictos morales
y espirituales. Fueron testigos de la lucha de la conciencia en las pasiones
humanas y el pecado, la lucha de la conciencia en las pasiones humanas y el
pecado, la lucha de lo eterno con lo temporal. El fin terreno de esas
civilizaciones fue alcanzado don rapidez y desaparecieron. Los caracteres
formados por esas luchas, permanecieron, a diferencia de los edificios, para
siempre. Las cosas que parecían tan importantes han pasado sin dejar huella,
excepto en las almas que llevan su impronta para la eternidad.
¡Qué poco nos percatamos del supremo objetivo de la vida! La gran pregunta no
es qué hemos hecho, sino el efecto de nuestra acción en la propia alma.
Algunos son concientes de esto, otros nunca lo piensan pero es cierto para
todos, lo creamos o lo neguemos. Todos hemos sido marcados por la vida; nadie
puede escapar al hecho de que un efecto duradero de la vida es el carácter.
El hombre tiene sus fines y todos son temporales; Dios tiene su fin y es
eterno.
Es curioso que, de todas las empresas que emprende eh hombre, lo que es
considerado como meros accidentes en muchas ocasiones son sus importantes
resultados y que las empresas mismas, su éxito o fracaso, son verdaderamente
accidentes.
Ej: Hombre que es exitoso en los negocios a través de fraudes.
El éxito o fracaso de la vida no puede ser medido por resultados materiales; ha
de ser evaluado “en la balanza del santuario”. Cada uno de nosotros es arrojado
al caldero ebulliente del mundo con posibilidades latentes de bien y mal, y
salimos bien formados, fuertes y llenos de sentido, o triturados, deformes y
desmoralizados.
Es entonces cuando somos inducidos a mirar bajo la superficie de lo que ocurre
a nuestro alrededor y ver todo como la maquinaria diseñada por Dios para formar
el carácter. Esto ha de motivarnos cuando estemos en dificultades o nos
encontramos deprimidos en la lentitud de nuestro progreso y la pequeñez de los
resultados obtenidos, nos ayudará a ver la grandeza de lo que tenemos entre
manos y a considerar la grandeza de la maquinaria a emplear.
La conquista de la tentación y el lento crecimiento de la virtud, la gradual
construcción del carácter, pueden ser más grandes de lo que parecen y necesitan
de maquinaria pesada.
Imagina la cantidad de energía de cuerpo y mente que se usa en un día en una
gran ciudad, y compararlo en los resultados netos vistos por el ojo de Dios,
los resultados que perduran y perduran por siempre - una pequeña profundización
del temple de cada persona involucrada, los hilos de un hábito tejido más
compactante, la voz de la conciencia más o menos clara, la voluntad sumida algo
mas en la rutina, aquí y allá una gran victoria para el bien o el mal. La
comparación de dichos resultados, como los únicos permanentes, con todo lo que
se ha invertido para producirlos, han de forzarnos a darnos cuenta de lo
diferente que es el cálculo de Dios del verdadero valor de las cosas al
nuestro.
Muchas fuerzas moldean tu carácter
La vida es, entonces la maquinaria que forma el carácter. Pero al juzgar el
carácter del hombre, lo juzgamos como un todo, como una unidad con sus
paradojas y contradicciones.
Una virtud no hace bueno a un hombre ni un vicio lo hace un hombre enteramente
malo. Los mejores hombres tienen graves faltas y los peores sus virtudes. Ej:
Pedro y Judas.
Sin duda, existen no pocos buenos hombres que tienen faltas más graves que
hombres que sabemos malos. Y hay hombres a quienes justamente conciliamos malos
que nunca han hecho algo tan malo en sí mismo como un hombre justamente
considerado bueno.
¿Podemos decir entonces que el fin de la vida es la formación del carácter? Y
siendo el carácter algo tan complejo, ¿cómo juzgarlo? ¿Cómo comparar hombres
tan distintos?
Permanecerá no existir un parámetro común por el cual podamos juzgar a todos.
¿Cómo entonces es posible dar el peso y consideración debida a todas las
circunstancias de temperamento, educación y formación religiosa? Hemos de
juzgar a los hombres por lo que hacer, y solamente podemos juzgar a los actos
en sí mismos como buenos o malos.
Sin embargo, cuando pasamos del acto a juzgar a la persona que lo cometió, una
multitud de consideraciones que influencian y modificar nuestro juicio han de
ser considerados. El acto en sí es fácilmente juzgable como bueno o malo, pero
el acto considerado en relación a la persona que lo ejecutó es una cara bien
distinta.
Recuerda la única medida de todo carácter
Cuando enunciamos que el supremo de esta vida es la formación del carácter,
dicha aseveración implica que existe un tabulador común por el que podemos ser
juzgados, a pesar de todos los accidentes de la vida.
¿Existe un parámetro común por el cual todos podemos ser examinados? Sí. El
resultado moral que producen las fuerzas e influencias que actúan en cualquier
vida puede ser visto por el efecto que ejercen en la acción de la voluntad en
una dirección en concreto. ¿Busca la voluntad aquello que el hombre considera
correcto, o bien elige deliberada y concientemente lo que considera incorrecto?
La respuesta de su vida a estas preguntas nos dará una idea clara de su
carácter.
Ningún hombre puede ser juzgado por un parámetro o ley que desconocía. “Aquel
que conoce la ley será juzgado según la ley; el que no, será juzgado sin ella”.
Tampoco se puede ser juzgado por no alcanzar el parámetro de otro solamente se
juzgará por el parámetro que se conoce.
Al juzgar el carácter, todo lo demás adquiere una importancia secundaria con
aspecto a lo anterior. Es de capital importancia conocer la verdad, pero es
poco útil para una persona conocen la verdad si ha puesto su voluntad, de
manera deliberada, en contra de verdad. No podemos exagerar el valor del
conocimiento de la voluntad de Dios. Aún así, el hombre que desconoce la
voluntad de Dios en respecto a sí mismo pero se empeña en conocerla, se
encuentra mejor aquel que la conoce y se niega a obedecerla.
Por esta puesta puede juzgarse a la raza humana. De un lado se encuentran los
que se esfuerzan por hacer lo que creen correcto; del el otro, aquellos que
deliberadamente escoger lo que saben que está mal.
Algunos pueden tener una idea incipiente e imperfecta del bien y el mal, sin
culpa suya, y sus parámetros forzosamente serán distintos. Mientras cada
persona lucha por vivir fiel a lo que sinceramente cree, esa persona es buena.
Ej: un católico que conoce la revelación y tiene una conciencia bien formada y
un animista africano con una conciencia pobremente educada que se esfuerzan por
vivir lo que creen.
Para que un acto constituya un acto moral, debe de ser libre. Nadie puede ser
considerado responsable por hacer algo que no podrá evitar.
A pesar de ser seres libres, existen muchas ocasiones en los que esa libertad
parece fallarnos al momento de una gran tentación. La tenemos antes y la
tenemos después, pero en la crisis de la decisión, parecemos perderla.
¿Quién puede ser tan temerario para afirmar que en cualquier momento el hombre
es libre de escoger lo que desea sin impedimentos? ¿Qué la acción de la
voluntad no se ve afectada por el pasado? ¿Qué independientemente de cuántas
veces haya cedido el hombre a un pecado su voluntad en todo momento se
encuentra libre del poder de ese pecado?
Tal doctrina únicamente puede llevar a la imprudencia y a la desesperación.
Elegir lo bueno es más fácil cuando se tiene el hábito
Cada decisión tomada desarrollada una tendencia a elegir en la misma dirección.
Mientras más frecuentemente escojamos algo, más fácil es elegirlo otra vez. La
ley del hábito reina en el orden moral con misma certeza que la ley de la
gravedad impera en el orden físico.
La ley del hábito ejerce su influjo sobre la voluntad, conduciéndola al canal
que ha salvado para sí haciendo más u más difícil desviar su cauce. La marea
entrante de una pasión o inclinación en el momento de la tentación es la
presión de la ley del hábito.
Sería peor que un engaño el decir a un hombre que por mucho tiempo ha cedido a
los hábitos del pecado que podría en un momento dado, sin oración constante,
vigilancia y gran esfuerzo, ejercer su libertad y nunca caer otra vez. Podemos
darle una mejor inspirada esperanza: le podemos decir que debe luchar por su
libertad. Podemos decirle que el hábito puede ser conquistado únicamente por
otro hábito; que debe adquirir hábitos buenos para conquistar los malos,
hábitos de resistencia para combatir los de rendición. Podemos decirle que ha
nacido libre, no esclavo y que ese sentido inherente de libertad nunca podrá
perder. Le podemos decir que no es a través de esfuerzos esporádicos y
violentos que podrá triunfar, sino a través de esfuerzos constantes y
comprometidos de perseverancia.
La ley del hábito solamente puede ser vencida por la
ley de la perseverancia. La voluntad se encuentra sometida a una ley; y puede
ser liberada por otra ley que actúe con constancia y persistencia. Los vínculos
que ligan al alma han de ser desenredados uno a uno. El trabajo de años no
puede ser corregido en horas. El ignorar esto puede desesperarnos. Hay que
recordar, sin embargo, que aquel que se ha vendido como esclavo ha de comprar
su libertad por el precio exacto que recibió por su degradación.
La ley no teme un brote violento de una masa furiosa. La ley es más fuerte, por
numerosa que sea la turba y violento su ataque. Lo que teme, y teme con razón,
es una revuelta organizada – ley contra ley, organización contra organización.
De igual manera, ninguna lucha momentánea, por determinada que sea, puede
vencer la firme sujeción del hábito. Es únicamente la disciplina constante y
perseverante de la voluntad que puede desde el cautivismo recuperar su
libertad.
Una vez adquirida, la virtud es difícil de vencer
La perseverancia del hábito es sin duda la más grande fuente de consolación. Es
la más grande fuente de estabilidad de carácter. Si es difícil vencer malos
hábitos, es difícil vencer el bien. El hecho de que la atracción a algún pecado
persiste a pesar de todos los esfuerzos para conquistarlo debe motivarnos a
sentir que debe ser por lo menos tan difícil para la tentación vencer o
derrotar en un momento un hábito de virtud.
Pero sabemos, demasiado bien, como los hábitos del pasado cuelgan de nosotros,
qué poder de resistencia muestran. Esta misma dificultad para vencer al mal
debe darnos una sensación de seguridad: bien vale esforzarse por formar un
hábito que hará un buen servicio y se convertirá en fundamento de carácter.
Sin duda alguna los hombres buenos tienen sus fracasos pero ciertamente no
deben descorazonarse; los hábitos de toda una vida no se destruyen por un
fracaso. Si se arrepienten, estos hábitos bien formados perdurarán.
El pecado siempre es malo pero no debemos subestimar el poder del bien porque
no percatamos del poder del mal.
Así mientras se forman los hábitos el carácter se finca sobre el bien o el mal
sobre cimientos no fáciles de sacudir. Y el hábito de elegir o intentar elegir
lo correcto construye el carácter el firme y estable cimiento de la rectitud
moral y quien así actúe es un hombre bueno.
Elegir el bien en lo pequeño ayuda a vencer la tentación
Todo aquello en lo que la voluntad actúa la afecta de alguna forma para bien o
para mal y construye la materia para la autodisciplina, ayudándola o
desayudándola en su gran obra de la elección del bien o el mal. Las muchísimas
cosas que cada día nos obligan a llegar a una decisión y elegir son el campo de
entrenamiento de la voluntad. En todo lo que hacemos, por providencia divina,
la voluntad ha de ejercitarse y adiestrarse y como resultado se fortalece o se
debilita, permanece libre o se vuelve esclava, se torna firme o vacilante. Cada
una de estas decisiones puede ser pequeña y de no mucha importancia, pero su
frecuencia incrementa su valor y determina el resultado en cuestiones más
serias.
La voluntad tiene sus propias características que fueron desarrollándose en
esferas de elección que tenían poco o nada de peso moral. El que está habituado
a la lucha en cosas buenas, tiene menos probabilidad de fracasar ante la
tentación de placeres ilicititos. La victoria y la derrota en un súbito o
violento asalto de alguna pasión puede depender del hecho de haber practicado
la auto disciplina o mortificación en cuestiones pequeñas referentes, por
ejemplo, al comer o al dormir o pequeños gustos lícitos.
No es en la conducta del alma en el momento de la tentación de lo que depende
la victoria o la derrota. Depende más bien de su conducta en los sucesos
comunes de la vida. Depende de la lucha constante para evitar que la voluntad
se esclavice a gustos e inclinaciones.
Antes de que se dispare la primera bala, el asunto está prácticamente decidido.
Por eso, la lucha debe ser sin tregua. El hombre ha de ser el señor de todos
sus poderes e inclinaciones, también de lo externo que Dios puso en el mundo a
su alrededor; no ha de ser esclavo de nada.
Dan a todo su lugar concreto le ayudará a la voluntad a no fallarle a la hora
de la tentación. “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”.. (Lc
16,10). }
Es bueno recordar que se la voluntad se ha debilitado y esclavizado por le
pecado, no está solo en la lucha por recuperar su libertad. Hay alguien con
ella para guiarla y fortalecerla. Alguien que le mostrará el camino, que
iluminará a la mente con luz sobrenatural y que dotará a la voluntad de fuerza
divina. No podrá levantarse con sus propias fuerzas. Desde la profundidad de su
desesperación debe mirar al Altísimo. En su ruina absoluta debe valuar la vista
a aquel quien lo creó sólo Él puede levantarla y restaurarla.
Sin embargo, no es tarea fácil. Su salvación no significa el cambio de
circunstancias, un cambio exterior o el que desaparezca una dificultad externa.
Debe ser restaurada, curada fortalecida e iluminada desde dentro. Ser
restaurada para poder realizar el trabajo de Dios.
Frecuentemente esperamos que la respuesta a nuestras oraciones sea el que desaparezca
obstáculos de nuestro camino, pero eso ni nos fortalecerá ni nos restauraría.
Nuestras oraciones son respondidas en la medida en que vamos siendo capaces de
superar la dificultad; se responden en el interior.
El pecador debe ser no solamente perdonado sino restaurado antes de gozar de
visión de Dios. En cada paso de esta reestructuración, debe haber un acto del
alma y uno de Dios.
La voluntad esforzándose y Dios ayudando. “…sin Mí no podeís hacer nada” (Jn
15, 5) dice el Señor, sin embargo, sin nuestra cooperación Dios no puede hacer
nada.
A lo largo de la lucha mientras batalla, al alma aplastada por su propio peso,
la tenue luz de la fe inspira una esperanza que la mueve a realizar un esfuerzo
más persistente. Poco a poco el alma vuelve a la vida y sale en su intención
que aquel que “… estaba muerto ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido
hallado”. (Lc 15, 32)
Por Basil W. Maturin